jueves, 2 de mayo de 2019

Las glicinas de la abuela Carolina


Estela Ceñera                      

Carolina fue la única abuela que conocí, porque antiguamente las personas morían muy jóvenes.
Ella era una asturiana muy alta, erguida como un roble, con ojos celestes y un rodete muy blanco que debió se pelirrojo anteriormente. Era de carácter fuerte y eso sí no tenía dientes, pero yo la veía hermosa.
Cuando era niña salía de la escuela e iba a visitarla y la encontraba como siempre sentada en su sillita baja. Yo me sentaba enfrente y le daba sus caramelos gomitas (eran los únicos que podía comer). En ese momento mágico comenzaba a contarme historias de su Asturias querida.
Y como dijo Cortés la infancia pasó y el tiempo voló y pasé a ser yo abuela, pero en un marco totalmente distinto.
¿Por qué? Porque la bendita tecnología que nos hizo tanto bien también nos hizo mal y actualmente nuestros niños no tienen el hábito de platicar con sus abuelos o las personas mayores, la tecnología los atrapó.
Me queda el hermoso recuerdo del aroma de las glicinas de su jardín que me hacen rememorar esos maravillosos momentos y el deseo de una larga tarde de plática con mis nietos.

1 comentario:

  1. Me recordaste las glicinas de mi patio de niño, donde mi gato solía ocultarse y mi patio lucia una alfombra celeste. Hermoso haber tenido una abuela con quien departir sobre horizontes lejanos, seguro era como releer un libro forrado de amor.
    Un abrazo.

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