domingo, 10 de septiembre de 2017

Papá motorizado

Lidia Cieri

Desde la ventanilla del colectivo veía el intenso tráfico parado ante el semáforo de 27 de febrero y Ovidio Lagos.
De pronto, pensé que hace cincuenta años no imaginábamos que el parque automotor crecería tanto.
En ese momento te recordé, papi, joven, muy joven, montado en tu primera moto, bah, motito. Creo que se llamaba Legnano. Los abuelos, mami y yo te esperábamos en la puerta y, desde ahí, te veíamos haciendo equilibrio para pasar por el puentecito de la zanja de nuestro barrio de calles de tierra. El puente era angosto, justo para que un peatón pasara cómodo. “Se cae”, pensamos; pero, no, pasaste indemne la prueba.
Vos, que tal vez de niño solo usaste alguna bici prestada. La motito era blanca o crema. No logró recordarla bien, porque yo tendría ocho o nueve años en la segunda mitad de la década del cincuenta. Estabas chochísimo con tu vehículo. Paraste a nuestro lado y la mostraste orgulloso. Bajaste gallardo y triunfante o, tal vez, mis ojos inocentes y deslumbrados te vieron así.
Pasado un tiempo la cambiaste por una Siambretta. ¡Cuánto paseábamos por la ciudad en esa motoneta. Circulábamos seguros por esas calles mucho más tranquilas que hoy. Mami iba sentada atrás, cruzando los tobillos y sosteniendo la pollera con una mano para que no se vieran las rodillas. Claro, no usaba pantalones y no se sentaba a caballito. Yo iba acomodada en el hueco de adelante sintiendo el vientito que volaba mi flequillo. Salíamos de paseo con un matrimonio amigo y su hijo. Ellos usaban una poderosa Gilera.
Un día progresó la familia. Llegaste a casa con un Citroën. ¡Cuatro ruedas! El sueño hecho realidad. Fue gauchito el patito feo, llegamos a Buenos Aires. Otro día cruzamos una calle inundada, que otros autos más grandes no se animaban a transitar. Se atrevieron cuando el Citroën surcó el gran charco.
Años después, siendo vos maduro y yo una jovencita, llegó a casa el Unión, también usado, pero más lindo. Recuerdo que con él ibas a buscarme los domingos a los bailes del Club Provincial. Voces de varias chicas lo llenaban comentando las conquistas y las decepciones. Varios años después, siendo ya abuelo, lograste tener el cero kilómetro: un Renault 12 blanco. Lo disfrutaste hasta que luego de mucho tiempo no te renovaron la licencia de conducir. ¡Cuánto sufriste! ¡Cómo te costó asimilarlo! Pero todo pasa. Vos también pasaste.
¡Ah! Cómo me gustaría tener la ingenua imaginación de un niño y pensar que estás recorriendo una nube montado en rollers y haciendo equilibrio como el día que cruzaste el puentecito de Cafferata y Viamonte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario