Lidia Cieri
Desde la ventanilla del colectivo veía el intenso tráfico parado ante
el semáforo de 27 de febrero y Ovidio Lagos.
De pronto, pensé que hace cincuenta años no imaginábamos que el parque
automotor crecería tanto.
En ese momento te recordé, papi, joven, muy joven, montado en tu
primera moto, bah, motito. Creo que
se llamaba Legnano. Los abuelos, mami y yo te esperábamos en la puerta y, desde
ahí, te veíamos haciendo equilibrio para pasar por el puentecito de la zanja de
nuestro barrio de calles de tierra. El puente era angosto, justo para que un
peatón pasara cómodo. “Se cae”, pensamos; pero, no, pasaste indemne la prueba.
Vos, que tal vez de niño solo usaste alguna bici prestada. La motito era blanca o crema. No logró
recordarla bien, porque yo tendría ocho o nueve años en la segunda mitad de la
década del cincuenta. Estabas chochísimo
con tu vehículo. Paraste a nuestro lado y la mostraste orgulloso. Bajaste
gallardo y triunfante o, tal vez, mis ojos inocentes y deslumbrados te vieron
así.
Pasado un tiempo la cambiaste por una Siambretta. ¡Cuánto paseábamos
por la ciudad en esa motoneta. Circulábamos seguros por esas calles mucho más
tranquilas que hoy. Mami iba sentada atrás, cruzando los tobillos y sosteniendo
la pollera con una mano para que no se vieran las rodillas. Claro, no usaba
pantalones y no se sentaba a caballito. Yo iba acomodada en el hueco de
adelante sintiendo el vientito que volaba mi flequillo. Salíamos de paseo con
un matrimonio amigo y su hijo. Ellos usaban una poderosa Gilera.
Un día progresó la familia. Llegaste a casa con un Citroën. ¡Cuatro
ruedas! El sueño hecho realidad. Fue gauchito el patito feo, llegamos a Buenos
Aires. Otro día cruzamos una calle inundada, que otros autos más grandes no se
animaban a transitar. Se atrevieron cuando el Citroën surcó el gran charco.
Años después, siendo vos maduro y yo una jovencita, llegó a casa el
Unión, también usado, pero más lindo. Recuerdo que con él ibas a buscarme los
domingos a los bailes del Club Provincial. Voces de varias chicas lo llenaban
comentando las conquistas y las decepciones. Varios años después, siendo ya
abuelo, lograste tener el cero kilómetro: un Renault 12 blanco. Lo disfrutaste
hasta que luego de mucho tiempo no te renovaron la licencia de conducir.
¡Cuánto sufriste! ¡Cómo te costó asimilarlo! Pero todo pasa. Vos también
pasaste.
¡Ah! Cómo me gustaría tener
la ingenua imaginación de un niño y pensar que estás recorriendo una nube
montado en rollers y haciendo
equilibrio como el día que cruzaste el puentecito de Cafferata y Viamonte.
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