martes, 4 de junio de 2019

Historia del pueblo. Pascanas, vacaciones camperas.


Héctor Carrozzo

Como era habitual en todos los veranos, estábamos de vacaciones en Pascanas, en la casa de los tíos. Quizás haya sido en el verano del 52-53, cuando nos anunciaron que el fin de semana nos íbamos al campo de los Stieffel. Nos iban a mostrar el campo a los “blanquitos” de la ciudad.
Los arreglos ya estaban hechos. El señor Stieffel nos llevaría en su auto al campo el viernes en la noche y nos traería de regreso el domingo a la tarde. El auto era un Pontiac, creo, inmenso donde entraba un batallón de personas. Recuerdo que ya estábamos listo para abordar el transatlántico dos horas antes de lo acordado.
El viaje no era muy largo, quizás uno a dos horas en auto por aquellos caminos de tierra muy poceados y mal mantenidos porque la champion no pasaba rutinariamente. La tremenda distancia sería de 20 a 30 kilómetros.
Salimos por el camino de tierra que va Chazón y pasados unos kilómetros giramos a la izquierda. Habríamos hecho unos kilómetros y nos encontramos con un gran escollo. Un vado en el camino, lleno de agua, nos impedía continuar. Era profundo y por ello no querían arriesgar. Pero, por suerte, apareció un tractor que nos ayudó a sortear el escollo. Después, continuamos sin inconvenientes. Llegamos a la casona que habitaban nuestros amigos y nos ubicaron en las habitaciones. Cena y a dormir temprano, no había luz eléctrica y menos televisión.
La casona era enorme con muchas habitaciones, área de servicio y un hall central. Me acuerdo que en ese hall habían instalado una incubadora, que tenía huevos de pollos en proceso. No puedo recordar cómo se mantenía calefaccionada, pero imagino que a kerosene. De hecho, la iluminación era solo faroles a kerosene y velas. En el hall central había una estufa a leña empotrada en uno de sus ángulos.
El edificio principal era una construcción de mampostería y madera, techo a dos aguas. Se ingresaba por una escalinata al hall central, que dividía la casa en dos partes, una con las habitaciones que serían unas ocho o diez y del otro lado estaba el área de servicio, cocina, comedor y demás dependencias. Afuera estaban el molino de viento, y el tanque australiano para almacenar agua y como piscina. También había una enorme huerta que proveía las principales verduras. Una gran arboleda con ejemplares añosos y enormes rodeaba el gallinero, el chiquero y el corral para la caballada de montar, que estaban un poco más alejados y orientados vientos abajo, Había un par de galpones con herramientas de trabajo, la casa del “encargado” y de algún ayudante para las tareas del hogar y la cocina.
Al otro día de llegar, desayunamos temprano y salimos a pasear por los alrededores de la casona, a visitar la huerta y los corrales de las aves siempre acompañados por los hijos de don Stieffel. Por el predio cruzaba un arroyo, bueno arroyito o más bien un hilo de agua, que en un sector tenía un diquecito para retener agua en una especie de laguna, que servía como reserva de agua para los animales. Fue allí donde mi hermano perdió pie en el borde y cayó a la laguna. Por suerte, uno de los Stieffel estaba cerca y alcanzó a sacarlo.
Las actividades se completaban con recorridas en sulky, caminatas varias, excursiones a caballo por los alrededores de la casona, por los corrales de las vacas, campos recién cosechados, etcétera.
Para nosotros era todo mezcla de asombro y admiración. Era nuestra primera visita “al campo” y ver los animales que nos habían mostrado en aquellos inmensos manuales de la escuela. Fue una experiencia memorable que aún hoy añoro y recuerdo con cariño. Me he imaginado algunas veces regresando esa casona, que seguramente no existe más.

1 comentario:

  1. El campo siempre sorprende al citadino, más aún cuando es un niño. Son vivencias que quedan para siempre en nuestra memoria.
    Me encantó tu relato.
    Un abrazo.

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