miércoles, 5 de junio de 2019

Safari


Mirta Prince

¡Al fin! Cinco de mayo, valijas listas.
Suena el timbre, llega la combi de Manuel Tienda León. Partimos rumbo al aeropuerto de Ezeiza. Desde allí, a Johannesburgo, Sudáfrica, con escala en San Pablo, Brasil.
Varias horas de viaje. A las siete veinticinco arribamos al aeropuerto sudafricano. Nos recibió Sonia, guía de habla hispana, que nos acompañó los días que duró nuestra estadía.
Luego, fimos recorrer la ciudad, Pretoria y Soweto. Al día siguiente, comenzaría nuestro safari en el Parque Nacional Kruger.
Muy de madrugada, luego de desayunar, llego el micro del traslado. Empezamos a recorrer la provincia de Mpumalanga, contemplando las maravillas de la zona: impresionante belleza del Cañón de Rio Blyde y de la Ventana de Dios.
Al continuar, después de transitar muchos kilómetros, llegamos a la reserva privada Moditlo Lodge, donde nos alojaron y realizamos nuestros espectaculares safaris.
La bienvenida muy cordial. Compartimos un fogón donde pudimos degustar cordero, pollo y cerdo a la parrilla, con ensaladas propias del lugar y una polenta de maíz blanco ¡exquisita!, no recuerdo cómo se llamaba.
Al siguiente día, a las seis, comenzó nuestro safari en vehículos 4x4, descapotados conducidos por rangers de habla inglesa. Nos comentaron que íbamos en búsqueda de leones, elefantes, rinocerontes, búfalos, hipopótamos, chitas, leopardos, jirafas y antílopes, entre otros.
En grupos de nueve nos internamos en la sabana con mucha vegetación, plantas espinosas, arbustos, altos pastizales por senderos internos o entre los arboles según, si el huellero viera, alguna pisada reciente.
Hacía frío y fue por eso que Dimo, detuvo la marcha y nos alcanzó ponchos de manta polar impermeable.
No podíamos menos que imaginar las impensadas aventuras que nos esperaban en este verde paraíso.
Al oír aleteos, trinos, rugidos, chillidos y berridos nos llenamos de entusiasmo, y un poco de temor. No fue fácil encontrarlos. En algunos casos, en la laguna de hipopótamos, al ver gente los animales se metieron abajo.  
Ya habíamos andado parte de las veinte mil hectáreas y solo vimos gacelas, impalas, ñus y nuestros acompañantes decidieron preparar todo para un desayuno, donde el café y las cositas dulces resultaron exquisitas.
Proseguimos, con mucha emoción encontramos al individuo conocido como el “rey de la selva”, que caminaba con mucha tranquilidad al lado del móvil. Recibimos recomendaciones sobre los riesgos posibles.
Pasó el tiempo y debíamos volver al alojamiento. Por la tardecita, regresamos al safari, otra gran aventura, y así comenzar la búsqueda de los elefantes, que en diversos montículos de excremento anunciaban que por allí andaban.
Al fin, vimos una manada. Es increíble como arrancan o quiebran árboles para su alimentación.
Marcharon a la par del móvil sin inmutarse siquiera.
Al rato, alguien dice haber visto rinocerontes entre unos matorrales, nos metimos por allí y estuvimos a metros de ellos.
Ahí, hicimos un picnic con cervezas, gaseosas y una picada donde perdimos la noción del tiempo.
Es el atardecer, pronto cae la noche y debemos irnos a descansar.
Al despuntar el día, siguiente la ansiedad es inexplicable. Llegan los guías, se inicia otra gran aventura.
El huellero va atento a las recientes huellas, son de chitas. Algo que disfrutamos, porque después de andar toda la noche, se disponían a descansar. Recién ahí vimos cebras y tres leones que nos miraban desafiantes.
Andaba la Guardia Forestal, en búsqueda de cazadores furtivos. No permitieron por prevención tomarles fotos.
Dimo en su idioma mezclado indica la llegada del mediodía y la hora del almuerzo.
El resto del día transcurre sin novedades, admirando el paisaje. Un grupo de monos, posados en la cerca de la posada, mostraban sus habilidades.
Allí, cansados, pero felices, recordamos la aventura y nos lamentamos no haber encontrados leopardos.
Todo fue apasionante en ese mundo increíble y valió la pena realizar el paseo.

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