Hacía unos meses que
queríamos comer asado a la parrilla, pero debido al intenso frío de este último
tiempo, mi esposo no se decidía y no encontraba ningún voluntario para que lo
hiciera.
Por fin, el último fin
de semana largo previo al 17 de agosto se decidió y compró costillitas de
cerdo, chorizos, morcilla y achuras.
Ese día desgrasé el
asado y preparé las achuras, luego las ensaladas sin condimentarlas. Estaba
todo listo para ponerlo a la parrilla.
Prendió el fuego con
tiempo, cosa de no comer demasiado tarde.
Venían algunos de mis
hijos y nietos.
Estaba riquísimo y
disfrutábamos felices del almuerzo en compañía de mis afectos.
Mi esposo iba y venía
con la tabla cargada con lo que ya estaba listo primero. La parrilla está en la
construcción que corresponde al garaje, alejada del departamento por unos
cuantos metros.
En un momento, todo el
disfrute se transformó en un pandemonio.
En una de las idas
vuelve apurado diciéndonos que había humo que salía del garaje.
Corrimos asustados y
atolondrados no sabiendo qué hacer primero.
El auto estaba dentro
del garaje y la parrilla es doble, por afuera y por dentro, con una puerta
metálica, que por lo general está trabada. Ese día había mucho viento y
asombrada noté que la traba de la parrilla interior no estaba puesta. El viento
levantó esa tapa interior y saltaron chispas hacia adentro, prendiendo fuego a
lo que estaba más cerca, un generador que quedó totalmente quemado.
Mi hijo menor tomó
inmediatamente las llaves del auto y las del portón que da a la calle y sacó el
auto a la calle.
El garaje también se
usa de depósito de cosas que uno guarda por si las necesita en algún momento,
más adelante, y allí quedan por años. Grave error.
El susto fue mayúsculo
y cada cual quería sacar al patio o a la calle alguna de las cosas que se
estaban prendiendo fuego.
Quise tirar agua con la
manguera desde el patio, pero esta estaba doblada y salía muy poca agua.
Algunos vecinos se
arrimaron para ayudar. En eso un hombre joven se presentó y dijo que era bombero
voluntario y comenzó a organizar todo dando órdenes precisas: “No tiren agua,
tiren arena”.
Se subió a una escalera
de metal y tiró, deslizándolo, un placar, que estaba a cierta altura y que
contenía libros y algunas cajas con frazadas y otras cosas. El placar era todo
de maderas y de un largo de tres metros, que ya se estaban prendiendo fuego.
Un vecino, que estaba
construyendo, trajo arena en baldes. También pedía telas mojadas... En fin,
corríamos para todos lados.
Algún vecino llamó a
los bomberos, pero no llegaron. Solo vino la Policía cuando ya habíamos
dominado el siniestro. Tomó los datos y se encargó de pasar la denuncia por el
seguro.
Demás está decir que
todo lo que se pudo salvar quedó chamuscado, los libros con olor a humo y
también las frazadas. Mucho se perdió: un motor de lancha de mi hijo, el
generador, dos ventiladores, un motor de heladera, remos. En fin, es larga la
lista; pero son cosas materiales. Algunas las podremos volver a comprar y otras
nos pasaremos sin ellas.
Aprendimos que no hay
que acumular tantas cosas que no se usan, y lo principal fue saber cómo
proceder ante estas circunstancias.
La instalación eléctrica
pasa por caños de metal puestos sobre la pared, no en su interior. Por supuesto,
se fundieron todos. No pensé en ese peligro y no había cortado la electricidad
hasta que uno de mis nietos me dijo: “Abuela un cable me dio una patada”. Cómo
no se nos ocurrió cortar la electricidad, no me explico. Gracias a Dios no hubo
ningún herido y solo fueron pérdidas materiales. Agradezco a ese bombero
anónimo que valientemente organizó todo y no pasó a mayores.
Luego, todos los
vecinos escoba y secadores en mano, nos ayudaron a limpiar la arena y el agua
que estaba por todo el piso.
Espero nunca más tener
que pasar por algo así; pero si llega a suceder estamos más preparados.
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