lunes, 25 de septiembre de 2017

Mi Maestra

Graciela Cucurella

Me encontraba sentada en el bar de calle Córdoba y Balcarce tomando un rico café. Yo tenía 40 años, más o menos.
En un momento dado, miro hacia fuera por la ventana y veo pasar a mi maestra Nélida Boglietti. Mi señorita de cuarto hasta sexto grado.
Salí del bar apresuradamente, llamándola. Ella se detuvo y me miró muy fijo, sin entender. Claro, los años habían pasado. Me acerqué y le dije: “¡Señorita Boglietti, qué alegría verla!”. Ella seguía sin entender, hasta que me preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. Respondí: “Graciella Cucurella, de la Escuela de Paraguay número 79”.
Sus ojos se iluminaron, su sonrisa se dibujó en su rostro, la alegría la invadía. Me reconoció y nos abrazamos con mucha ternura, había pasado el tiempo…
Conversamos mucho, me contó que estaba sola, que no se había casado y vivía con una sobrina en su departamento justo frente a la emisora LT3, lugar donde yo trabajaba coordinando un programa radial.
Yo le conté que estaba casada, que tenía dos hijos, un buen esposo y que mis padres estaban muy bien.
Nos despedimos con el deseo de volvernos a ver, cosa que nunca ocurrió.
Yo siempre la recuerdo. Y con mucho cariño.
Era una maestra realmente de vocación, se notaba en su trato, en su forma de enseñar. Ponía empeño en todo, se preocupaba por nosotros, hasta nos controlaba el aseo personal. Cada dos semanas, más o menos, tomaba dos lápices entre sus manos y nos revisaba la cabeza, por si teníamos piojos. También nos miraba las manos para ver si las uñas estaban limpias y recortadas, y a los varones les revisaba las orejas.
Ella era una mujer muy fina, siempre impecable, de guardapolvo blanco y zapatos bien altos. Sus manos delgadas y dedos largos con sus uñas siempre prolijas.
Una tarde después del primer recreo nos dijo que tenía algo para contarnos.
Estaba pensando en llevarnos a Paraná como viaje de estudio de sexto grado.
Todos gritábamos de alegría. Contábamos los días esperando con muchas ansias poder realizar el viaje.
Llego el día. Mi padre me llevé hasta la puerta de la escuela. Era de noche todavía. Desde ese lugar partimos muy contentos en el micro.
Llegamos a Santa Fe, pasamos por el puente colgante. Toda una novedad para nosotros. Nos dirigimos hasta el embarcadero de Colastiné.
Sin bajar del micro, pasamos a la balsa. Nuestro asombro era cada vez mayor: ver como cargaban los autos, micros, camiones, de todo…
No se podía creer. Nos preguntábamos cómo se iba a mover la balsa con tanto peso; pero sin que nos diéramos cuenta comenzó a deslizarse lentamente sobre el río.
La alegría y el asombro nos invadían todo el tiempo. Llegamos a Paraná. Pasamos un día hermoso, visitamos el museo y luego hicimos un picnic en el parque Sarmiento. Ya de regreso, estábamos un poco cansados, pero seguíamos disfrutando del viaje.
Cuánta nostalgia me trae la escuela primaria. ¡Qué hermosos recuerdos!
“Vos sos la dulce canción
de la edad que ya se fue,
hoy he venido otra vez
para darte la lección,
preguntame de a traición
maestra de cuarto grado,
que cuanto me has enseñado
lo llevo en el corazón…”

(Extracto del poema “La Maestra” de Héctor Gagliardi)

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