martes, 19 de septiembre de 2017

Un pedacito de mi historia III

Mónica Duhalde

A los doce años nos mudamos de casa, construida, como se acostumbraba en esos años por papá, tíos y todos supervisados por mi abuelo paterno, Salustiano Duhalde. Mientras se construía, vivíamos a dos cuadras en la casa de mis abuelos, también hecha por la familia. Esa vivienda tenía un patio adelante, donde se encontraba un hermoso árbol de jazmín del Paraguay, que inundaba con su perfume la habitación de mis padres. Al costado de la casa había un pasillo, que comunicaba con la parte de atrás y desembocaba en otro gran patio.
Por las tardes, mi madre acostumbraba a dormir su siesta, que todavía hace. Para que no saliéramos a la puerta, nos permitía que vinieran nuestros amigos, cada uno con su bici, triciclo, karting y jugábamos carreras, dábamos vueltas por el patio de adelante, seguíamos por el pasillo y terminábamos en el patio trasero. No creo que mamá pudiera descansar mucho con tanto barullo.
En ese patio también se armaban lindos partidos de fútbol, siempre alentados por el abuelo Juan. Me viene a la memoria que cuando llovía mucho y, al no contar con el emisario 9, toda esa zona se inundaba. El agua entraba a las casas y había que levantar los muebles, muchos de los cuales se arruinaban. Ya de más grande entendí la tristeza y angustia de mis padres. En ese entonces, nosotras jugábamos en el agua. Una de las veces el agua tardó varios días en retirarse y, para que no enfermáramos, nos mandaron a casa de mis abuelos. Mis padres quedaron cuidando la casa.

Al mudarnos sentí cómo nuestra infancia se terminaba y comenzaba una nueva etapa en nuestras vidas: la adolescencia.

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