jueves, 2 de mayo de 2019

Re-parto con dolor


Claudia Correa

Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse sí mismos una y otra vez.
Gabriel García Márquez


Faltaba una semana para la llegada del día de la madre, se charló con los chicos sobre qué significaba y qué sentido tenía para ellos ese día.
Entre todo lo que dijeron, Juan mencionó que cuando iba a la escuela siempre le preparaba un regalito hecho con sus manos, se acordaba de un plato pintado con témpera y de una virgen hecha de yeso. La maestra le propuso que ahora que eran más grandes eran las palabras sentidas desde el corazón el mejor regalo que puede recibir una madre.
“Podemos hacerles un dibujo también2, dijo el Oso con toda su inocencia. A esta altura nadie se reía de él, habían comprendido que estaba en otra etapa de aprendizaje y que podía escribir pocas palabras.
La mayoría estaba de acuerdo y además propusieron que fuera tipo tarjeta con sobre, con algún moño y otras iniciativas más.
Ese momento fue interrumpido violentamente cuando la Hiena se paró y dijo: “Yo no le voy a hacer nada a esa hija de puta”.
Escupió las palabras como si tuviera la boca llena de trocitos de vidrio. Al escucharlo, el grupo quedó horrorizado, incrédulo o secretamente envidioso de la audacia que permitía decir semejantes palabras, porque la madre es sagrada y fueron palabras capaces de hacer temblar al cielo.
Luego de unos minutos explotó en llanto. La maestra se acercó y trató de consolarlo. A veces no había partitura de la que pudiera valerse, solo una caricia. Escuchó un rosario de palabras ininteligibles entre ahogos y sollozos, dejó que hablara mientras seguía acariciando su cabeza. Esas palabras que fueron escupidas desde lo más hondo de las entrañas le llegaron a todo al grupo. Los chicos se dieron cuenta de que era un encuentro íntimo y dejaron de mirarlos, se pusieron a leer las fotocopias que la maestra había dejado sobre la mesa.
Una vez que se tranquilizó, la docente le entregó un trabajo de Matemática, para que lo hiciera pensar en otra cosa. Se acomodó solo en un rincón de la mesa.
El resto ya había empezado a leer las fotocopias que contenían dos textos, uno era el estribillo de la canción “Mi vieja” de Pappo (1) y el otro un texto en prosa sobre la historia de un hijo que pierde a su madre y cuenta todo lo que le hubiera gustado decirle.
Primero, leyeron en silencio; luego, dos alumnos se ofrecieron para leerlos en voz alta. Se hizo la comparación entre los dos diferentes formatos, el análisis externo de los mismos.
El cartonero expresó con deseo: “¡Espero estar afuera para el día de la madre!”. Pero no fue así.
Después de analizar el contenido, no sé cómo la conversación llegó al tema de las Madres de Plaza de Mayo.
Uno comentó: “Esas que usan un trapo blanco en la cabeza”. La maestra aclaró que no se trataba de un trapo sino de un pañuelo blanco hecho con tela de pañal y que lo usaban para reconocerse.
Dio el ejemplo de una marca de ropa que se llama “De puta madre”.
Dieron su opinión, conversaron, contaron anécdotas de su infancia y eso dio lugar para saber escuchar y conocerse.
Claudia entregó hojas blancas para que en borrador volcaran sus sentimientos y todo aquello que sintiesen en la relación con su madre. Les dijo que por el momento no se preocuparan por la ortografía, después vendría el momento de la corrección para luego pasarlo en limpio sobre hojas de colores y colocarlos en un bonito sobre que ella llevaría.
Mientras pensaban y escribían, el comentario de Lucas hizo que otro momento de reflexión se realizara en la clase: “Espero que mi mamá venga el martes, pero no quiero que pase por la requisa”.
Era todo un tema el que debían pasar madres, hermanas, novias, en fin, las mujeres cuando iban a visitar a sus familiares.
La requisa consistía en la revisación visual de la vagina para la cual la visita era sometida al despojo de su ropa interior, agacharse, abrir los labios vaginales y un personal femenino del servicio penitenciario revisa su interior.
Una magistrada calificó el procedimiento como una práctica abusiva, violatoria del derecho a la intimidad, la honra y la dignidad.
A los bebés les revisaban el pañal.
El objetivo de estas requisas era evitar que las visitas ingresen cosas a la cárcel para los internos, como por ejemplo droga.
Claudia veía como destripaban bolsas y dejaban al descubierto yerba, azúcar, galletitas y toda comida que estuviera embolsada. A ella no le molestó el hecho en sí mismo sino la saña con que lo hacían y los comentarios grotescos que hacían los azules.
