martes, 28 de octubre de 2014

Una historia bajo tierra

Por José Mario Lombardo

En marzo de 1971 comenzaban los trabajos para la ejecución del “Emisario 9”. Este conducto pluviocloacal cruza gran parte de la ciudad de Rosario, nace en el oeste y se dirige por la zona norte rumbo al río desembocando en el Paraná a la altura de calle Vélez Sarsfield. Se diseñó con la idea de sanear prácticamente toda la cuenca hídrica de Rosario, atenuando las continuas inundaciones en la zona y solucionando la carencia de desagües cloacales.
El enorme conducto corre por el centro de distintas calles y fue construido a cielo abierto en ciertos tramos y en túnel en otras partes de su recorrido, dependiendo principalmente de la profundidad. Este conducto troncal, luego se complementaría con emisarios secundarios que con su aporte, completarían la red de desagües.
Corría el año 1969 y con mis compañeros estábamos cursando los últimos tramos de nuestra carrera de ingeniería civil, cuando vimos en los transparentes de la facultad una invitación para colaborar en el cálculo estructural del conducto, ofreciéndose una beca de estudios para aquellos que quisieran participar.
Varios fuimos a ofrecer nuestro aporte y se conformó, con la dirección del ingeniero Bender, en el Departamento de Mecánica Aplicada un interesante equipo de trabajo.
Un grupo se dedicaría al estudio de suelos de la zona y otro se abocaría al cálculo del conducto propiamente dicho. Los trabajos de nivelación, delimitación de la cuenca, cálculo de caudales para definir las dimensiones del conducto en los distintos tramos y la profundidad y pendiente del mismo habían estado a cargo de un equipo formado en la Dirección de Hidráulica de la Municipalidad, bajo la dirección del ingeniero Miglierini.
Voy a evitar mencionar otros nombres, pues esto lo estoy haciendo sin buscar elementos o informaciones mas allá de las que me proporciona la memoria y no quisiera olvidar a algunos de aquellos que participaron en ese equipo de trabajo.
Aboquémonos entonces a describir el tipo de conducto que debíamos calcular. Era el mismo en varias parte del trayecto de sección circular y en sus tramos de mayor tamaño una especie de elipse acostada, de manera que se optó por simplificar su forma considerando un arco en la parte superior y dos contrafuertes laterales que unían por debajo el fondo curvo que lo definimos como una viga curva apoyada sobre apoyos elásticos. Estos apoyos venían a ser simplemente el terreno sobre el cual se posaría el conducto.
Otras de las premisas consistía en lograr un conducto de paredes de hormigón armado lo más delgadas posible, contra la tradicional conformación de estos conductos que tenían paredes de gran espesor. Esto nos llevaba a estudiar, por otro lado, el tipo de hormigón a utilizar para hacerlo resistente a los efluentes que transportaría el conducto; pero digamos que eso sería otro asunto que en este momento dejaremos de lado.
Planteadas las cosas así, recordemos en un pantallazo de qué elementos disponíamos para encarar el cálculo. Digamos que la base teórica dependía mucho de nosotros y la teníamos a nuestro alcance. Yo trabajé sobre la viga curva de la base. En este aspecto, se conocía todo lo concerniente al comportamiento de vigas apoyadas sobre apoyos elásticos en todo su trayecto; pero poco se podía encontrar con respecto a una viga que se curvaba y, además, esas curvas variaban de radio. Fue así como, estudiando los distintos sectores de la dichosa viga, llegamos a un sistema de ecuaciones que si mal no recuerdo era de veinticuatro ecuaciones con veinticuatro incógnitas, donde los elementos de esas ecuaciones eran además expresiones trigonométricas o logarítmicas propias de las soluciones de ecuaciones diferenciales que interpretaban las deformaciones del dichoso conducto. Esto ya superaba nuestras posibilidades en cuanto a capacidad operativa para resolver sistemas de ecuaciones tan complejos.
Desde el punto de vista de los elementos tecnológicos con que se contaba para resolver estos intríngulis; disponíamos en el Departamento de máquinas mecánicas de cálculo que nos permitían sumar, multiplicar, dividir y obtener raíces cuadradas, además contábamos con nuestra inefable regla de cálculo, muy útil pero con grandes posibilidades de acumular errores; y, por último, habíamos recibido lo que podemos definir como las primeras computadoras portátiles, que eran un poco más grandes que una máquina de escribir, se programaban por sistemas de tarjetas magnéticas y ni pensar de disponer de visores de manera que los resultados se imprimían en papel y sus memorias eran tan limitadas como la mía.
Tanto usamos esas máquinas que al poco tiempo ya éramos verdaderos expertos en programar las más extrañas operaciones.
Pero, insisto, resolver con esas máquinas aquellos dichosos sistemas de ecuaciones nos resultaba tarea imposible de realizar, de modo que tuvimos que recurrir al Centro de Cómputos de la Universidad Nacional de Rosario. Sus integrantes serían los encargados de sacarnos del agua con la ayuda de “Doña Berta”. Era esta buena señora del tamaño de un mueble grande y, encima, necesitaba de una habitación con aire acondicionado; si no, se negaba a trabajar. “Doña Berta” en realidad era una máquina IBM 1130, que primero estuvo en el edificio de avenida Pellegrini para luego pasar a La Siberia, como se conoce a la Ciudad Universitaria de Rosario. Esa máquina trabajaba con el sistema de tarjetas perforadas y tenía tan solo 8 kb de memoria, digamos que prácticamente nada; pero fue con la pericia de los técnicos a cargo del Centro de Cómputos que finalmente pudimos contar con los resultados necesarios para llevar adelante nuestro cálculos. Esos resultados eran emitidos por la computadora en unas inmensas planillas, que permitían descifrar los números que interpretaban el comportamiento de la parte inferior del caño.
Esos resultados, por fin, marcharían a unirse y complementarse con los del arco superior para obtener los resultados definitivos.
Lo más interesante de este relato, dejando de lado las alternativas del cálculo y la importancia del Emisario 9, es que nos permite vislumbrar como se ha ido acelerando en los últimos tiempos la disponibilidad de herramientas que nos permitan acceder con mayor agilidad a las más diversas tareas: entre 1930 y 1970 teníamos máquinas de calcular mecánicas, reglas de cálculo, sistemas gráficos para resolver ciertos problemas, tableros de dibujo, máquinas de escribir, teléfonos fijos, etcétera. A partir de 1980, todo eso comienza a ser remplazado por el uso de la computadora que hoy ya es portátil, con programas cada vez más accesibles, y desaparecen: la regla de cálculo, el tablero de dibujo, la máquina de escribir; aparece internet y comienza a cambiar todo el sistema de comunicaciones y de almacenamiento de datos.
Quizá podamos preguntarnos si todo esto ha sido bueno o malo. Digamos que no hay respuesta certera al respecto; pero podemos asegurar que, como siempre, será el hombre o la mujer quien determine el buen uso de la tecnología disponible. Siempre la tecnología necesaria y no la última será la mejor, y siempre la aplicación adecuada de la misma nos otorgará el resultado más satisfactorio.
Seguramente todo seguirá evolucionando y mientras por un lado aparezcan nuevas tecnologías innovadoras; por el otro, la premisa será la de continuar con la tarea de aprender a utilizarlas y aplicarlas con el mejor de los criterios.


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