Susana Olivera
Uno, dos, tres,
cuatro. Uno dos tres cuatro. Marcha más rápida. Unodostrescuatro. Más rápido.
Pablo, querido Pablo. Cuarenta minutos de marcha rápida. Me decís que no es
necesario trote o carrera. Marcha rápida. ¡Cuarenta minutos!
Izquierdo,
derecho, izquierdo. Izquierdo, izquierdo. Izquierdo, derecho izquierdo. ¿Cuánto
hace que estoy marchando? Diez minutos. ¿Nada más? Y siento que el corazón se
me sale por la boca… Izquierdo, izquierdo. Izquierdo, derecho izquierdo.
Así, trotábamos en
el patio de la primaria, porque en nuestro patio, el de la secundaria, había
árboles y era más chico… allí por 1958 o 59. No sé. Pero entonces no me
costaba. ¡Y eran las ocho de la mañana con temperatura bajo cero! Estoy
perdiendo ritmo, Pablo. Tengo que parar. Tengo que parar. ¿Qué es importante la
continuidad? No parar. No parar. Bajar la velocidad. ¡Ya la bajé! ¿Qué te
pensás Pablo? “La garra de los años…” Tendrías que conocerla como yo la
conozco. La garra de los años. ¿Quién usó esa expresión? Algún escritor; y yo
la estoy usando para que la conozcas, Pablo. Los años. La garra de los años.
¿Cuántos años? ¿A quién le importa cuántos? No a vos, Pablo.
Izquier…Izquier… y
la profesora marcaba el ritmo con un tambor… ¡Trote! ¡Rápido, más rápido… el
tam tam ensordecía! Más rápido, tam tam tam tam… La garra de los años… Ya sé.
Tiene que ser así.
Usábamos
rompeviento blanco, finito… no abrigaba nada porque no era de lana, bombachudo
negro y pollera pantalón. Pero solo para calle. Cuando hacíamos gimnasia había
que quedarse con el bombachudo solo. Y frío, hacía frío.
¿Serán ya veinte
minutos? Porque a los veinte minutos pego la vuela. No. No. Solo pasaron quince
minutos… No puede ser. Este reloj anda mal. Veinte minutos de ida y veinte de
vuelta y allí están los cuarenta. Y me meto bajo una ducha calentita…
Sigue el tam tam.
Izquier, izquier... Después de la carrera, hacíamos equilibrio en la barra. Era
más liviano. Nada de carrera. Vamos, uno dos tres cuatro que no hay que parar…
Pablo, ¿no me podés
recetar algún medicamento para ayudar a la capacidad pulmonar? Solo esta
marcha. Decís que los medicamentos no sirven, que solo hay que mantenerse en
estado. ¿A quién le importa mantenerse en estado? Uno… dos…tres…cuatro. Casi
voy caminando. Allá veo un banco. Llego y me siento. Y Pablo, te quiero, pero
esto es una tortura. Me siento en cuanto llegue al banco. No me importa si hay algún
tipo sentado. Sí, hay un tipo sentado. Y no se mueve, ja, ja… Le pido permiso y
me siento. ¿A quién le importa si no se hicieron los veinte minutos y quién
dice que no puedo parar? Vos decís Pablo que no tengo que parar. El tipo está
con las piernas cruzadas y no se mueve. ¿Le dirá su médico que tiene que
marchar cuarenta minutos tres veces por semana? Y al pobre hombre se le acabó
la marcha. Se sentó con las piernas cruzadas. Apoyó el brazo sobre el respaldo
del banco. ¡Qué canchero! Como a mí que también se me acaba la marcha. No está
la profe con su tam tam para marcar
el ritmo. Una preguntita… Pablo, querido Pablo ¿vos marchás cuarenta minutos
tres veces por semana? Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago. Pablo muy
compuesto, muy pulcro con su delantal blanco y corbata… Médico neumonólogo.
“Hay que mantenerse en estado”. ¿Estado de qué? De agotamiento. Llego al banco y
me siento y no le pido permiso al tipo que está sentado con las piernas
cruzadas. No es el dueño del banco. Tengo la solución, Pablo. Cambio de médico.
¿Qué hace más de diez años que sos mi médico? Y a mí qué. Médico, médico,
médico…jaaa. Así voy más despacio.
Uno, dos, tres,
cuatro. Izquierdo, izquierdo, derecho, izquierdo. Me caí de la barra en la
escuela ese día que estaba bajo cero y eran las ocho de la mañana. Me hice un
tajo gigantesco bajo la rodilla. Y no sangraba. Pero estaba la herida como una
boca abierta. La Jefa de celadoras me llevó a la Dirección. No sangraba por el
frío. En cuanto llegué allí, empezó a sangrar que parecía una catarata.
Llamaron al médico. Ja ja… ¿Quién dice que la gimnasia es saludable? Cuando
vaya a la próxima consulta te voy a contar esto, Pablo, lo del accidente… Me
puedo accidentar con esta marcha que es tu receta sin recetario.
Ya se me salió el
corazón por la boca y lo tengo en la mano. Tengo sed. Una sed… “Calatroni y
Tacconi, el aperitivo del pueblo”. ¿Qué calle es está? ¿Wheelwright?
¿Rivadavia? No sé. Cambia de nombre según el tramo. Allí está el banco. Ya casi,
casi, deben ser los veinte minutos. Me siento cinco, descanso y pego la vuelta.
Y vos, querido Pablo, callate la boca.
Y el tipo sigue
sin moverse. ¿No se acalambrará? Y ahí llego. Ahí llego. No hace veinte minutos
que marcho, pero ¿a quién le importa? Me siento un momento y pego la vuelta.
¡Salute! No es un
tipo el del banco: es una estatua. ¡Es la estatua de Olmedo! ¡De Olmedo! Sentado
con las piernas cruzadas. No dice nada cuando me siento a su lado. ¿A quién le
importa? ¿A quién le importa?
Bravo querida Su, a estas alturas ya no podemos caminar cuarenta minutos, ¿él las camina? No lo creo, tiene que correr, en auto, de un Sanatorio a otro. A mí me pasó lo mismo que a usted, era Olmedo!
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