martes, 14 de octubre de 2014

Accidente en un acto escolar

Por Susana Olivera

Debe de haber sido alrededor de 1960 que ocurrió lo que ahora voy a contar. Le llevo once años a mi hermano más chico y ese día debí acompañarlo a la escuela, porque participaba en el acto del “Día de la Raza”.
Siempre me preocupó eso de “Día de la Raza”. ¿Día de qué raza, de la de los descendientes de españoles, la de los europeos, la de mi padre, hermosa mezcla entre española e indígena, la de los indígenas, la de los negros?
Época de los Beatles, las luchas por los derechos de la mujer, la tevé, que se hacía cada vez más popular… Yo sentía inquietud por determinar qué se celebraba el 12 de octubre ¿La llegada de Cristóbal Colón a América, por supuesto, acontecimiento importantísimo? Pero ¿y el sometimiento y exterminio de los pueblos americanos?
Con esos pensamientos fui molesta, no por acompañar a mi hermano, cosa que hice siempre, sino porque él era nada menos que ¡Cristóbal Colón en ese “festejo”! Mamá le había hecho un bombachudo, medias largas, sombrero chato, y chaqueta larga con bordes irregulares. También llevaba un sable de juguete y una bandera.
Yo debía ayudarlo a vestirse y, luego, pasar a formar parte del numeroso público, ya que estaban invitados los padres y familiares de los alumnos y autoridades. La escuela Nº 64 “Teniente General Pablo Riccheri” está próxima al entonces Comando del Segundo Cuerpo de Ejército y se le había cursado invitaciones. Habían llegado ya –muy cumplidores– algunos uniformados. También irían autoridades del Ministerio de Educación. El “inspector”, con toda seguridad.
La fiesta era importantísima. Chicos de sexto repartían el programa de festejos cuando uno entraba a la escuela. Era una invitación en forma de librito que habían hecho ellos mismos. La tapa era una imagen de las tres carabelas navegando intrépidas guiadas por un enorme pájaro blanco y adentro había un papel mimeografiado con lo que se llevaría a cabo: Entrada de la Bandera de Ceremonias, Himno Nacional Argentino, Palabras alusivas al 12 de Octubre a cargo de la Señorita Mercedes Aguirre, Representación del desembarco por alumnos de 2º Grado, etcétera.
La escenografía era impresionante: en Carpintería –espacio al que solo concurrían los varones, porque las nenas tenían Labores– se habían hecho de madera balsa las tres carabelas, que medían por lo menos un metro cincuenta cada una y habían sido pintadas en “El Club de Niños Pintores”, por un grupo de chicos aficionados al dibujo; frente a ellas, unas olas de cartulina azul corrían de un lado a otro movidas de izquierda a derecha por dos alumnos de segundo grado. Había árboles hechos de madera con hojas de tela verde bajo los cuales se sentaban los “indios” en cuclillas. También matorrales de la altura de los árboles. Toda esa parafernalia estaba ubicada frente a una escalinata que tiene la escuela en el hall.
Los chicos debían disfrazarse en los salones de arriba. Allí, estaban las madres vistiéndolos con las armaduras de cartón, pintando a los “indios” con corcho quemado y convenciéndolos de que no se les veía nada con los breves taparrabos. Las “indias” llevaban un vestidito muy corto hecho con arpillera deshilachada y todos portaban grandes vinchas de plumas, seguramente pertenecientes algún plumero en desuso.
Allí, vestí a “Cristóbal Colón”. Todos estaban nerviosísimos, especialmente las maestras organizadoras. Corridas, préstamo del maquillaje, armado de las vinchas, que perdían las plumas; los dos varoncitos que hacían de curas se negaban terminantemente a salir con las sotanas también confeccionadas en arpillera y largas hasta el suelo; maestras enojadas; gritos y retos.
Yo, con mis altaneros dieciocho años y mis ideas sobre los derechos humanos, hoy agregaría de los pueblos originarios, sentía un desprecio soberano por todo ese esfuerzo que me parecía una burla a nuestros antepasados.
Comenzó la fiesta. Todo bien, grandes aplausos después de cada paso, gritos de admiración y sorpresa al ver la decoración de la representación de los chicos de segundo. Una alumna de sexto grado con el micrófono leía los pasos de la epopeya colombina: “Comenzaron a ver ramas flotantes y pájaros… Rodrigo de Triana grita desde la Pinta ‘tierra a la vista’…Colón sacó la bandera real y bajó desde la Santa María…”.
 Aplausos y más aplausos hasta que apareció “Cristóbal Colón”. Abrió una portezuela que tenía una de las carabelas, y, sable y bandera en mano, gritó: “¡Hombres, hombres desnudos!”
Salió blandiendo el sable con tal fuerza que pegó en la carabela de la cual había salido, la tumbó sobre la próxima y por efecto dominó fueron cayendo carabelas, árboles, matorrales y toda la escenografía quedó por el suelo mientras los “indios” salían disparando tratando de evitar que cayera sobre ellos la utilería de madera y cartón.
“Cristóbal Colón” estaba desconcertado, su sable mustio y con un “puchero” que le anidaba en su cara. Un silencio sepulcral envolvió a todos los presentes, hasta que se sintió una risita y otra y una carcajada general sacudió el techo de la escuela.
No valían los gritos de las maestras llamando al orden, el presuroso trabajo de voluntarios tratando de rearmar la escenografía, la voz de la directora que –micrófono en mano– trataba de minimizar el inconveniente.

“Cristóbal Colón” lloraba desconsolado cuando me acerqué para tratar de ayudar a recomponer y continuar la representación y una sonrisa mía muy escondida me acompañó mientras pensaba: “Nunca va a ser igual el desembarco de Colón. Acaba de cambiarse la historia”.

2 comentarios:

  1. Nos descubrieron, pero para que la iglesia y los reyes solo se interesaran por las riquezas de este suelo.
    Triste historia de nuestros aborígenes. Y nos enseñaron a festejar ... ¿Que?

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  2. Es muy bueno. La historia merecía ser revisada y ese pequeño colón lo hizo.

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