martes, 21 de mayo de 2019

Estás para más


Rogelio Lanese

¡Viernes por la tarde! ¡Se terminó el colegio!
Comienza el fin de semana.
Actividades para seleccionar:
- Ver tele en el comedor, mientras tomo la leche, taza tamaño tanque australiano con algunas galletitas “Manon”, que me sobraron del último recreo, por recomendación expresa de mi madre y la abuela.
- Pedirle a la abuela que hable con mi madre para ir hasta la cortada y ver si se armaba un partidito con regreso innegociable. El grado de tolerancia horaria era cero.
Obviamente que con mis ocho años de edad la salida estaba limitada a horarios estrictos, a pesar de no sufrir las condiciones de inseguridad actuales.
Ahora bien, la abuela no estaba y regresaría tarde, así que la opción de la cortada quedo trunca.
“El llanero solitario” era una alternativa más que viable.
Mi madre estaba atendiendo en el negocio que estaba adelante.
Había un pasillo común que comunicaba el comercio con la casa de familia.
Esa distribución arquitectónica no me era muy favorable, ya que si había algún ruido extraño o el televisor estaba muy alto en cuanto al sonido, el grito de mi madre se hacía presente en forma inmediata
Estaba casi terminando “El llanero” con su historia cuasi fantástica, cuando de repente escucho una voz muy familiar para mis oídos que estaba dialogando con mi madre.
Era tan conocida que hasta podría decir que era la señorita Lylia, mi maestra de tercer grado turno mañana de la escuela Sarmiento.
Estaba en lo cierto.
Venían caminando juntas por el pasillo.
¿A qué viene la señorita, a mi casa?
Sí, era señorita y creo que nunca dejó de serlo.
Con sus veinticinco años, para mí era tan referente como si fuese mi madre o mi padre.
Tenía una presencia y un carácter terrible. Era chiquita de cuerpo y muy bajita, pero cuando hablaba parecía Hércules.
Con esta descripción y en conjunción con mi madre, algo no funcionaba del todo bien.
En efecto me saludó por mi nombre –desde primer grado juntos- y su cara era amigable; pero no demasiado
—¿Te acordás lo que te dije hoy en el aula?
—Sí, me acuerdo, que tengo que prestar mas atención con los acentos.
—¿Ya hiciste la tarea?
—No señorita, la hago mañana.
—Bueno, está bien. Sos buen alumno, tu madre no tiene que preocuparse.
—Gracias, señorita.
En realidad, en ese momento no entendía nada.
Me dio un beso y se fue hablando con mi madre.
¿Para eso había venido la maestra a mi casa? Si bien vivía cerca, ¿era para tanto?
Pasó un tiempo, no mucho, y la respuesta válida la tuve de boca de mi madre: “La señorita Lylia no vino a casa para controlar tu tarea, solamente vino para hacerme un comentario sobre tu capacidad potencial”.
En ese momento con mis pocos años, apenas ocho pregunté: “¿Qué es la capacidad potencial?”
Mi madre me miró, acarició mi pelo, y me dijo: “Ya lo vas a entender mejor, pero estás para dar más”.
Los años pasaron, ya no están ni mi madre ni mi maestra; sin embargo, hoy tomo real dimensión de la profesionalidad y el amor por la educación que tenía mi querida maestra.

2 comentarios:

  1. Sin duda lo tenían muy claro, no como quienes leemos tu historia. Lo bueno es que no se equivocó.
    Un abrazo.

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  2. Tu descripción de las opciones para el tiempo libre son inigualables.

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