Norma
Pagani
En la década del cincuenta, los niños de
Cañada Seca, entre los que me incluyo, jugábamos todo el día, excepto en las
horas de clase, comidas, siesta y cuando escuchábamos los teleteatros por
radio, ya que no teníamos televisión. Recién en los últimos años de los sesenta
veíamos los canales de Rosario, cuando el clima lo permitía.
Nuestros lugares de juego eran los
patios de nuestras casas y la escuela en los recreos, las calles cubiertas de guadal,
donde caminábamos descalzos haciendo surcos con los pies, que terminaban llenos
de polvo.
Nos juntábamos en la calle en las noches
de verano, a la luz de la luna o de las luciérnagas, que nos brindaban su tenue
luz, y aprovechando reflejos de los autos al dar la vuelta en la curva,
mostrando nuestras sombras que representaban al cine.
Eran muchos los juegos que recuerdo. “Martin
pescador”, “Mantantirulirulá”, “La Mancha”, “El tejo”,
las figuritas, La Rayuela”, “El huevo podrido”, “Los maderos de San Juan”, las
estatuas y las rondas: “La blanca paloma”. “Farolera”, “Mambrú”, “Arroz con
leche”, “Antón pirulero” y muchas que no recuerdo, pero que disfrutábamos entre
todos.
Los varones preferían la pelota, las canicas
y hacer rodar una rueda con gancho de alambre; y las niñas, la casita y la
maestra, que era pura imitación de las nuestras.
No recuerdo juegos de ingenio como hay
ahora en el mercado. Algún rompecabezas y ludo. Sí, lotería y cartas, que se
compartían con los mayores, sobre todo en las noches de invierno en las que no
se podía salir afuera.
El balero, el yo-yo y
la payana eran parte de nuestros juegos, además de los que nos compraban, y la
bicicleta que tenía la mayoría.
Teníamos celebraciones
en el pueblo, que eran recibidas con gran alegría por niños y grandes.
Las fiestas dedicadas
al Patrono del pueblo el “Sagrado Corazón de Jesús”, única religión en esa
época, se celebraba con actos religiosos en la capilla y la procesión por las
calles del pueblo. Como eran y son en junio, las señoras se engalanaban con sus
saquitos de piel o lo mejor que tenían. A la noche, la fiesta era en la
Sociedad Italiana, hoy cuartel de bomberos, un salón de chapas de tamaño
considerable, donde hacía mucho frío y de vez en cuando una comadreja pasaba
por los tirantes acaparando la atención de todos.
Se vendía comida, que
las integrantes de la Comisión Parroquial preparaban en sus casas, ayudadas por
sus maridos a recolectar alimentos por los campos y el pueblo. Todos
colaboraban con su querido patrono.
La parte artística
estaba a cargo de las Escuelas Provincial Nº 22 (actual) y la Nacional Nª 19
(ex “Laínez”) fusionada con la anterior en los años sesenta o setenta.
Preparaban cuadros
vivos relacionados con el tema o bailes diversos. También actuaban los jóvenes
y adultos, que tocaban instrumentos o tenían habilidad para el canto.
Otra celebración, como
de todos los niños del mundo eran Los Reyes Magos. A la mañana, seguíamos las
pisadas de los perros por las calles de tierra, creyendo que eran la de los
camellos.
El día anterior juntábamos pasto y colocábamos
recipientes de agua junto a los zapatos, donde aparecían los regalos, y todo
volcado y desparramado por los animalitos que comían y saciaban su sed. Ahora
pienso que nunca se nos ocurrió dejarles comida a los Reyes. Hasta los doce años
tuve esa ilusión.
Las veladas escolares se
hacían una vez al año para recaudar fondos. Se vendía comida. Cada docente con
su grado preparaba un número. Eran siete. Interminables según los mayores, pero
emocionantes para los niños que éramos actores. Actualmente, se siguen haciendo,
no así las patronales.
La fogata de San Juan y
San Pedro era única. Ir en sulky a traer un yuyo seco llamado “morenita”, hoy
desaparecida por las fumigaciones de los campos, y armar fogatas. Le poníamos ramas
de siempre verde para que hicieran explosiones. Nos encantaba hacer la fogata
alta. Quedábamos sin voz por los gritos y colorados por el calor.
En los campos colgaban muñecos de los molinos
y los prendían a la noche. El viento al dar vuelta la rueda, daba un
espectáculo alucinante de fuegos artificiales, que era acompañado de “viva San Juan
y San Pedro, la cola del chancho negro”. Actualmente, no se festeja y los niños
no tienen conocimiento de esa festividad.
Las fiestas patrias y
el 1° de mayo se celebraban a lo grande. El señor Sixto Gil despertaba al
pueblo con bombas y preparaba el tradicional asado del 1°.
