miércoles, 22 de mayo de 2019

Verano caliente


Adriana Tommasi

Allá por mediados de los años 60, yo tenía un grupo de amigos, chicos y chicas, que eran hijos de los amigos de mis padres. Era unos matrimonios que solían reunirse para cenar, festejar cumpleaños y realizar todo tipo de encuentros. Los convocaba el solo hecho de charlar largos ratos y pasarla bien. Nosotros, los niños, aprovechábamos para jugar y por ahí realizar alguna maldad con nuestros mayores.
En verano, solíamos ir a la casa de fin de semana de Mecha y su marido, muy amigos de mis padres; porque tenían casa con pileta y un parquecito para que nosotros pudiéramos retozar a voluntad, mientras el sol desprendía coágulos rojizos.
Los mayores, después de comer, se tiraban sobre cómodas reposeras y allí dormitaban luego de un “sobroso asadito”, como solía decir mi tío Fernando. Fue así como en una oportunidad la tía Chola quedó adormecida sobre una lona que había bajo un frondoso paraíso. Siempre permanecía con la boca abierta y con un penetrante ronquido. Para nosotros esa era la oportunidad que habíamos esperado tanto tiempo y fue así como con una jarra le tiramos abundante agua.
Eso tuvo consecuencias no deseadas, porque la tía Chola comenzó a ahogarse y casi no podía respirar. El agua se había ido por otro conducto y ella tosía descontroladamente. Yo creía que se estaba asfixiando, todos corrían a incorporarla para que pudiera tomar aire normalmente.
Nosotros quedamos paralizados por el susto y corrimos como un ventarrón a cobijarnos en un recodo de la casa. Mis padres me miraban con los ojos ardientes cual carbones encendidos y yo prefería no mirarlos, porque comprendía cuál sería el desenlace: nos volveríamos a casa y no habría pileta ni diversión por una semana, o tal vez dos.
Debo confesar, sin falsa modestia, que yo no era de hacer esas maldades, pero en grupo las cosas se presentaban diferentes y, ahora, a la distancia y con la memoria a cuestas creo que los niños, en general, no miden las consecuencias de algunas acciones que pueden concluir en verdaderos desastres.
A lo largo del tiempo, he tratado de exhumar estas historias que me hacen comprender que uno va madurando con el paso de los años y abro las hojas del ventanal de mi balcón para poder respirar mejor, mientras el sol me acaricia suavemente. Es otoño.


1 comentario:

  1. Éramos niños, el tiempo nos cambia y al final comprendemos que fue una travesura, trajo consecuencias no deseadas pero solo sucedió. Es la vida.
    Un abrazo.

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