Mirta Prince
¡Al fin! Cinco
de mayo, valijas listas.
Suena el
timbre, llega la combi de Manuel Tienda León. Partimos rumbo al aeropuerto de
Ezeiza. Desde allí, a Johannesburgo, Sudáfrica, con escala en San Pablo,
Brasil.
Varias horas
de viaje. A las siete veinticinco arribamos al aeropuerto sudafricano. Nos
recibió Sonia, guía de habla hispana, que nos acompañó los días que duró
nuestra estadía.
Luego, fimos
recorrer la ciudad, Pretoria y Soweto. Al día siguiente, comenzaría nuestro
safari en el Parque Nacional Kruger.
Muy de
madrugada, luego de desayunar, llego el micro del traslado. Empezamos a
recorrer la provincia de Mpumalanga, contemplando las maravillas de la zona:
impresionante belleza del Cañón de Rio Blyde y de la Ventana de Dios.
Al continuar,
después de transitar muchos kilómetros, llegamos a la reserva privada Moditlo
Lodge, donde nos alojaron y realizamos nuestros espectaculares safaris.
La
bienvenida muy cordial. Compartimos un fogón donde pudimos degustar cordero,
pollo y cerdo a la parrilla, con ensaladas propias del lugar y una polenta de
maíz blanco ¡exquisita!, no recuerdo cómo se llamaba.
Al siguiente
día, a las seis, comenzó nuestro safari en vehículos 4x4, descapotados
conducidos por rangers de habla
inglesa. Nos comentaron que íbamos en búsqueda de leones, elefantes,
rinocerontes, búfalos, hipopótamos, chitas, leopardos, jirafas y antílopes,
entre otros.
En grupos de
nueve nos internamos en la sabana con mucha vegetación, plantas espinosas,
arbustos, altos pastizales por senderos internos o entre los arboles según, si
el huellero viera, alguna pisada
reciente.
Hacía frío y
fue por eso que Dimo, detuvo la marcha y nos alcanzó ponchos de manta polar
impermeable.
No podíamos
menos que imaginar las impensadas aventuras que nos esperaban en este verde
paraíso.
Al oír
aleteos, trinos, rugidos, chillidos y berridos nos llenamos de entusiasmo, y un
poco de temor. No fue fácil encontrarlos. En algunos casos, en la laguna de
hipopótamos, al ver gente los animales se metieron abajo.
Ya habíamos
andado parte de las veinte mil hectáreas y solo vimos gacelas, impalas, ñus y
nuestros acompañantes decidieron preparar todo para un desayuno, donde el café
y las cositas dulces resultaron exquisitas.
Proseguimos,
con mucha emoción encontramos al individuo conocido como el “rey de la selva”,
que caminaba con mucha tranquilidad al lado del móvil. Recibimos
recomendaciones sobre los riesgos posibles.
Pasó el
tiempo y debíamos volver al alojamiento. Por la tardecita, regresamos al
safari, otra gran aventura, y así comenzar la búsqueda de los elefantes, que en
diversos montículos de excremento anunciaban que por allí andaban.
Al fin,
vimos una manada. Es increíble como arrancan o quiebran árboles para su
alimentación.
Marcharon a
la par del móvil sin inmutarse siquiera.
Al rato,
alguien dice haber visto rinocerontes entre unos matorrales, nos metimos por
allí y estuvimos a metros de ellos.
Ahí, hicimos
un picnic con cervezas, gaseosas y una picada donde perdimos la noción del
tiempo.
Es el
atardecer, pronto cae la noche y debemos irnos a descansar.
Al despuntar
el día, siguiente la ansiedad es inexplicable. Llegan los guías, se inicia otra
gran aventura.
El huellero va atento a las recientes
huellas, son de chitas. Algo que disfrutamos, porque después de andar toda la
noche, se disponían a descansar. Recién ahí vimos cebras y tres leones que nos
miraban desafiantes.
Andaba la
Guardia Forestal, en búsqueda de cazadores furtivos. No permitieron por
prevención tomarles fotos.
Dimo en su
idioma mezclado indica la llegada del mediodía y la hora del almuerzo.
El resto del
día transcurre sin novedades, admirando el paisaje. Un grupo de monos, posados
en la cerca de la posada, mostraban sus habilidades.
Allí,
cansados, pero felices, recordamos la aventura y nos lamentamos no haber
encontrados leopardos.
Todo fue
apasionante en ese mundo increíble y valió la pena realizar el paseo.
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