Por José Mario Lombardo
En marzo de 1971 comenzaban los trabajos para la ejecución
del “Emisario 9”. Este conducto pluviocloacal
cruza gran parte de la ciudad de Rosario, nace en el oeste y se dirige por la
zona norte rumbo al río desembocando en el Paraná a la altura de calle Vélez
Sarsfield. Se diseñó con la idea de sanear prácticamente toda la cuenca hídrica
de Rosario, atenuando las continuas inundaciones en la zona y solucionando la
carencia de desagües cloacales.
El enorme conducto corre por el centro de distintas calles y
fue construido a cielo abierto en ciertos tramos y en túnel en otras partes de
su recorrido, dependiendo principalmente de la profundidad. Este conducto
troncal, luego se complementaría con emisarios secundarios que con su aporte,
completarían la red de desagües.
Corría el año 1969 y con mis compañeros estábamos cursando
los últimos tramos de nuestra carrera de ingeniería civil, cuando vimos en los
transparentes de la facultad una invitación para colaborar en el cálculo
estructural del conducto, ofreciéndose una beca de estudios para aquellos que
quisieran participar.
Varios fuimos a ofrecer nuestro aporte y se conformó, con la
dirección del ingeniero Bender, en el Departamento de Mecánica Aplicada un
interesante equipo de trabajo.
Un grupo se dedicaría al estudio de suelos de la zona y otro
se abocaría al cálculo del conducto propiamente dicho. Los trabajos de
nivelación, delimitación de la cuenca, cálculo de caudales para definir las
dimensiones del conducto en los distintos tramos y la profundidad y pendiente
del mismo habían estado a cargo de un equipo formado en la Dirección de
Hidráulica de la Municipalidad, bajo la dirección del ingeniero Miglierini.
Voy a evitar mencionar otros nombres, pues esto lo estoy
haciendo sin buscar elementos o informaciones mas allá de las que me
proporciona la memoria y no quisiera olvidar a algunos de aquellos que
participaron en ese equipo de trabajo.
Aboquémonos entonces a describir el tipo de conducto que
debíamos calcular. Era el mismo en varias parte del trayecto de sección
circular y en sus tramos de mayor tamaño una especie de elipse acostada, de
manera que se optó por simplificar su forma considerando un arco en la parte
superior y dos contrafuertes laterales que unían por debajo el fondo curvo que
lo definimos como una viga curva apoyada sobre apoyos elásticos. Estos apoyos
venían a ser simplemente el terreno sobre el cual se posaría el conducto.
Otras de las premisas consistía en lograr un conducto de
paredes de hormigón armado lo más delgadas posible, contra la tradicional
conformación de estos conductos que tenían paredes de gran espesor. Esto nos
llevaba a estudiar, por otro lado, el tipo de hormigón a utilizar para hacerlo
resistente a los efluentes que transportaría el conducto; pero digamos que eso
sería otro asunto que en este momento dejaremos de lado.
Planteadas las cosas así, recordemos en un pantallazo de qué
elementos disponíamos para encarar el cálculo. Digamos que la base teórica
dependía mucho de nosotros y la teníamos a nuestro alcance. Yo trabajé sobre la
viga curva de la base. En este aspecto, se conocía todo lo concerniente al
comportamiento de vigas apoyadas sobre apoyos elásticos en todo su trayecto;
pero poco se podía encontrar con respecto a una viga que se curvaba y, además,
esas curvas variaban de radio. Fue así como, estudiando los distintos sectores
de la dichosa viga, llegamos a un sistema de ecuaciones que si mal no recuerdo
era de veinticuatro ecuaciones con veinticuatro incógnitas, donde los elementos
de esas ecuaciones eran además expresiones trigonométricas o logarítmicas
propias de las soluciones de ecuaciones diferenciales que interpretaban las
deformaciones del dichoso conducto. Esto ya superaba nuestras posibilidades en
cuanto a capacidad operativa para resolver sistemas de ecuaciones tan
complejos.
Desde el punto de vista de los elementos tecnológicos con
que se contaba para resolver estos intríngulis; disponíamos en el Departamento de
máquinas mecánicas de cálculo que nos permitían sumar, multiplicar, dividir y
obtener raíces cuadradas, además contábamos con nuestra inefable regla de
cálculo, muy útil pero con grandes posibilidades de acumular errores; y, por
último, habíamos recibido lo que podemos definir como las primeras computadoras
portátiles, que eran un poco más grandes que una máquina de escribir, se
programaban por sistemas de tarjetas magnéticas y ni pensar de disponer de
visores de manera que los resultados se imprimían en papel y sus memorias eran
tan limitadas como la mía.
Tanto usamos esas máquinas que al poco tiempo ya éramos
verdaderos expertos en programar las más extrañas operaciones.
Pero, insisto, resolver con esas máquinas aquellos dichosos
sistemas de ecuaciones nos resultaba tarea imposible de realizar, de modo que
tuvimos que recurrir al Centro de Cómputos de la Universidad Nacional de
Rosario. Sus integrantes serían los encargados de sacarnos del agua con la
ayuda de “Doña Berta”. Era esta buena señora del tamaño de un mueble grande y,
encima, necesitaba de una habitación con aire acondicionado; si no, se negaba a
trabajar. “Doña Berta” en realidad era una máquina IBM 1130, que primero estuvo
en el edificio de avenida Pellegrini para luego pasar a La Siberia, como se
conoce a la Ciudad Universitaria de Rosario. Esa máquina trabajaba con el
sistema de tarjetas perforadas y tenía tan solo 8 kb de memoria, digamos que
prácticamente nada; pero fue con la pericia de los técnicos a cargo del Centro
de Cómputos que finalmente pudimos contar con los resultados necesarios para
llevar adelante nuestro cálculos. Esos resultados eran emitidos por la
computadora en unas inmensas planillas, que permitían descifrar los números que
interpretaban el comportamiento de la parte inferior del caño.
Esos resultados, por fin, marcharían a unirse y
complementarse con los del arco superior para obtener los resultados
definitivos.
Lo más interesante de este relato, dejando de lado las
alternativas del cálculo y la importancia del Emisario 9, es que nos permite
vislumbrar como se ha ido acelerando en los últimos tiempos la disponibilidad
de herramientas que nos permitan acceder con mayor agilidad a las más diversas
tareas: entre 1930 y 1970 teníamos máquinas de calcular mecánicas, reglas de
cálculo, sistemas gráficos para resolver ciertos problemas, tableros de dibujo,
máquinas de escribir, teléfonos fijos, etcétera. A partir de 1980, todo eso
comienza a ser remplazado por el uso de la computadora que hoy ya es portátil,
con programas cada vez más accesibles, y desaparecen: la regla de cálculo, el
tablero de dibujo, la máquina de escribir; aparece internet y comienza a
cambiar todo el sistema de comunicaciones y de almacenamiento de datos.
Quizá podamos preguntarnos si todo esto ha sido bueno o malo.
Digamos que no hay respuesta certera al respecto; pero podemos asegurar que,
como siempre, será el hombre o la mujer quien determine el buen uso de la
tecnología disponible. Siempre la tecnología necesaria y no la última será la
mejor, y siempre la aplicación adecuada de la misma nos otorgará el resultado
más satisfactorio.
Seguramente todo seguirá evolucionando y mientras por un
lado aparezcan nuevas tecnologías innovadoras; por el otro, la premisa será la
de continuar con la tarea de aprender a utilizarlas y aplicarlas con el mejor
de los criterios.
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