Gladys Zancarini
El río, es el amor de mi
vida, siempre me gustó mucho. Cuando era chica y estoy hablando de cuatro años,
mi papá que era fanático del río también y había practicado remo en los clubes
de la costa, me llevó un día al laguito del parque Independencia, junto a mis
dos primitos varones, de la misma edad que yo, y nos enseñó a remar.
Al ver que era una
actividad que me gustaba mucho, siempre nos llevaba y lo disfrutábamos los
tres. De esa forma seguí muy ligada al río, ya que siempre íbamos con mis
padres a pasar fines de semana a la isla. Él tenía un rancho con todas las
comodidades en La Brava, que es un brazo del Paraná que se encuentra a la
altura de Pueblo Esther. Esas salidas las alternábamos con idas a La Florida,
que no era como está ahora. Tenía una arboleda muy importante en uno de sus
extremos, lugar que se podía utilizar para hacer fuego y el consiguiente
asadito para pasar el día.
Eran unos días
maravillosos en los que disfrutaba mucho el sol y el agua. Una vez que
estábamos pasando un muy buen rato, unos hombres que se encontraban
alcoholizados comenzaron a insultar y a golpearse, por lo que mi padre decidió
que nos fuéramos y a partir de ese momento no quiso volver a la querida Flori como le digo yo.
Nos hicimos socios de un
club de la costa y, entonces, alternábamos la isla con el club. Recuerdo que no
era como ahora y casi nadie aprovechaba el río, porque Rosario estaba sitiada
por paredones tremendos, por lo que el común de la gente se perdía de disfrutar
de los bello que es pasear por la costanera, tomar unos mates al sol y con la
hermosa vista que nos ofrece esa corriente de agua marrón, tan cara para mis
afectos.
Ese amor por el río lo
heredé de mi padre, me casé con una persona que también gusta de lo mismo y
tenemos cuatro hijas, de las cuales dos reman, tienen kayac, cruzan permanente
a las islas y pueden aprovechar de la naturaleza.
A veces, pienso cuánto
le gustaría al abuelo poder compartir con ellas largos paseos en lancha como lo
hacía conmigo.
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