Silvia Gusmerini
Nos unen, nos
separan… la política, las religiones, las razas. Nos unen, nos separan… los continentes,
las ideas, las lenguas. Nos unen, nos separan… los fanatismos, los recuerdos,
la cultura.
En ese va y viene
de fusión y de distancia subyace siempre un factor sólido, conector, que hace
que pocos, muchos y a veces todos, estemos firmemente enlazados a través del
tiempo: la memoria compartida. Ella es el factor que, en algún momento de todos
hizo uno y que, cada vez que la reflotamos nos amalgama en una extraña y
desconocida unión.
¿Dónde estabas
cuando…? Al formular esta pregunta cada uno de nosotros construye un
pensamiento distinto, pero generador de un mismo hilo conductor que nos
envuelve, nos aprieta y al soltarlo dispara cientos, miles, millones de
respuestas diferentes.
22 de noviembre de 1963. El día había comenzado como tantos otros. Por la
mañana, fui a la escuela y, por la tarde, a clases de inglés. El día había
comenzado como tantos, pero al llegar a la Cultural la noticia que escuché
generó en mí un impacto que luego recordaría a lo largo de toda mi vida. Habían
asesinado al presidente Kennedy durante su visita a Dallas. Apenas tenía once
años, pero el momento quedó grabado fuerte, intenso e inalterable en mi memoria.
El coche en el que se trasladaba, el impacto y el desplomarse sobre su esposa
son fotografías recurrentes que al solo escuchar hoy hablar de él regresan a
mis ojos.
20 de julio de 1969. Llegaba feliz, muy emocionada y cansada. El tan
ansiado, soñado y anhelado viaje de quinto a Bariloche había concluido y
regresábamos a Rosario colmadas de maravillosos recuerdos. Nos separamos y cada
una partió rumbo a su casa. Al entrar vi el televisor blanco y negro encendido
y una imagen sorprendente encandilaba mis ojos: el hombre ponía por primera vez
sus pies sobre la Luna. La misión de la Apolo 11 se había completado con éxito:
el titular anunciaba: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la
humanidad”. El mundo entero se asombraba.
23 de noviembre de 1977 (6.23 am). Por esos años trabajaba en Puerto San
Martín, lejos del centro, donde vivía con mis padres aún. El colectivo de la fábrica
me pasaba a buscar a las seis treinta de la mañana. Ya estaba lista para bajar,
cuando siento vibrar el edificio, balancearse la araña y deslizarse la mesa del
living. Es mi fin pensé. El edificio se está desmoronando. Me asomo al balcón y
para mi gran alivio y alegría veo la gente saliendo a la calle a montones en
bata, camisón o con lo que encontraron más a mano. Enciendo la radio y escucho
que Caucete había sufrido el duro golpe de un terremoto. Triste noticia que más
adelante se transformó en dolorosa información: casas y edificios destruidos, y
más de cien víctimas fatales.
8 de diciembre de 1980. Era 8 de diciembre. Día de la Inmaculada Concepción.
Fecha para armar el árbol de Navidad y comenzar a saborear las fiestas. Estaba
trabajando. Terminaba de tipear un informe, mandar un télex y conseguir una
llamada a Buenos Aires para mi jefe. De pronto veo que se acerca Adolfo,
compañero con quien compartía mi pasión por Los Beatles, y me dice:
“Escuchaste? Lo mataron a John Lennon”. Se me heló la sangre, y me llené de
sorpresa y dolor. El talento, el genio Beatle se había ido en manos de uno de
los tantos locos que genera el éxito y el fanatismo sin control. El mundo lo
lloraba.
11 de septiembre de 2001. Jueves exactamente. A las 11 de la mañana regresaba a
casa relajada y feliz después de haber cumplido mis ochocientos metros crol en
la pileta climatizada de la Universidad. Cuando entro a casa, veo a mis hijas
frente al televisor. ”Mamá!! Mirá lo que está pasando”, gritaron. Presto
atención a las imágenes y veo una de las Torres Gemelas cayendo y la otra
sufriendo el impacto de un avión justo en ese preciso momento. No lo podía
creer. Lo imposible supe que, a veces, es real. El humo, después los gritos y
la gente arrojándose al vacío. Fotografías del horror que Occidente jamás
olvidará.
Van y vienen. Son estos.
Son otros. Son muchos esos momentos, que por su intensidad e impacto permanecerán
siempre latentes en un rincón de nuestros recuerdos. Cada uno los recupera
dándole un color propio y una impronta diferente. Son generacionales,
subjetivos, únicos. Son estrellas fugaces navegando eternamente por los
rincones de nuestra memoria compartida.
Excelente raconto de hechos acaecidos. Cada quien lo vivió de manera diferente, incluso muchos lo olvidaron.
ResponderEliminarGracias por la precisión de los mismos.
Un abrazo.