Ana Inés Otaegui
“Uno, dos y tres, cigarrillo cuarenta y tres”. Así, comienza el juego
con mi sobrinito Nathan. Y él, con su mirada curiosa y expectante, me pregunta:
“¿Cómo es ese juego?”. Le respondo: “Bueno, presta atención, porque es muy
fácil:
Se alinean cinco o seis chicos, o más también, y a una distancia de unos
siete u ocho metros, se ubica el que dirige el juego. Esa personita, se coloca
de espalda al grupo y dice rápidamente: ‘Uno, dos y tres, cigarrillo cuarenta y
tres’. En ese momento, el grupo camina hacia él, lo más ligero que puede, y se
detiene, cuando el niño que dirige el juego se da vuelta al terminar esa frase
(“uno, dos y tres, cigarrillo cuarenta y tres”), de manera que, si al girar
encuentra a alguien moviéndose, este tiene que ir al punto de partida y allí se
encuentra en desventaja con respecto al resto del grupo”.
“¿Y quién gana?”, pregunta Nathan.
Le digo: “Bueno, déjame terminar: Aquél niño que llega al lugar donde
está el que dirige el juego, ese es el que gana. Y luego el ganador es el que
dirige el juego y todos los demás integran el grupo que se vuelve a alinear”.
“Dale, dale, contame otro jueguito, dale”, dice mi sobrinito
insistentemente. Y yo sigo: “Corre trencito, corre por el bosque, y se detiene
frente a la estación: ‘Martín Pescador ¿se podrá pasar? Pasará, pasará, pero el
último quedará’”.
—No entiendo lo que me acabas de cantar- dice asombrado
Nathan.
—Esperá, que recién empieza.
Sigo: “Los niños hacen un trencito (el primero, es la locomotora y el
resto son los vagones). Tomándose de la cintura van cantando esa canción,
mientras se desplazan. Por otro lado, hay dos niños que hacen de barrera: ellos
se enfrentan tomándose las manos y las elevan, formando un arco. Estos niños,
eligen por ejemplo un color cada uno: violeta, uno; y verde el otro; o pueden
elegir el gusto del helado: frutilla y chocolate (a modo de ejemplo). El
trencito se detiene al llegar a la barrera, que se encuentra baja, y la
locomotora les pregunta a los de la barrera: ‘Martín Pescador, ¿se podrá pasar?’
Y ellos responden: ‘Pasará, pasará, pero el último quedará’. Luego se elevan
los brazos y el trencito pasa por ese arco, agachándose un poquito para no
tocarlos. El último queda atrapado al bajar la barrera y allí se pregunta ¿qué
color te gusta más? ¿El violeta o el verde?, por ejemplo. Al elegir uno de esos
colores, ese vagoncito se coloca detrás del niño que hace de barrera y que
representa ese color elegido. Y, así, sigue el trencito con su canto hasta
llegar a la locomotora sola. Gana el grupo que tiene más vagoncitos, que se van
ubicando detrás de la barrera que han elegido”.
Después de explicarle todo este juego, me dice Nathan: “Ah, eso, es para
nenas. Yo no voy a jugar a eso. ¿Qué te creés?”.
Bueno
después de todo, valió la pena el intento, porque cuando vio que los chicos de
mi barrio jugaban al Martín Pescador, él se agregó al juego, muy contento.
Ah, el Martín Pescador! Qué inocentes éramos. Qué simples las cosas que nos divertían y hacían felices. Cömo han cambiado los juegos hoy.
ResponderEliminarMe encantó este relato, me pareció muy bueno el uso de un interlocutor: tu sobrinito Nathan. Eso le presta agilidad al texto.
Cariños
Susana Olivera
Ana, la inocencia y la simpleza fueron nuestra manera de vivir la niñez. por suerte algunos muy chicos aun juegan como entonces.
ResponderEliminarMe encantó tu relato.