Teresita Giuliano
El televisor
El 17 de Octubre de
1951 se realizó la primera emisión de la televisión argentina.
Tuvieron que pasar
alrededor de diez años para que llegaran los televisores al pueblo.
Era todo un
acontecimiento y se corría rápidamente la voz: “¡Los Boni se compraron un
televisor!, ¡dicen que los Moine también!”. Dichosos los conocidos y cercanos
que podían ir a verlo.
Hasta que llegó
también al barrio, al hogar de los Pettinari.
Gente amable,
sencilla y de gran corazón, abrieron las puertas de su casa (nunca mejor
dicho), para que amigos, vecinos y parientes pudieran disfrutarlo también.
Y allí íbamos, en
patota, mi mamá con nosotros cuatro, los vecinos de al lado y los de enfrente,
más los dueños de casa que eran nueve, con la nona y el tío soltero. Don
Ernesto y doña Ángela, que vivían en la esquina solo asistían cuando había
algún programa especial.
En el amplio
vestíbulo de la casa, que parecía ensancharse para que nadie se quedara afuera,
nos acomodábamos, los chicos adelante sentados en el suelo y los mayores en
sillas, banquitos, sillones, detrás.
Nelly y Minga, las
cuñadas dueñas de la casa, ejercían de anfitrionas e invitaban con mate y café
a los grandes y caramelos para todos.
No importaban las
interferencias ni la “llovizna”, que solía cubrir la pantalla. Lo importante
era que mirábamos la televisión. Con decir que los chicos, arrobados con el
aparato, ni pelábamos.
Se veía Canal 7 y,
más adelante, los canales 3 y 5 de Rosario.
Recuerdo los
nombres de algunos programas, aunque estén mezclados en el tiempo: “Viendo a
Biondi”, “Telecómicos”, “La Familia Falcón”, “La nena”, “Odol Pregunta”, “Sábados
circulares de Mancera”.
Hago un aparte para
relatar la historia del señor del pueblo que fue protagonista de una cámara
oculta de las que hacía Pipo Mancera en su programa:
El señor Viozzi
había llegado de niño a la
Argentina , quedando algunos de sus hermanos en Italia.
Con la complicidad
de sus hijos, la producción del programa los contactó y los hizo venir a la Argentina , a la vez que
el señor Viozzi, que residía en Tortugas, fue llevado con engaños a Buenos
Aires y se filmó el reencuentro filial frente a miles de televidentes
conmovidos con la historia.
De más está decir
que no hubo un habitante del pueblo que se quedara sin ver el programa y se
sintió orgulloso por ello.
Al tiempo, mi papá
también compró un televisor.
Recuerdo haber
visto la llegada del hombre a la Luna en mi casa.
Seguimos visitando
a los Pettinari, pero nos reuníamos a jugar a la lotería… con los vecinos,
amigos y parientes en una larga mesa dispuesta ¡en el vestíbulo!
El Winco
Ese año (1971)
esperábamos con impaciencia la llegada del Niño Dios, presintiendo que iba a
ser una Navidad especial.
Teníamos trece y doce
años mi hermano mayor y yo; nueve y siete mis hermanos pequeños.
Aunque ya éramos
grandes y conocíamos la identidad del Niño Dios, en casa se mantenía la tradición
de recibir los regalos la mañana de Navidad después de que mamá y papá los
pusieran secretamente en mitad de la noche sobre nuestros zapatos.
Creo que apenas
amanecía cuando me desperté y convencí a uno de mis hermanos que me acompañe a
espiar al comedor.
Quedamos asombrados
ante la vista de unos grandes paquetes. Fuimos a despertar a los otros dos y
ahí, sí, entre los cuatro, despejando papeles y cintas de colores, encontramos
una flamante bicicleta entre los zapatos de mis hermanos pequeños, y en los
míos y los de mi hermano mayor…un tocadiscos Wincofon en su mesita original con
cuatro LP acomodados en ella.
La algarabía que reinó
en mi casa toda esa Navidad, entre las vueltas en bicicleta y los giros del
tocadiscos, es indescriptible.
En el pueblo, en la
mayoría de los hogares, aún nos manejábamos con la corriente continua. La alterna
de 220 wat, que era la que necesitaba el Winco era también muy nueva y solo
unos elegidos la poseían, como el doctor Ventafini, el médico vecino.
Mi papá le pidió
permiso para realizar una conexión y usar su corriente. Puso un enchufe en la
pared medianera de ambas casas y, así, gracias a la buena voluntad del doctor,
pudimos hacer uso del tocadiscos antes que cambiaran todo el sistema eléctrico.
El Winco acompañó
toda nuestra adolescencia y fue protagonista de los “asaltos” que organizábamos
en casa y el equipo de música en mi fiesta de quince, con mi hermano encargado
de poner los discos y conformar a los más de cien invitados, que bailaban al
son de los ritmos de la nueva ola con el volumen al máximo.
Mi papá viajaba una
vez por mes a Rosario y, como en Tortugas no había disquerías, siempre regresaba
con discos que compraba en la
Terminal de Ómnibus.
Traía uno de tango
(infaltable) para ellos, uno de folklore porque había que tenerlo, otro de
música infantil para los más chicos (así conocimos a María Elena Walsh y el Pro
Música de Rosario) y los más esperados, de “música moderna” para nosotros: Alta
Tensión, Voltops, Música en Libertad, también Credence, Bee Gees, Julio
Iglesias, pasando por Raúl Parentela y Rosamel Araya.
Completito y
ecléctico. Papá pensaba en todos.
Tuve un novio que
en una ocasión me regaló un simple (el bolero “Dos almas”) y, tal como se
estilaba, escribió en su centro de papel y en forma de caracol, la siguiente
dedicatoria: “Tere: protege este disco y guárdalo en lo más profundo de tu
corazón. Son los deseos fervientes de H.”
La canción me gustó,
pero no alcanzó a compensar mi desilusión ante tamaña cursilería y al poco
tiempo lo dejé. Eso sí, cumplí sus deseos, ya que aún lo conservo, no en lo más
profundo de mi corazón, sino con los demás discos.
Mi mamá siguió
escuchando música en el tocadiscos durante mucho tiempo, después de que ya
todos no habíamos casado. Nada le gustaba más que poner sus discos de tango por
las mañanas mientras hacía las tareas de la casa y tarareaba o cantaba las
melodías.
También se ocupaba
de conseguir las púas, que se gastaban y había que cambiarlas.
Tengo el Winco en mi casa y cada tanto pongo algún
simple que adquiero en los mercados de pulgas por el solo placer de escuchar un
rato su sonido tan particular y permitirme sentir un poquito (solo un poco) de
nostalgia.
Cómo disfrutamos del televisor en blanco y negro y del winco. Está bien un poquito de nostalgia por nuestro pasado. Hay tantas cosas nuevas hoy...
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Hola Susana!, sí, hay muchas cosas hoy, en la época del Winco, era eso o nada. Cariños.
ResponderEliminarTodos guardamos bellos recuerdos de viejo Winco. fue una etapa inolvidable.
ResponderEliminarMe gusto tu relato.
Un abrazo.