Graciela Cucurella
Me
encontraba sentada en el bar de calle Córdoba y Balcarce tomando un rico café.
Yo tenía 40 años, más o menos.
En
un momento dado, miro hacia fuera por la ventana y veo pasar a mi maestra
Nélida Boglietti. Mi señorita de cuarto hasta sexto grado.
Salí
del bar apresuradamente, llamándola. Ella se detuvo y me miró muy fijo, sin
entender. Claro, los años habían pasado. Me acerqué y le dije: “¡Señorita
Boglietti, qué alegría verla!”. Ella seguía sin entender, hasta que me preguntó:
“¿Cuál es tu nombre?”. Respondí: “Graciella Cucurella, de la Escuela de Paraguay número
79” .
Sus
ojos se iluminaron, su sonrisa se dibujó en su rostro, la alegría la invadía.
Me reconoció y nos abrazamos con mucha ternura, había pasado el tiempo…
Conversamos
mucho, me contó que estaba sola, que no se había casado y vivía con una sobrina
en su departamento justo frente a la emisora LT3, lugar donde yo trabajaba
coordinando un programa radial.
Yo
le conté que estaba casada, que tenía dos hijos, un buen esposo y que mis
padres estaban muy bien.
Nos
despedimos con el deseo de volvernos a ver, cosa que nunca ocurrió.
Yo
siempre la recuerdo. Y con mucho cariño.
Era
una maestra realmente de vocación, se notaba en su trato, en su forma de
enseñar. Ponía empeño en todo, se preocupaba por nosotros, hasta nos controlaba
el aseo personal. Cada dos semanas, más o menos, tomaba dos lápices entre sus
manos y nos revisaba la cabeza, por si teníamos piojos. También nos miraba las
manos para ver si las uñas estaban limpias y recortadas, y a los varones les
revisaba las orejas.
Ella
era una mujer muy fina, siempre impecable, de guardapolvo blanco y zapatos bien
altos. Sus manos delgadas y dedos largos con sus uñas siempre prolijas.
Una
tarde después del primer recreo nos dijo que tenía algo para contarnos.
Estaba
pensando en llevarnos a Paraná como viaje de estudio de sexto grado.
Todos
gritábamos de alegría. Contábamos los días esperando con muchas ansias poder
realizar el viaje.
Llego
el día. Mi padre me llevé hasta la puerta de la escuela. Era de noche todavía.
Desde ese lugar partimos muy contentos en el micro.
Llegamos
a Santa Fe, pasamos por el puente colgante. Toda una novedad para nosotros. Nos
dirigimos hasta el embarcadero de Colastiné.
Sin
bajar del micro, pasamos a la balsa. Nuestro asombro era cada vez mayor: ver
como cargaban los autos, micros, camiones, de todo…
No
se podía creer. Nos preguntábamos cómo se iba a mover la balsa con tanto peso;
pero sin que nos diéramos cuenta comenzó a deslizarse lentamente sobre el río.
La
alegría y el asombro nos invadían todo el tiempo. Llegamos a Paraná. Pasamos un
día hermoso, visitamos el museo y luego hicimos un picnic en el parque
Sarmiento. Ya de regreso, estábamos un poco cansados, pero seguíamos
disfrutando del viaje.
Cuánta
nostalgia me trae la escuela primaria. ¡Qué hermosos recuerdos!
“Vos
sos la dulce canción
de
la edad que ya se fue,
hoy
he venido otra vez
para
darte la lección,
preguntame
de a traición
maestra
de cuarto grado,
que
cuanto me has enseñado
lo
llevo en el corazón…”
(Extracto
del poema “La Maestra ”
de Héctor Gagliardi)
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