miércoles, 15 de octubre de 2014

Fiestas patrias

Por Susana O.

Cada 25 de Mayo, 20 de Junio o 9 de Julio era una fiesta para la familia: íbamos todos a la esquina de Dorrego y Córdoba, porque por allí pasaba el desfile militar. Salía del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, en Moreno y Córdoba y se iniciaba en ese lugar. Pasaban los efectivos, los Granaderos a Caballo, los soldados conscriptos, los tanques, camiones, jeeps, cañones en sus cureñas. ¡Cómo aplaudíamos cuando pasaban los abanderados! Cada chico llevaba una banderita y una escarapela inmensa. Tanto la banderita como la escarapela la habíamos hecho nosotros mismos con cinta y papel azul y blanco. Muchas veces la hacíamos en la escuela para prepararnos para la celebración.
Toda una fiesta. Después del desfile en casa, en familia, nos esperaban empanadas o locro.
Hoy se han perdido los desfiles, el sentido de los colores celeste y blanco. Hasta nos han quitado el orgullo de celebrar nuestros símbolos y nuestro Ejército en las fechas memorables, y estas se han cambiado para poner en su lugar multitudinarios actos partidistas.
Había una fiesta que era muy especial en la Plaza San Martín: la conmemoración de la muerte del libertador José de San Martín cada 17 de agosto a las 15, hora de su muerte. Antes de las tres de la tarde, se reunían en el palco –previamente levantado en el centro de la plaza frente al Monumento– las autoridades civiles, militares y religiosas; y, además, se conglomeraba frente al palco numeroso público, entre los que estábamos todos los vecinos, especialmente los chicos. Para esa fecha, venía la banda del Ejército y tocaba marchas militares hasta que llegaban las tres de la tarde.
Entonces un toque de clarín que mantenía su nota lastimera durante un minuto, exigía silencio total de todos los presentes. Era un minuto de silencio en homenaje al héroe de la libertad sudamericana. El toque de silencio era verdaderamente emocionante, todos teníamos un nudo en la garganta. Después se izaba la bandera a media asta, entonábamos el Himno Nacional, se llevaba una ofrenda floral al pie del monumento y luego venían los discursos. En este punto, generalmente, los chicos nos dispersábamos en búsqueda de emociones más contundentes.
Aparecía siempre por ese entonces –alrededor del año 1953– un vendedor de diarios al que apodábamos “Jabalí”, no sé bien por qué. Siempre vociferaba periódicos y revistas en la zona de la plaza. Los chicos lo seguíamos y le gritábamos su apodo, cosa que lo hacía enojar mucho. Siempre, aún desde la mañana temprano, estaba totalmente borracho, se tambaleaba para caminar y tenía la lengua dura para hablar. A pesar de eso, no se equivocaba con los vueltos. Lo habíamos probado muchas veces al comprarle el Billiken. Siempre desaliñado, sudoroso, con los diarios bajo el brazo y una bolsita de tela al costado del cinturón donde llevaba el dinero que juntaba de las ventas. No era recomendable arrimarse demasiado a él por dos razones, una porque repartía coscorrones a diestra y siniestra y otra, porque olía muy mal: a orines, a transpiración, a bebida. Nosotros lo sabíamos muy bien.
En una oportunidad, en el momento más solemne del toque de clarín se paró en medio de la plaza frente al monumento y con la lengua entumecida, levantando el brazo que le dejaban libres los periódicos y erguido su dedo índice, gritó: “Viva la Patria, aunque yo perezca”.
Los ojos de las autoridades militares que hacían una respetuosa venia se abrieron como pelotas ante tamaño insulto. ¡Un borracho! Se movían inquietos en el palco. Todos esperaban que alguien acabara con esa situación. Mientras el clarín seguía su son.
El problema era que Jabalí no se conformó con “morir una sola vez”, lo siguió repitiendo hasta que vino el guardián de la plaza –al que nosotros llamábamos “Cuero de Vaca” seguramente, hoy lo pienso, por su vitiligo– y lo sacó a la rastra. Y aun sacado del medio continuaba ofreciendo su vida por la Patria. Fue necesario ayudar al guardián, porque Jabalí se había sentado en el suelo, con sus diarios, olvidados, y continuaba haciendo su homenaje personal, vivando a la Patria, ofreciendo su vida y desparramando sopapos a todos los que trataban de sacarlo del lugar.
Exceptuando esta vez en que Jabalí se sintió motivado al Holocausto, el 17 de agosto era un homenaje sentido y compartido por todos. Otras épocas, otros valores, otros objetivos.

4 comentarios:

  1. Fue una época donde los valores y signo patrios eran respetados, donde los colores patrios tenían un significado. Hoy solo se respetan para los partidos de la selección de fútbol.
    ¡Como hemos cambiado!

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    1. Hemos cambiado para tantas cosas... Me duele el olvido de nuestra historia.
      susana

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  2. QUE DISTINTOS A LOS ACTOS DE MI PUEBLO EN ESOS AÑOS, EN LO QUE SE REFIERE A DESFILES MILITARES, PERO QUE PARECIDOS EN RESPETO, IMPORTANCIA DE LA FECHA Y ESCARAPELAS EN LOS PECHOS DE GUARDAPOLVOS BLANCOS. CUANTO PERDIMOS!

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  3. Hermoso relato, lleno de colores e imágenes que vienen a mi mente. Gracias por tan lindos recuerdos, Ana Inés.-

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