Patricia Pérez
Éramos muy jóvenes, y
nuestra meta era comprar la casa.
Por eso, para ahorrar
fuimos a vivir a un viejo departamento de pasillo.
Adelante, había una
casa que se comunicaba por el costado.
Aquellas construcciones
de antes eran todas parecidas: la casa más importante, al frente; y al costado,
varios departamentos, a los que se entraban por los patios, tenían el baño y la
cocina afuera y las habitaciones de frente a la entrada.
Estaba situado en la
calle Santiago entre 9 de julio y Zeballos, muy cerca del Parque Independencia.
En la casa principal
vivía una vecina Adelaida, que era muy dispuesta, acostumbrada a vivir sola. su
gusto era colaborar.
Un día, me encontraba
en avanzado estado de embarazo y mi hijita Paula, jugando con las puertas
abiertas me dice: “Mami entró un pajarito”. Ella tenía solo dos años.
Pero el pajarito no era
tal. Nuestra vecina sabiendo de mi gran panza, me toca la puerta y me dice: “Nena
no te asustes, pero se te metió un ratón”.
Yo les tengo mucho asco
y ella lo sabía.
Así que sin dudarlo,
tomó la escoba y lo corrió hasta que a escobazos lo hizo pasar a mejor vida.
Siempre servicial ella.
Por suerte, no pasó
demasiado tiempo y pudimos acceder a un crédito y compramos nuestra casa.
Nos parecía mentira
vivir en un lugar tan nuevo.
Pasaron los años y
decidimos ir a visitar a esa mujer, que había sido tan gentil.
Mi marido trabajaba en
un banco y a la salida decidimos encontrarnos en la vieja casa para visitar
nuestra amiga.
Ella nos recibió muy
contenta y para agasajarnos nos invitó con caña Legui.
Yo tenía los chicos muy
pequeños, comía cuando los horarios me permitían y muy poco.
Tomé esa bebida. Solo
una copita. Estuvimos un rato más y luego nos volvimos en colectivo.
Lo único que recuerdo es
que mi marido se tuvo que hacer cargo de los chicos de la descompostura con
vómitos y dolor de cabeza incluidos que me agarró.
Nunca
más pude probar la caña, pero siempre recuerdo a esa mujer, que estaba siempre
dispuesta a ayudar.
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