martes, 4 de junio de 2019

Memoria compartida (¿Dónde estabas cuándo…?)


Silvia Gusmerini

Nos unen, nos separan… la política, las religiones, las razas. Nos unen, nos separan… los continentes, las ideas, las lenguas. Nos unen, nos separan… los fanatismos, los recuerdos, la cultura.
En ese va y viene de fusión y de distancia subyace siempre un factor sólido, conector, que hace que pocos, muchos y a veces todos, estemos firmemente enlazados a través del tiempo: la memoria compartida. Ella es el factor que, en algún momento de todos hizo uno y que, cada vez que la reflotamos nos amalgama en una extraña y desconocida unión.
¿Dónde estabas cuando…? Al formular esta pregunta cada uno de nosotros construye un pensamiento distinto, pero generador de un mismo hilo conductor que nos envuelve, nos aprieta y al soltarlo dispara cientos, miles, millones de respuestas diferentes.

22 de noviembre de 1963. El día había comenzado como tantos otros. Por la mañana, fui a la escuela y, por la tarde, a clases de inglés. El día había comenzado como tantos, pero al llegar a la Cultural la noticia que escuché generó en mí un impacto que luego recordaría a lo largo de toda mi vida. Habían asesinado al presidente Kennedy durante su visita a Dallas. Apenas tenía once años, pero el momento quedó grabado fuerte, intenso e inalterable en mi memoria. El coche en el que se trasladaba, el impacto y el desplomarse sobre su esposa son fotografías recurrentes que al solo escuchar hoy hablar de él regresan a mis ojos.

20 de julio de 1969. Llegaba feliz, muy emocionada y cansada. El tan ansiado, soñado y anhelado viaje de quinto a Bariloche había concluido y regresábamos a Rosario colmadas de maravillosos recuerdos. Nos separamos y cada una partió rumbo a su casa. Al entrar vi el televisor blanco y negro encendido y una imagen sorprendente encandilaba mis ojos: el hombre ponía por primera vez sus pies sobre la Luna. La misión de la Apolo 11 se había completado con éxito: el titular anunciaba: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. El mundo entero se asombraba.

23 de noviembre de 1977 (6.23 am). Por esos años trabajaba en Puerto San Martín, lejos del centro, donde vivía con mis padres aún. El colectivo de la fábrica me pasaba a buscar a las seis treinta de la mañana. Ya estaba lista para bajar, cuando siento vibrar el edificio, balancearse la araña y deslizarse la mesa del living. Es mi fin pensé. El edificio se está desmoronando. Me asomo al balcón y para mi gran alivio y alegría veo la gente saliendo a la calle a montones en bata, camisón o con lo que encontraron más a mano. Enciendo la radio y escucho que Caucete había sufrido el duro golpe de un terremoto. Triste noticia que más adelante se transformó en dolorosa información: casas y edificios destruidos, y más de cien víctimas fatales.

8 de diciembre de 1980. Era 8 de diciembre. Día de la Inmaculada Concepción. Fecha para armar el árbol de Navidad y comenzar a saborear las fiestas. Estaba trabajando. Terminaba de tipear un informe, mandar un télex y conseguir una llamada a Buenos Aires para mi jefe. De pronto veo que se acerca Adolfo, compañero con quien compartía mi pasión por Los Beatles, y me dice: “Escuchaste? Lo mataron a John Lennon”. Se me heló la sangre, y me llené de sorpresa y dolor. El talento, el genio Beatle se había ido en manos de uno de los tantos locos que genera el éxito y el fanatismo sin control. El mundo lo lloraba.

11 de septiembre de 2001. Jueves exactamente. A las 11 de la mañana regresaba a casa relajada y feliz después de haber cumplido mis ochocientos metros crol en la pileta climatizada de la Universidad. Cuando entro a casa, veo a mis hijas frente al televisor. ”Mamá!! Mirá lo que está pasando”, gritaron. Presto atención a las imágenes y veo una de las Torres Gemelas cayendo y la otra sufriendo el impacto de un avión justo en ese preciso momento. No lo podía creer. Lo imposible supe que, a veces, es real. El humo, después los gritos y la gente arrojándose al vacío. Fotografías del horror que Occidente jamás olvidará.

Van y vienen. Son estos. Son otros. Son muchos esos momentos, que por su intensidad e impacto permanecerán siempre latentes en un rincón de nuestros recuerdos. Cada uno los recupera dándole un color propio y una impronta diferente. Son generacionales, subjetivos, únicos. Son estrellas fugaces navegando eternamente por los rincones de nuestra memoria compartida.

1 comentario:

  1. Excelente raconto de hechos acaecidos. Cada quien lo vivió de manera diferente, incluso muchos lo olvidaron.
    Gracias por la precisión de los mismos.
    Un abrazo.

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