miércoles, 10 de junio de 2015

Aparatos modernos

Teresita Giuliano

El televisor

El 17 de Octubre de 1951 se realizó la primera emisión de la televisión argentina. 
Tuvieron que pasar alrededor de diez años para que llegaran los televisores al pueblo.
Era todo un acontecimiento y se corría rápidamente la voz: “¡Los Boni se compraron un televisor!, ¡dicen que los Moine también!”. Dichosos los conocidos y cercanos que podían ir a verlo.
Hasta que llegó también al barrio, al hogar de los Pettinari.
Gente amable, sencilla y de gran corazón, abrieron las puertas de su casa (nunca mejor dicho), para que amigos, vecinos y parientes pudieran disfrutarlo también.
Y allí íbamos, en patota, mi mamá con nosotros cuatro, los vecinos de al lado y los de enfrente, más los dueños de casa que eran nueve, con la nona y el tío soltero. Don Ernesto y doña Ángela, que vivían en la esquina solo asistían cuando había algún programa especial.
En el amplio vestíbulo de la casa, que parecía ensancharse para que nadie se quedara afuera, nos acomodábamos, los chicos adelante sentados en el suelo y los mayores en sillas, banquitos, sillones, detrás.
Nelly y Minga, las cuñadas dueñas de la casa, ejercían de anfitrionas e invitaban con mate y café a los grandes y caramelos para todos.
No importaban las interferencias ni la “llovizna”, que solía cubrir la pantalla. Lo importante era que mirábamos la televisión. Con decir que los chicos, arrobados con el aparato, ni pelábamos.
Se veía Canal 7 y, más adelante, los canales 3 y 5 de Rosario.
Recuerdo los nombres de algunos programas, aunque estén mezclados en el tiempo: “Viendo a Biondi”, “Telecómicos”, “La Familia Falcón”, “La nena”, “Odol Pregunta”, “Sábados circulares de Mancera”.
Hago un aparte para relatar la historia del señor del pueblo que fue protagonista de una cámara oculta de las que hacía Pipo Mancera en su programa:
El señor Viozzi había llegado de niño a la Argentina, quedando algunos de sus hermanos en Italia.
Con la complicidad de sus hijos, la producción del programa los contactó y los hizo venir a la Argentina, a la vez que el señor Viozzi, que residía en Tortugas, fue llevado con engaños a Buenos Aires y se filmó el reencuentro filial frente a miles de televidentes conmovidos con la historia.
De más está decir que no hubo un habitante del pueblo que se quedara sin ver el programa y se sintió orgulloso por ello.
Al tiempo, mi papá también compró un televisor.
Recuerdo haber visto la llegada del hombre a la Luna en mi casa.
Seguimos visitando a los Pettinari, pero nos reuníamos a jugar a la lotería… con los vecinos, amigos y parientes en una larga mesa dispuesta ¡en el vestíbulo!

El Winco

Ese año (1971) esperábamos con impaciencia la llegada del Niño Dios, presintiendo que iba a ser una Navidad especial.
Teníamos trece y doce años mi hermano mayor y yo; nueve y siete mis hermanos pequeños.
Aunque ya éramos grandes y conocíamos la identidad del Niño Dios, en casa se mantenía la tradición de recibir los regalos la mañana de Navidad después de que mamá y papá los pusieran secretamente en mitad de la noche sobre nuestros zapatos.
Creo que apenas amanecía cuando me desperté y convencí a uno de mis hermanos que me acompañe a espiar al comedor.
Quedamos asombrados ante la vista de unos grandes paquetes. Fuimos a despertar a los otros dos y ahí, sí, entre los cuatro, despejando papeles y cintas de colores, encontramos una flamante bicicleta entre los zapatos de mis hermanos pequeños, y en los míos y los de mi hermano mayor…un tocadiscos Wincofon en su mesita original con cuatro LP acomodados en ella.
La algarabía que reinó en mi casa toda esa Navidad, entre las vueltas en bicicleta y los giros del tocadiscos, es indescriptible.
En el pueblo, en la mayoría de los hogares, aún nos manejábamos con la corriente continua. La alterna de 220 wat, que era la que necesitaba el Winco era también muy nueva y solo unos elegidos la poseían, como el doctor Ventafini, el médico vecino.
Mi papá le pidió permiso para realizar una conexión y usar su corriente. Puso un enchufe en la pared medianera de ambas casas y, así, gracias a la buena voluntad del doctor, pudimos hacer uso del tocadiscos antes que cambiaran todo el sistema eléctrico.
El Winco acompañó toda nuestra adolescencia y fue protagonista de los “asaltos” que organizábamos en casa y el equipo de música en mi fiesta de quince, con mi hermano encargado de poner los discos y conformar a los más de cien invitados, que bailaban al son de los ritmos de la nueva ola con el volumen al máximo.
Mi papá viajaba una vez por mes a Rosario y, como en Tortugas no había disquerías, siempre regresaba con discos que compraba en la Terminal de Ómnibus.
Traía uno de tango (infaltable) para ellos, uno de folklore porque había que tenerlo, otro de música infantil para los más chicos (así conocimos a María Elena Walsh y el Pro Música de Rosario) y los más esperados, de “música moderna” para nosotros: Alta Tensión, Voltops, Música en Libertad, también Credence, Bee Gees, Julio Iglesias, pasando por Raúl Parentela y Rosamel Araya.
Completito y ecléctico. Papá pensaba en todos.
Tuve un novio que en una ocasión me regaló un simple (el bolero “Dos almas”) y, tal como se estilaba, escribió en su centro de papel y en forma de caracol, la siguiente dedicatoria: “Tere: protege este disco y guárdalo en lo más profundo de tu corazón. Son los deseos fervientes de H.”
La canción me gustó, pero no alcanzó a compensar mi desilusión ante tamaña cursilería y al poco tiempo lo dejé. Eso sí, cumplí sus deseos, ya que aún lo conservo, no en lo más profundo de mi corazón, sino con los demás discos.
Mi mamá siguió escuchando música en el tocadiscos durante mucho tiempo, después de que ya todos no habíamos casado. Nada le gustaba más que poner sus discos de tango por las mañanas mientras hacía las tareas de la casa y tarareaba o cantaba las melodías.
También se ocupaba de conseguir las púas, que se gastaban y había que cambiarlas. 
Tengo el Winco en mi casa y cada tanto pongo algún simple que adquiero en los mercados de pulgas por el solo placer de escuchar un rato su sonido tan particular y permitirme sentir un poquito (solo un poco) de nostalgia.

3 comentarios:

  1. Cómo disfrutamos del televisor en blanco y negro y del winco. Está bien un poquito de nostalgia por nuestro pasado. Hay tantas cosas nuevas hoy...
    Cariños
    Susana Olivera

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  2. Hola Susana!, sí, hay muchas cosas hoy, en la época del Winco, era eso o nada. Cariños.

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  3. Todos guardamos bellos recuerdos de viejo Winco. fue una etapa inolvidable.
    Me gusto tu relato.
    Un abrazo.

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