“Memoria, nombre que damos a las grietas del obstinado olvido”, dice Borges. De eso trata “Contame una historia", un curso de la Universidad Abierta para Adultos Mayores, de la Universidad Nacional de Rosario. Cada martes, vamos reconstruyendo un tiempo que las jóvenes generaciones desconocen y merecen conocer, a partir de recuerdos, anécdotas, semblanzas. Ponemos en valor la experiencia de vida de los adultos mayores, como un aporte a la comprensión y a la convivencia. (Lic. José O. Dalonso)
martes, 25 de junio de 2019
Mi primer baile
Ángela De Leonardi
Yo tenía trece años, cuando una compañera de la escuela primaria, que vivía a la vuelta de mi casa, me invitó a su cumpleaños, en el cual se haría un baile e iban a concurrir chicas y chicos del colegio.
Hacía casi un año que no nos veíamos; mi emoción era inmensa, era la primera vez que yo iba a ir a un baile.
Mis padres nunca me habían dejado ir a los bailecitos de la escuela, ni a los picnis, ni al viaje de estudios. Ellos consideraban que no tenía edad para tales eventos, esto inculcado por mi madre que siempre tenía miedo a todo lo que pudiera pasarme.
Pero esta vez habían aceptado, porque era cerca de casa, conocían a la familia, y ya no podían con mi rebeldía y mis ganas de conocer ese mundo tan maravilloso de la adolescencia.
Y allí fui, vestida con mi trajecito de príncipe de gales color marrón y una blusita de tela de batista bordada a mano, todo hecho por mi madre.
Grande fue la sorpresa al llegar. Mis compañeras lucían todas vestidos línea Jakie de colores, amarillo, rosa fucsia, celeste y verde agua; yo parecía una señora mayor con esa ropa que en mi casa pensaban estaba espléndida; pero eso no fue todo. Cuando empezó el baile, Norberto, un chico que siempre me había gustado, me sacó a bailar y yo no pude enganchar un paso. Lo pisé tantas veces, que después de la segunda canción, sin decirme nada me acompaño a mi silla.
La vergüenza exploto en mi cara roja como un pimiento, me temblaba el cuerpo de la rabia y tuve que hacer mucho esfuerzo por no llorar, y tomé la decisión: me fui de la fiesta. Corriendo llegué a mi casa, entré a la habitación donde dormían mis padres, prendí la luz y les grité todo lo que durante años mi boca había callado. Las palabras salían como aguas de un río turbulento y arrasaban con cualquier comentario que ellos intentaron hacer.
A la mañana siguiente mi viejo, siempre tan conciliador, me dijo: “Vos tenés próximo sábado el cumpleaños de Mercedes y vas a ir, tu madre te va a hacer un vestido del color y la forma que vos quieras; y durante todas las tardes, Rubén va a trabajar dos horas menos en el taller y te va a enseñar a bailar”.
Rubén, era empleado de mi padre y a las cinco de la tarde, de lunes a viernes, sonaba la música en el living de mi casa y, dejándome llevar por mi improvisado maestro, aprendí a bailar.
Mi primer baile, fue el día que con mi vestido tipo Jakie color celeste, entré al salón donde se hacia el cumple de Mercedes, y bailé toda la noche, feliz, segura de cada paso y sabiendo que esta era la primer batalla de tantas que les gane a mis viejos.
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