Patricia
Pérez
Después de tener mi cuarto hijo, los gastos
eran mayores, el buen sueldo que traía mi marido del banco se esfumaba.
Comencé a pensar en una ayuda económica que nos
permitiera respirar un poco más.
Un día, entre las mamás del futbol de uno de
los chicos, me ofrecieron algo nuevo para mí: la venta de productos naturales.
De entrada dije que no, pero luego pensé que
era una buena idea, ya que me permitiría no desatender los niños.
Así fue como comencé la venta por catálogo.
La primera traba que encontré fue mi marido, ya
que estaba acostumbrado a llegar de su trabajo y encontrarme.
Yo aprovechaba a salir cuando mi hija mayor, al
llegar de la escuela, cuidaba a sus hermanos.
Mis contactos se fueron agrandando como
consecuencia las ventas y, de a poco, mis ingresos fueron mejorando.
Un año después me ofrecieron la distribución.
Como la venta directa se basa en formar equipos
de venta, ofrecí vender a cuanta persona se me cruzara y logré formar un
hermoso grupo.
Fue un tiempo de sacrificios y luchas.
Debía continuar atendiendo la familia numerosa,
sin dejar de trabajar en lo que había iniciado.
Para que mi marido participara de mis logros y
supiera de qué se trataba decidí llevarlo a un congreso.
Era en el Hotel Sheraton de Buenos Aires.
Viajamos en un micro en el que se juntaban los
grupos de Rosario y alrededores.
Mate, charlas y nuevas amistades caracterizaron
el viaje.
A la mañana era la capacitación y a la tarde la
fiesta.
Nos bajamos del colectivo y parecía un cuento
de hadas. Nos recibió un mayordomo con frac y galera.
Entramos al majestuoso hotel, escalinatas de
cenicienta, alfombras persas, luces de castillos nos esperaban.
Todo era normal hasta que en ese momento,
comenzaron a repartir porras, silbatos globos. Estaba por aparecer el dueño de la
empresa.
Con juego de luces y una música especial
“Perdiendo tu religión” apareció el señor Daniel.
No sabía si mirar para adelante o de reojo la
cara de asombro de mi marido.
El tal Daniel revoleaba la corbata y el saco al
estilo Sandro.
Las mujeres, más de miles en un número muy
superior al masculino, gritaban como si hubiera aparecido el más famoso de los
cantantes del momento.
Estaba tan entusiasmada que poco me di cuenta
del ceño fruncido de mi marido. Rato después me dijo: “Están todos locos, ¿qué se
cree que es?”.
El no entendía la venta directa.
Veía a ese grupo de gente como raros y
extraños.
Han pasado más de 25 años, las vueltas de la
vida, hicieron que dejara el banco y se acoplara a la empresa familiar que
ahora formamos tres personas.
Entendió que ese baile del presidente de la
empresa era parte del show que motivaba a la gente.
Comprendió que hacerlos sentir bien es tener
resultados inmejorables.
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