Susana
Olivera
4- Miedo
“Le tiro el sombrero…ja, ja, jaaa…”
Yo veía el cielo por la ventana entreabierta
de mi pieza. Era un cielo amarillento, lleno de nubes. Casi sin sol. Es que todavía
no había amanecido del todo, pero pensé que iba a llover. Había que levantarse
para ir a la escuela: se sentía olor a chocolate, a pan tostado. Raro que mamá
no había venido a despertarnos.
Oía la radio. Seguro que mamá la
había prendido por el “Reporter Esso” de la mañana. Pero… solamente se
escuchaba música militar. Marchas y más marchas. De vez en cuando se
interrumpían para pasar comunicados del ejército. “Comunicado Número… del
Segundo Cuerpo de Ejército: Se solicita a la población… Las fuerzas leales…”
Después volvían las marchas.
Los chicos ya nos habíamos despertado,
porque era más tarde que nuestra hora habitual de levantarnos y no se seguía la
rutina de todos los días. Además, papá estaba en casa y él salía cuando todavía
estábamos durmiendo.
—¿Qué pasa, mamá? ¿No
vamos a la escuela hoy ¿Por qué papá está en casa?
—No, no se preocupen. Hoy
no vamos a la escuela.
—¡Bieeeennn! Mamá,
¿podemos ir a la plaza cuando sea más tardecito? Y papá ¿por qué no va a
trabajar?
—Tampoco él tiene trabajo
hoy. Mejor nos quedamos tranquilos en casa.
—Pero si no tenemos
escuela, a la tarde podemos ir a la plaza.
—Vamos a ver… Por ahora,
nos quedamos en casa.
Papá se había sentado frente a la
mesita donde estaba la radio, un aparato enorme de madera lustrada, con un dial
redondo y tela detrás de un enrejado de madera. “Siguen los comunicados del
ejército. Esta vez es en serio”, dijo papá. Mamá se lamentó por no haber hecho
las provisiones el día antes.
—¿Te parece que doña
Jovita no va a abrir hoy? Allí podríamos comprar algo de fiambre, fideos, no
sé… algo para el día. En la fiambrera guardé carne de ayer…”.
—¿No te quedó nada más?
No va a abrir. Están diciendo que no salga nadie a la calle.
—Algo de arroz. Creo que
hay un paquete sin abrir en la despensa. También pan… lo puedo tostar, si está
muy duro… Yerba y azúcar para el mate, harina hay… Puedo hacer alguna torta.
Veo. Yo me ocupo.
—Mamá, ¿no podemos salir?
Yo no te dije, pero ayer se me abrió el paquete de arroz y se cayó al piso… Lo
levanté, estaba limpito, pero no le supe hacer los cuernitos al paquete y se
volcó en la despensa… Yo voy al almacén de doña Jovita.
—¿Viste, Su, que siempre
es mejor decir lo que pasa? Si me hubieras avisado ayer, ya habríamos arreglado
lo del arroz. Veré si puedo salvar algo del paquete. No, no quiero que salgas,
hoy es mejor que no estemos en la calle. Papá se asomó a la puerta y están las
calles cortadas en Santa Fe y en Córdoba y los soldados apostados en los
canteros de la plaza… Han instalado ametralladoras y apuntan hacia acá. Papá
vio que los soldados están acostados boca abajo. Nos quedamos todos adentro.
—¿Qué es ese ruido? Tiembla
todo, las copas parece que bailaran ¿Y si se caen?
—Están pasando los
tanques por la calle Dorrego. Salgamos de las ventanas. Vamos a las
habitaciones de adentro.
La voz de mamá se quebraba. Tenía
abrazados a los chicos. Mis hermanos tenían los ojos muy abiertos y veían todo
como si fuera una película de cowboys.
Se divertían. Eso parecía.
Dicen
que en el edificio de la esquina está escondido Toranzo Montero.
—Ja, ja, ja… Le tiro el sombrero.
Carlitos, mi hermano, con sus diez
años, parecía no darse cuenta de que era muy en serio lo que estaba ocurriendo.
—Carlitos, no es para
tomar todo a broma. Es Carlos Severo Toranzo Montero. Se ha sublevado contra el
Gobierno y está atrincherado en la esquina- dijo papá.
Se lo notaba nervioso.
—Ah, no importa… A Carlos
Severo Toranzo Montero igual le tiro el sombrero, ja, jaaa…
—¡Basta! No es para hacer
bromas.
Papá nunca reaccionaba así frente a
nuestras bromas.
