martes, 14 de octubre de 2014

Despedida, show y fuga

Por Luis Zandri

Nos ubicamos en los años de gobierno militar y terrorismo de Estado por un lado; por el otro, subversión, militancia y atentados.
Yo trabajaba en Córdoba y Bulevar Oroño, en “La Comercial de Rosario Compañía. Argentina de Seguros SA”, que tuvo una trayectoria de 67 años, desde 1925 hasta el 2 de septiembre de 1992, día en que cerró sus puertas.
Un compañero de trabajo, el gringo “Luiggi”, se iba de viaje a los Estados Unidos por seis meses, por lo que nos pusimos en campaña para organizarle una despedida. Otros dos compañeros, el negro Crisci y el chino Suárez, habían alquilado para un sábado un bar en calle Callao entre Avenida Wheelright y Güemes, en pleno barrio Pichincha. Las dos manzanas ubicadas entre Wheelright, Rodríguez, Güemes y Ovidio Lagos eran de cuidado y poco recomendables.
Había dos bares en las dos esquinas frente a la estación de trenes Rosario Norte. Uno se llamaba “Los Colonos” y el otro, del que no recuerdo el nombre, era regenteado por gitanos y la clientela era en su mayoría de esa colectividad.
En esas dos manzanas había varios hoteles, algunos de baja categoría, pensiones, conventillos, negocios de distintos ramos y en la esquina de Wheelright y Ovidio Lagos funcionaba el “Varieté Panamericano”, mezcla de nigh club y cabaret, donde se ofrecían shows con música, canto, baile, humoristas, magos y vedettes.
Además, se encontraba gran cantidad de prostitutas merodeando por esas calles o en las puertas de los hoteles a la espera de clientes, borrachos en los bares o en las calles durmiendo la “mona” en cualquier rincón. Riñas y peleas estaban a la orden del día y había algún que otro tiroteo con bastante frecuencia; y, en consecuencia, en el momento menos pensado se producían razzias, efectuadas por la Policía o el Ejército.
Cuando comenzamos a hablar de la despedida, el Negro y el Chino ofrecieron el bar, ya que allí teníamos todo lo que necesitábamos para organizarla, incluida la comida.
Llegó el día elegido y allá fuimos; éramos más o menos 30 personas en total, 28 hombres y 2 mujeres. Un grupo permanecía dentro del local y el resto estábamos afuera charlando y bromeando, haciendo lo que hoy los jóvenes llaman “la previa”. Un coloradito pecoso, como todos ellos, tenía un Renault 4L, el famoso “Correcaminos”, de color verde, que había estacionado frente a las puertas del bar. De pronto apareció entre nosotros una mujer morocha, maciza, muy obesa, calculo que debía de pesar más o menos 130 kilos.
Enseguida, se enganchó a charlar y bromear con nosotros, y los muchachos ni lerdos ni perezosos fueron subiendo de tono con las bromas hasta que en una esas ella se enojó y no tuvo mejor idea que depositar su humanidad con todas sus fuerzas sobre el capó del pobre “Correcaminos”, que no aguantó el peso y se hundió. ¡El colorado la quería matar!
Después, se calmaron los ánimos y seguimos con las charlas y las risas, hasta que a alguien se le ocurrió una “brillante” idea: proponerle a nuestra nueva amiga que hiciera un striptease en el bar. Al principio ella se negó, pero tanto le insistieron diciéndole que la iba a pasar bien, que había buena comida y que se iba a divertir, que finalmente cambió su parecer y aceptó.
Fue transcurriendo la cena normalmente, luego el postre, charla va, charla viene, hasta que por fin llegó el momento esperado: ¡el striptease!
Bajaron las persianas del bar, la ubicaron a ella en uno de los ángulos del salón, se escuchó una música lenta y sensual, adecuada para el caso y… comenzó a quitarse una a una sus ropitas. Puedo asegurar que cuando quedó desnuda, rogaba que la taparan, sinceramente, no fue un espectáculo agradable.
¡Justo en ese momento sonó la voz de alarma! Unos de los muchachos que oficiaba de “campana” gritaba: ¡Una razzia! ¡Llegaron los soldados!
A la stripper la vistieron en un santiamén, nadie sabía qué hacer. Si nos quedábamos adentro, nos llevaban a todos; así, que… fue ¡“sálvese quien pueda! A correr cada uno por su lado y que Dios nos ayude.
Habían clausurado la calle colocando un camión cruzado en cada una de las esquinas. Yo salí para el lado de calle Güemes, como en las películas de acción, corriendo agachado y a toda velocidad, y tuve la suerte de evadir a los soldados, lo mismo que la mayoría de mis amigos.
Lamentablemente, un grupo de ocho o nueve no pudieron hacerlo, ya que a ellos los retuvieron, los subieron a los camiones y se los llevaron detenidos, pese a que tenían documentos.
Yo, por mi parte, estaba muy nervioso y con un susto mayúsculo. Anduve deambulando un rato por los alrededores hasta que decidí caminar las 40 a 45 cuadras aproximadamente hasta llegar a mi casa en barrio Arroyito.
El lunes cuando fuimos a trabajar nos enteramos que uno de los muchachos, con alma de héroe o de inconsciente, persiguió a los camiones con su auto, gritándoles a los soldados que los soltaran, que no habían hecho nada malo y que eran compañeros de trabajo. Tuvo suerte de que no lo llevaran también a él. Después, se comunicó con el gerente de la empresa, quien a su vez lo hizo con el abogado y finalmente él se ocupó de averiguar cuál era la situación de los detenidos. Posteriormente, luego de recibir una reprimenda y de estar unas cuantas horas detenidos, los liberaron en la mañana del domingo.
Este fue el hecho que me tocó vivir más de cerca relacionado con una intervención militar de las que tan comunes eran por esos tiempos, ya que había razzias todos los días a cualquier hora y por toda la ciudad de Rosario.

1 comentario:

  1. ¡Que época amigo! me tocó estar en una razzia donde hasta se llevaron a los músicos.

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