martes, 25 de junio de 2019

Cuatro historias y tres réplicas


Patricia Pérez

Corría el año 1976. Militares y subversión. Yo en mi mundo amor desenfrenado y la decisión del casamiento, porque venía Paula.
Paula, Paulita para los abuelos.
Casamiento y luego llega “la rubia más linda del barrio”, la que sería una gran compañera en la vida.
Paula es mi primera hija y es una luchadora. Es mi apoyo fundamental, cuando comencé con la empresa, y la hermana mayor haciendo de madre con sus hermanos más chicos.
Inteligente, de carácter fuerte, pero con un corazón henchido de amor por su familia y los demás.
Tuvo su mejor recompensa, poder ser mamá a los treinta y nueve años, después de varios intentos.
Nació Juan Ignacio, Juani para nosotros, mezcla de amor incondicional y torbellino.
1979. Asume Margaret Thatcher, la dama de hierro. Sony saca su primer watman y en Argentina, la embajada de los Estados Unidos documenta gran cantidad de archivos de desapariciones producidas por la dictadura militar.
Enero de 1979. Entre el calor y unas buenas cervezas fue concebido Sebastián, Seba para los amigos.
El 17 de octubre vino al mundo el primer varón de la familia.
“Nació Juan Domingo”, le bromeamos a mi suegro.
No supimos que sexo tenía hasta que nació, porque nuestra idea era sorprendernos, como lo habíamos hecho anteriormente.
Seba es el hijo varón, que comenzó con las charlas de fútbol con su papá. El que quiso cambiar de cuadro de fútbol, porque sus compañeros de escuela lo cargaban. El calavera a quien le gustaban tanto las mujeres y que muere por una de ellas: Morena, su hija, la dulce More que vive pensando en hacer dibujitos a su papá.
1981. El plan económico de Martínez de Hoz se derrumba ganado la inflación.
Muere Ricardo Balbín.
Sebastián, el bebé simpático de la familia, cambia de carácter. Se pone caprichoso.
No sabíamos qué le pasaba y es que nos estaba anunciando que venía otro integrante.
El 21 de octubre llega a nuestra vida el tercer hijo de la pareja.
Nace Martín. El larguirucho, flaquito y largo tuvo que pasar sus primeros días en la incubadora.
El sinvergüenza de la familia, que conoció todos los hospitales, porque siempre se accidentaba. El que pellizcaba a su hermano y éste se la devolvía y cobraba.
Tin, el jugador de fútbol habilidoso, el de los amores adolescentes que le regalaron lo más precioso de la vida: Naiara, mi primer amor de abuela, mi hermosa nieta que siguió la vocación de la danza árabe.
Pasaron los años, los chicos crecieron.
1987. Presidencia de Raúl Alfonsín. Elecciones legislativas.
Los chicos en edad escolar. Yo era joven aún y decido terminar mi carrera de Comunicación Social. Faltaban pocas materias. Pero, ¡oh, sorpresa!, venía Ignacio. ¡Sorpresa y media!
Otra vez a comprar cochecito, butaca y a lavar pañales. Sí, a lavar pañales, porque los descartables eran para ir al médico o para alguna salida. En esa época eran un lujo.
El 18 de diciembre llorando y con mucho hambre, nació Ignacio.
El pequeño gigante de la familia, que vino para cambiar los horarios y las costumbres. La hermana mayor se adueñó del bebé como su mamá. Nachito creció imitando a sus hermanos con la pelota abajo del brazo. Se hizo hombre entre escuela técnica y el fútbol.
Tiene una dulzura especial. Está en pareja y aún no tuvo hijos.
Mi vida disfruta de estas cuatro historias y sus réplicas, que cambiaron mi manera de ver las cosas.
No existe el mundo sin ellos.

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