En ese momento se desató un tiroteo
impresionante. El ruido era infernal. Yo sentía el corazón tembleque y un vacío
en el fondo de la garganta. Algo así como ganas de vomitar. Papá y mamá nos
habían llevado a la cocina. que estaba detrás de la casa. Como si la fina
puerta de madera pudiera detener las ráfagas de ametralladora.
El tiroteo seguía. Un vecino de la planta baja
tocó el timbre y nos avisó que se habían reunido todos en el departamento de la
familia Adlercreutz. Nos pedía que bajáramos para estar todos juntos.
Bajamos. Habían puesto sillas en el
comedor alcanzadas por los vecinos y nadie sabía demasiado bien qué ocurría y
qué hacer.
A todo esto el tiroteo seguía.
Alguna radio estaba prendida pero solo
pasaban marchas militares. Mi hermano pequeño recorría una a una las sillas y
hacía monerías en su media lengua. Quebraba un poco el ambiente de desconcierto
y temor.
Se sentía caer algo, como si fueran
piedras en la vereda.
—Están cayendo partes de
las paredes. No sé hasta cuándo podrá resistir este hombre pertrechado en un
edificio de departamentos donde vive tanta gente.
—¿Seguro que es Toranzo
Montero el que está escondido?- preguntó mamá.
—Así me dijo un grupo de
soldados cuando me asomé a la puerta. Recomendó que nos mantuviéramos dentro de
casa y que no nos asomáramos…
Por allí a lo lejos –creo que desde
el patio– mi hermano Carlos repetía: “Le tiro el sombrero, le tiro el sombrero…
a Carlos Severo”.
Alguien trajo una bandeja con
pocillos de café. Nos mirábamos impotentes en medio de un ruido ensordecedor.
Temblaban las paredes. Eran los tanques que rodeaban la plaza San Martín. Se
mezclaba el perfume del café con el olor a pólvora.
No nos apuntaban a nosotros;
estábamos a media cuadra, en la misma vereda de la esquina que era el objetivo
del Ejército. Pero no estábamos seguros de nada; y no sabíamos cómo y cuándo
iba a terminar todo aquello. Una humareda blanca, espesa como si fuera niebla caía
sobre el patio…
¿Cuánto duró el espanto? La
incertidumbre era terrible. Alguien dijo: “Si llegan a disparar los tanques
vuelan el edificio entero. ¿Y la gente? Yo no vi que haya habido evacuación.
Todo el mundo está adentro, como nosotros”.
—No creo que se atrevan…
No se siente que haya respuesta desde adentro, no hay tiros cruzados… Debe
estar –si es que está– Toranzo Montero solo, escondido. No debe haber armas
adentro del edificio… Creo, me parece…
—¿Cómo saberlo?
—¿Toranzo Montero dijo?- era
mi hermano otra vez… Le tiro el sombrero.
—No quiero pensar qué
pasaría si se desvía alguna ráfaga de ametralladora y cae sobre nosotros…
—No pensemos en eso, no
pensemos…
De repente, un silencio total… Se
sentía “el sonido del silencio” como antes sentíamos los estampidos. Nos
mirábamos sin saber qué hacer. Quedamos un largo rato nosotros también
callados. Las tazas de café suspendidas en las manos. Las miradas en los ojos
del otro. Silencio total.
—¿Se terminó? ¿Se rindió
Toranzo Montero? ¿Era contra él todo este movimiento de fuerzas?
Se había terminado.
Papá salió a la puerta y vio el
repliegue de los soldados, las ametralladoras levantadas y la partida de los
tanques. Podíamos regresar a nuestros departamentos. Pero no se podía salir a
la calle. ¿Y las provisiones?
Regresamos, sí, pero el temor estaba
prendido como una corbata en nuestras gargantas. ¿Y si volvía a producirse un
enfrentamiento?
Se había terminado, aquí, en este
foco, pero era solo el comienzo de una época muy dura. Muy dura.
No se había terminado. No… 1955… Era
el comienzo de algo que ni siquiera sospechábamos.
Miré el cielo. Era de un azul limpio,
profundo. Caía el sol. Prometía ser un atardecer sereno.
Se escuchó una vez más en medio de la
quietud que parecía una consigna: “A Carlos Severo Toranzo Montero… le tiro el
sombrero, ja, ja ja…”.
Susana, que recuerdo, triste y dramático, cuando se sublevó la policía y se atrincheraron contra el ejército, escuche el relato de mujeres que lo vivieron aterrorizadas.
ResponderEliminarUn abrazo.