Primero, eran los actos
en la plaza con autoridades y/o en la escuela. Todos con el mejor guardapolvo
blanco, el de las fiestas, medias, guantes y escarapela. Sin abrigos ni pantalones
en pleno invierno. El Himno, el discurso, las poesías y los bailes alusivos.
Después, chocolate con
bollitos, que eran donados por la panadería o los compraba la Cooperadora. Los
padres, vecinos y familiares cantaban el Himno con nosotros, que parecíamos
estatuas. Hasta el día de hoy lo sigo haciendo.
Después del almuerzo,
comenzaban frente a la Sociedad o al Club las carreras de sortijas, embolsados,
carreras cuadreras en las afueras del pueblo o campeonato relámpago de futbol
en la cancha del club organizador. En mi infancia y juventud, teníamos tres
instituciones que producían mucha rivalidad entre la hinchada: la Sociedad
Italiana, el Club Agrario y el Club Social, del cual mi familia era
simpatizante. Mis padres y muchas personas seguían al equipo de sus amores por
los pueblos vecinos. En la actualidad solo queda el último. Los otros fueron
demolidos.
Los carnavales eran muy
divertidos. A los más pequeños no nos permitían participar con los mayores,
porque era peligroso. Yo recuerdo, siendo pequeña a un grupo de jóvenes meter a
una joven en una bebida de animales gritando que la ahogaban. Los niños usábamos
pomos de goma y después bombitas.
En los bailes usaban
harina, provocando la risa de todos. Había corsos con carrozas que hacían los
vecinos. Eran muy famosos en la zona los del Club Social. Vendían choripanes y elegían
la reina entre las jóvenes del pueblo. Era por votos primeramente y después por
jurado.
Los juegos y
entretenimientos eran variados, como ya les conté. Compartiré uno de mis
preferidos: “Los soldaditos que vienen a trabajar”. Lo jugábamos las niñas o
mixto, con el mismo número de participantes. Se formaban dos grupos tomados de
las manos enfrentados. El que comenzaba llegaba cantando e iniciaba un dialogo
entre los dos.
—Somos
los soldaditos que venimos a trabajar.
—¿De
dónde vienen?
—De
muy lejos (se hacia la mímica señalando el camino).
—¿Qué
oficio traen?
—Muy
bueno.
—¿Pueden
mostrarlo?
Aquí demostraban con
mímica el oficio, que previamente había sido elegido antes de salir entre
todos, hasta que los oponentes lo adivinaban.
Cuando eso ocurría los visitantes salían corriendo
para evitar ser agarrados por los contrarios. Los atrapados pasaban a
pertenecer al otro equipo
Seguía el juego
intercambiando roles y ganaba el que lograba más participantes.
Ese juego estaba en mi
infancia pueblerina, donde los niños jugábamos y leíamos ya sea un libro de la
biblioteca de la escuela o “Paturuzito”, “Donald” o cuentos de hadas.
Hermoso relato Nora, muy de pueblo y nostalgioso...
ResponderEliminarMe encantó además de traer recuerdos.
Gracias...
Gracias Luis por tu comentario. Norma.
ResponderEliminarCuántos recuerdos me traen los juegos que vos nombrás. Los jugábamos a casi todos... Nos faltaban las fiestas patronales, los festejos de carnaval, No conocíamos "los soldaditos vienen a trabajar". Hermoso tu relato.
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Nona. nosotras no jugamos, ni conocemos la mayoría de los juegos que nombras .Estamos con la compu, la tele y el celu. También voy a ingles y hago vóley en el club.
ResponderEliminarA veces en tu casa juego a la maestra y a la agencia de turismo.
Era divertido? no se aburrían?
No les daban tareas difíciles. Veo que tenían mucho tiempo libre.
Sus papas los dejaban jugar de noche y en la calle.
Avril. nosotros teníamos tareas. Nos sobraba tiempo porque no teníamos ni deportes, ni ingles.
ResponderEliminarEn cuanto a los autos había pocos. Si muchos sulkys y carros, pero no andaban de noche.
El pueblo era y es seguro actualmente ya que los niños y jóvenes andan tranquilamente por las calles de noche y de dia.
Lo que hay ahora son muchos autos y camionetas, casi no quedan sulkys y muchos celulares, internet y tele como en la ciudad.
Me olvide de algo en el relato. Todos los días pasaba el tren que llamábamos cariñosamente "el gringuero" de Rufino a Huinca Renanco. A la mañana pasaba para Rufino y a la tardecita regresaba. Todos íbamos a esperarlo. Otra cosa que se perdió hace muchos años.
ResponderEliminarY al desaparecer los trenes y el auge de las autopistas muchos pueblos se fueron apagando y su gente tuvo que emigrar a las ciudades...
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