La maestra pensó que esas madres paren a sus hijos dos veces. La primera cuando salen a la luz y la segunda cuando ingresan por primera vez a la cárcel; es como ir al ginecólogo con la diferencia de que es un momento no deseado. Parir con otro tipo de dolor, no es el dolor de las contracciones es dolor de dilatación con pesadumbre. El hospital se convierte en la cárcel, las enfermeras son las mujeres policías, el médico el comisario, las cunas con sus barandas protectoras son las rejas. En ese segundo alumbramiento, el encuentro con sus hijos entre rejas hace que ellos sean los que cortan con los dientes el cordón umbilical incruento y seco.
Claudia había comprado rosas rojas de plástico y las había guardado en su armario junto con los sobres preparados por los chicos. Después de ese domingo día de la madre muy especial para ella; porque su hija mayor en cualquier momento iba a ser mamá y ella primeriza abuela, llegó el lunes y los alumnos estaban ansiosos le decían con complicidad.
“No se olvide maestra mañana viene mi vieja”, fueron los comentarios de varios cuchicheando, no queriendo que los ratis, como ellos decían, se enteraran de sus debilidades.
Al salir de la comisaria, acompañó a su hija al sanatorio y el médico le dijo que la espera al día siguiente para que se internase. Ya había llegado el momento. Llenas de felicidad llegaron a su casa para contarles al resto de la familia que el 18 de octubre nacería el nieto. La futura abuela llamó a sus respectivos directivos informándoles que se tomaría licencia y recibió las felicitaciones correspondientes a una abuela primeriza. El martes a las diez de la mañana estaban en el sanatorio. La dilatación iba muy lenta entre sueros y dolores Claudia acompañaba a su hija. Alrededor de las dos de la tarde se la vio dialogando con el médico y luego por una hora desapareció.
El sanatorio quedaba a dos cuadras de la comisaria, con ligerito paso iba pensando lo que le había dicho el médico: “Vamos a esperar unas horas. Si no continúa la dilatación, alrededor de las seis de la tarde le haremos cesárea”.
Cuando llegó, las visitas ya habían ingresado. Cuando la vieron entrar le preguntaron ¿qué hacía ahí?, ¿si ya había nacido su nieto? Contestó todo a las apuradas y se dirigió a su armario. Sacó los sobres y las flores y salió al pasillo. Allí, se encontró con tres guardias que, al verla, dos se le echaron a reír en la cara y el tercero que no le causaba gracia lo que estaba viendo le gritó: “Pero usted está cada día más loca”.
La maestra que no entendía el porqué de la reacción, pero sí la falta de respeto le contestó: “Con quien te creés que estás hablando”. Y remató con furia en sus ojos: “Conmigo no te metas”.
Sí que me voy a meter y ahora mismo llamo al subcomisario.
Dale -le dijo- llamalo, así le cuento como me trataste.
Los otros dos se seguían riendo y a Claudia le explotaba la vena. El subcomisario la vio con los sobres en la mano y las rosas en la otra, la llevó aparte y le preguntó por su hija como para tranquilizarla, porque sabía que la petisa era peligrosa si se desbordaba. Me puede decir de qué se ríen esos dos y el otro que me trata de loca. Con una sonrisa le dijo: “Por las rosas”.
 Ella las miró y seguía sin entender. Le explicó de qué se trataba el sobre y las rosas. Y él no podía entender que esa mujer a punto de ser abuela estuviera el día de la visita, después del Día de la Madre, en ese lugar para que sus alumnos les entregaran un regalo a sus madres. Le explicó que el oficial se había sacado por las flores, porque tenían el cabo de alambre, elemento que no se puede dejar ingresar. Recién ahí ella se dio cuenta del peligro que significaba las hermosas rojas rosas.
Sin reconocer el error le solicitó: “Bueno, al menos, déjeme que les entregue las tarjetas; y, como ya estaba a punto de moquear, el subcomisario la agarró por el hombro y le dijo que lo acompañara, alejándola del grupo de policías.
“Vamos a hacer lo siguiente”, pidió el comisario al oficial alcahuete que le trajera la lista de los internos; y le explicó que él iba a ir llamando a los menores y ella le entregaría el sobre y la flor a medida que la visita se iba retirando. El cabo que cada vez estaba más caliente que una pava le susurró al subcomisario algo al oído; y este con toda su voz de mando le contestó que quedaba bajo su responsabilidad. Y así fue como cada mamá se pudo ir con esa peligrosa flor a su casa.
Claudia en un acto fuera de lo común besó al subcomisario y salió disparada al sanatorio, su nieto nació a las seis de la tarde por cesárea. Estaba radiante de felicidad por todas las madres que ese día llevaban puesta una sonrisa.

(1) Norberto Aníbal Napolitano, conocido como Pappo, apodado «El Carpo», fue un reconocido guitarrista, cantante y compositor de rock y blues argentino,





1 comentario:

  1. Valiente y tremendo relato, pinta una sociedad altiva y cruel que será imposible erradicar, solo seres anónimos se enfrentan a ella y son muy pocos.
    Felicitaciones por tu relato, nos dejaste anonadados.
    Un abrazo.

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