martes, 19 de septiembre de 2017

Mensaje

Victoria Steiger

Después de varios años yendo a nuestras playas, decidimos empezar a viajar por las distintas provincias, separando al norte en invierno y al sur en verano.
Este viaje era para Misiones, íbamos a visitar a una de mis hermanas, que vivía allí y recorreríamos la zona cataratas, las ruinas, etcétera.
Como me pasa actualmente, también me quedaban muchas cosas para hacer a último momento. Cerrar todas las ventanas, puerta del fondo y fijarme si todos teníamos nuestras camperas puestas.
Mi marido ya había cargado las valijas y atrás no entraba más nada.
Quedaba solamente el bidón de agua y los sándwiches. Yo era la encargada de eso y de ir despachando a los chicos ya desayunados y con la última ida al baño. No era cuestión de arrancar y que alguno quisiera ir a los cinco minutos.
Parece una salida interminable. Tenemos cinco chicos, que en esa época tendrían entre trece la mayor y siete la más chica.
¡Al fin arrancamos! No sé qué hora sería, no lográbamos salir nunca muy temprano. Parábamos aproximadamente cada tres horas para una “escala técnica”; o sea, al baño y seguir viaje hasta la hora de almuerzo.
Llegó la hora de comer. Estábamos bien con el tiempo y buscamos una estación de servicio que en algunos lugares tienen un espacio como para camping.
No había nada con tantas “comodidades”, pero había que parar y comer. Todos bajamos y nos acomodamos.
Cada uno con el vaso para el jugo y faltaba repartir los sándwiches.
Fui al auto y busqué adelante, atrás y en el baúl. No los encontré. Pregunté quién había agarrado el táper y nadie lo había visto. Revisamos por todos lados y nada.
En realidad la encargada de los víveres era yo y en mi memoria quedaba que los llevé y los puse al asiento de los chicos, pero…
Evidentemente los había olvidado y habría que aplicar un plan “b” en el camino. Ya habíamos pasado Corrientes y muchas opciones no se presentaban.
Lo único que vimos por la ruta fue un comedor muy básico. Ya era tarde y paramos. Rápidamente nos acomodamos y preguntamos qué se podía comer sin mucha espera.
Había costeletas con papas fritas. Por suerte, todos estuvimos de acuerdo menos la mayor que quería ensalada y huevo duro. No hubo forma de convencerla.
Pedimos cuatro para compartir y la ensalada y el huevo duro. Todo bien, el problema para mí era el lavado de las verduras. Trajeron bastante rápido todo menos la ensalada.
Pasó un rato, estábamos ya casi terminando de comer y reclamando lo que faltaba cuando apareció la ensalada y el huevo duro. No les puedo describir el recipiente de la ensalada, nos miramos y no dijimos nada. Mi hija miró su ensalada y no hizo comentarios.
Ya pasado el imprevisto de los sándwiches seguimos viaje.
Casi a veinte o treinta kilómetros de llegar sentimos que algo raspaba por debajo del auto. Paramos en la banquina a mirar qué sería.
Lo que pasó es que el caño de escape se había partido y colgaba un pedazo. No se podía hacer mucho, creo que pudimos terminar de sacar lo que colgaba o atarlo con alambre y seguir así. No me acuerdo cómo fue.
Llegamos a Posadas tarde y cansados. Teníamos reservado un hotel en el centro. No somos pocos y “caer” siete personas a una casa de cuatro es demasiado.
Bajamos las valijas y cenamos. Al día siguiente llevaríamos a arreglar el auto.
Por supuesto, avisamos nuestra llegada a la familia en Posadas y a Rosario. Por lo general, siempre quedaba alguien que pasaba por casa, abría un rato para que se viera movimiento y en este caso fuera a buscar los sándwiches olvidados.
Al día siguiente ya descansados, fuimos a casa de mi hermana y nos aconsejaron un taller para el arreglo. Este trámite no representaba mucho tiempo; obviamente, sí un gasto más del viaje.
Paseamos por la ciudad. Nuestro familiares nos mostraron lugares muy lindos y seguimos para las cataratas parando en un hotel ubicado en el lado argentino.
La vegetación, los saltos y los caminitos para verlas son un recorrido hermoso. Los chicos estaban encantados.
Hicimos los caminos por dentro de las cataratas, un paseo en gomón que nos llevó muy cerca de un salto. Yo, muy miedosa, iba agarrada de todos lados y vigilaba que todos lo hicieran.
Vimos pájaros de todos los colores, plantas y flores tan distintas a las que conocemos. Es un paisaje que volvimos visitar otra vez sin los chicos.
Ya saliendo del paseo de cataratas fuimos a las ruinas de San Ignacio y a las minas de Wanda, donde muestran cómo van sacando las piedras semipreciosas.
¡Todo un aprendizaje en vivo!
Como les contaba al principio de este relato, con los chicos viajamos por todo nuestro país.
Tuvimos dos autos primero, un 505 rural “el gris “bastante usado y “el celeste” igual que el anterior un poquito más nuevo. Lo muy bueno era que tenía siete asientos así todos tenían su lugar.
Por supuesto se “ponían a punto” antes de salir, pero en los viajes para el sur con tantos caminos de ripio algo se “aflojaba”. El primer viaje fue hasta Ushuaia.
No salíamos sin plan de viaje. Mi marido que, ya había hecho de joven el recorrido, calculaba cómo llegar al destino final en tres días de viaje.
Bueno fueron muchos viajes y ya casi me ponía a contarles aquel que hicimos al sur. Esos autos siguieron todos nuestros recorridos y la puesta a punto no siempre resultaba buena o era también por las rutas que había.
Hace mucho que no escribo y les cuento cómo me acordé de esto.
En el último fin de semana largo me llegó un mensaje de una de mis hijas: “Mamá me dejé el táper de los sandwichichitos en la heladera, que los rescaten porque se ponen feos”.

Sonreí y me propuse contarles de nuestro viaje a Misiones.

1 comentario:

  1. Hola Victoria, que gusto volver a leerte, esas historias siempre familiares que son un placer.
    Te dejo un gran abrazo.
    Luis A. Molina

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