miércoles, 1 de octubre de 2014

Recuerdos de mi infancia: el barquillero, picaditos de fútbol y el velero navegando en el Laguito

Por Alberto Matías Nicolorich

Comienza esta narración, entremezclada con varios tópicos de imágenes imborrables en mi mente que marcaron a fuego mi hermosa niñez, compartida con primos, tíos, amigos con los cuales se desarrolla esta historia
Corría el año 1950 y con mis primeros cinco años pasan por mi mente pantallazos de una niñez vivida a pleno, pues mi casa y la de mis primos de Rosario era el lugar de encuentro de nuestros padres y nosotros casi todos los fines de semana; y entre los muchos primos de todas las edades que nos juntábamos, transcurría nuestra vida en esa hermosa casa de dos plantas que mis tíos alquilaban en pleno Bulevar Oroño y Córdoba, frente al colegio Marista.
En planta alta vivían mis tíos con sus hijos, dos mujeres y siete varones, y en la de abajo también tíos con cinco mujeres y un varón. Cuando nos juntábamos a comer éramos un batallón de chicos corriendo por todos los rincones de la casa, pero todo era cuestión de organización. A la hora del almuerzo, armábamos equipos para poner la mesa, otros para levantar los platos y los más grandes a servir. Todo trascurría en forma ordenada y mientras los más grandes lavaban, nosotros salíamos a jugar.
También ocurrieron dos acontecimientos que me marcaron, uno el fallecimiento de mi tía Mari, que se la veló en la cama y todos a su alrededor. Y el otro, de alegría, el casamiento de mi tía Margó, la menor de las hermanas de mi madre, que también se realizó en la casa de arriba.
En el bulevar, las palmeras a la tarde esparcían su sombra sobre nuestras cabezas y veíamos todo tipo de formas, que se iban adueñando del atardecer, hora en que infaltablemente pasaba el Barquillero, ese personaje que esperábamos alborozados. Cuando escuchábamos su silbato agudo y su típico “Bar… qui… lleroo”, lo esperábamos ansiosos. Venía de calle Santa Fe hacia Córdoba, vestido con una chaqueta blanca. No era muy alto, tenía cabello canoso y una gorra tipo marinero, pantalones al tono y zapatillas o alpargatas blancas
El Barquillo era un tubo redondo de acero inoxidable y en la parte superior tenía una tapa con una flecha que giraba sobre un tablero de ruleta que tenía números del uno al tres y que, según dónde paraba la flecha, era la cantidad de barquillos que te ganabas. Era una fiesta, pues todo se compartía y nos sentábamos en los bancos o en el suelo a disfrutar y a contar historias, algunas reales y otras inventadas de acuerdo a la imaginación del que la relataba.
En esa época el colegio Marista tenia adelante, sobre el bulevar, una cancha de futbol en la que hacíamos unos picaditos, luego de armar la pelota con trapos viejos o no tanto y una media de muselina que siempre había en algún costurero.
Otras veces, íbamos con mi tío Luis al “Laguito”, que queda en el boulevard y las vías, donde hoy se realizan las ferias. Allí, hacíamos navegar un velero de tres mástiles construido por él por las aguas a veces encrespadas por el viento; y, luego de disfrutar de la tarde, volvíamos caminando a la casa.

Cuando caía la tarde emprendíamos el regreso a San Lorenzo por la ruta 11, parte de pavimento y parte de tierra. Luego de un reparador baño, cenábamos todos juntos y a dormir, mientras mis padres se quedaban en una larga sobremesa.

2 comentarios:

  1. Que lindo relato Alberto, un boulevard visto de otra manera, con esas antiguas casas mezclas de estilos, pero señoriales.
    El barquillero es una novedad para mi, lo oí nombrar pero nunca lo conocí. Celebro que tu niñez haya sido tan buena.
    Un abrazo.

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  2. Me encantan las familias numerosas y lo que relatás sobre ellas. Felicitaciones!
    Susana Olivera

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