viernes, 17 de mayo de 2019

Manos arriba


Rogelio Lanese

Tarde de otoño sábado. Abril, 1970.
La noche está entrando en punta de pies, escozor en las manos, que galopan a favor del suspenso macerado desde el jueves.
Estoy contento, asustado, nervioso, no sé qué hacer (¿alguien lo sabrá?). Es mi primer asalto y, para colmo, en la casa de una chica.
¡Cuántas expectativas acumuladas!
El sol ya no está, pero mis cachetes arden, por ansiedad, dudas, mezcladas en mi mente, con las múltiples recomendaciones de mamá, papá, el abuelo, la abuela y hasta mi tía que, llamó para que no me olvidara de saludar a los padres de la chica.
Llevo los documentos, pañuelos, los zapatos negros están lustrados.
Por suerte, no soy el primero en llegar.
Mis piernas pesan toneladas, mis amigos están igual. Parecemos un ejército de inquietudes y anhelos, que por nervios acelerados o timidez ni siquiera se permite plantear una estrategia.
La lucha es netamente interna, las preguntas no tienen respuestas y, si las hubiera, no podríamos asumirlas todas juntas.
“¡Son varoncitos, fuertes, lindos, buenos!”, dice la abuela sentada en su sillón al costado en el patio del aquel coliseo de sueños.
Mi cabeza elucubra posibilidades: Está todo bien, pero no quiero ser el primero en salir a bailar. ¡Y si me dice que no!, ¿qué hago: me quedo o me voy?, ¿cómo me van a mirar mis amigos?
El barco comienza su excursión sobre aguas calmas, una tía de la chica se pone en el medio para que los varones empecemos a bailar.
¡Qué papelón, si no me sale el paso que estuve practicando ayer a la tarde!
Mis pies solo atinan a moverse hacia la mesa, a comer y a tomar algo.
Avanza la noche, las estrellas encandilan las sombras de los piratas rellenos de ilusión, perfumados de adolescencia, que se empieza a evaporar en el tobogán que terminará desembocando en el mar con olas personalizadas, que se irán robando inocencias enfrascadas en aquel asalto de los doce años.


1 comentario:

  1. Todo un poema al despertar de la adolescencia, que cada quien de un modo u otro fue forjando reprimiendo miedos y pudores para crecer y hoy recordar con una sonrisa.
    Como dije en clase: Era duro ser hombrecito...
    Un abrazo.

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