Ana María Miquel
Juegos más comunes:
La payana. Carrera de autitos. Soldaditos de plomo. Las cuatro esquinas.
Calienta manos. Veo veo. Estatuas. Don Pirulero. La carretilla. El baile de la
silla. Las bolitas o canicas. Carrera de embolsados. Carrera con huevos duros.
Piedra, papel o tijera. El gallito ciego. Escondidas. Barriletes. Zancos. El
aro. El yo-yo. El elástico. Trompos y baleros. Policías y ladrones. Cinchada.
Ta-te-ti. Los prisioneros. La rayuela. La soga.
Las rondas y sus canciones
Arroz con leche. Aserrín y aserrán. Que llueva. Mambrú se fue a la guerra.
Sobre el Puente de Avignon. Tengo una muñeca vestida de azul. La farolera. Yo
soy la viudita.
La creatividad colectiva o
individual
El teatro, la casita de las muñecas, construir juguetes, costura y tejidos,
invitaciones a tomar el té, disfraces, transformación en otros personajes,
diseñar vestidos para muñecas de papel. Salir a vagar en bicicleta. Pescar
gusarapos en las zanjas. Fabricar perfumes.
Juegos de mesa o de días
especiales.
Lotería (Bingo), Ruleta. Mecano. Naipes: casita robada, escoba de quince,
chinchón, truco, canasta, rumi, poker. Siete y medio. Pirinola. Rutas
Argentinas. El estanciero.
Celebraciones en grupo
Mañana de Reyes. Carnaval. Buscar conejos de chocolate para Semana Santa.
Fogata de San Pedro y San Pablo. Día del Estudiante. Día de la Primavera.
Cumpleaños. Bautismos. Comuniones. Casamientos. Fechas Patrias. Visitas a la
plaza de juegos.
Por aquellos años de mi infancia, científicamente se sostenía que los niños
que más estaban al aire libre, más jugaban y más se divertían, en la adultez se
transformarían en seres inteligentes, creativos, hábiles para el estudio o
cualquier trabajo; además de lograr un buen desarrollo físico, evitar enfermedades,
abrir el apetito, fortalecer la musculatura y el esqueleto. Asimismo, en el
aspecto social se asimilaban reglas de convivencia, de respeto, de urbanismo y
de buena conducta.
Sabíamos que estaba mal salir a jugar a la hora de la siesta en verano, sabíamos
que no debíamos romper un vidrio de un pelotazo, sabíamos que al anochecer
debíamos volver al hogar, sabíamos que debía existir respeto entre varones y
mujeres, sabíamos que a una mujer no se le pegaba.
En una palabra, teníamos muy en claro cuáles eran nuestros deberes u
obligaciones y cuáles eran nuestros derechos. Inclusive, a pesar de existir
diferencias entre juegos de varones y mujeres, a veces nos mezclábamos, sin
importar el rol.
Creo que otro tema muy importante a tener en cuenta, era que los amigos
pertenecían a familias como la nuestra: papá, mamá, hermanos, tíos, abuelos y
amigos. Con niveles económicos semejantes y costumbres similares. Por ejemplo,
cuando era época de vacaciones, no recuerdo a ninguna familia de los
alrededores que haya ido a algún lado de veraneo. En consecuencia, los chicos
teníamos la oportunidad de disfrutar juntos todo el verano. Pero con las mismas
obligaciones que emanaban de cada hogar: por las mañanas, tanto mujeres como
varones debíamos ayudar en la casa, ya sea con la limpieza, mandados y cuidado
de hermanos menores. Tampoco se nos permitía salir a la hora de la siesta,
aunque más de uno se escapaba a robar fruta o a hacer alguna travesura. Otros
se quedaban obedientes en la casa. Si no queríamos dormir, nos entreteníamos en
leer.
Cuando llegaban las cinco de la tarde y habiéndonos dado un baño, tomado la
leche, el pan con manteca y dulce casero, comenzaban a abrirse las puertas de
la cuadra y a salir niños a la calle. Realmente éramos una bandada entre
varones y mujeres y desde todos los hogares se escuchaba:
“¡Al anochecer los quiero acá!”.
“¡Que no los tenga que ir a buscar!”.
“¡Cuando oscurezca los quiero en casa!”.
Y, así, comenzaban una tras otra nuestras tardes de aventuras y juegos. Por
lo general, en esas noches de verano los padres salían a sentarse en las
veredas y los niños seguíamos nuestros juegos debajo del farol de la esquina.
Vivíamos en un barrio rodeado de fincas o terrenos baldíos y los pocos autos
que circulaban por sus calles lo hacían a paso de hombre. Los árboles de las
calles eran moreras que llenaban las veredas siempre impecables, por el
kerosene del lampazo, de diminutos lunares color vino. Había moras blancas y
negras y era un deleite comerlas sin ensuciarnos porque después no salía el color
o la mancha de la ropa. También nos gustaban los dátiles de las palmeras. Los
racimos de uvas que cortábamos del parral que había en cada casa, ya fuera
moscatel, Pedro Giménez, cerezas o huevo de gallo. Los duraznos o damascos
también recién cortados. Las madres fabricaban grandes cantidades de dulces
para el invierno con toda esa materia prima. Y el famoso arrope de uva, ya que
era el más económico. Quedaba como una miel, pero con sabor a uvas y sin
necesidad de azúcar.
En esa época, las niñas no usaban pantalones, siempre eran vestidos o
soleras y los varones pantalones cortos. Pero el hecho de usar polleras no
impedía que nos sentáramos en el suelo para jugar a la payana o saltar jugando
a la pelota. Después recibíamos los retos de nuestras madres por los
dobladillos de los vestidos percudidos por la mugre.
Esos dos juegos, creo que eran los que más me gustaban. Sin contar las
muñecas y la fabricación de vestidos a muñecas de papel.
Con respecto a la payana, cada uno juntaba y buscaba las cinco piedritas
que mejor vinieran o cupieran en sus manos y, por supuesto, que no fueran
chatas. El juego empezaba así: sentados en el piso tres o cuatro participantes.
Comenzaba a jugar el que lograba sostener en el dorso de la mano mayor cantidad
de piedras. Y ¿cómo se lograba eso? Pues, haciendo un hueco con la palma de la
mano, colocando las piedritas en ese pocito, tantear las piedritas con un sube
y baja y de pronto tirarlas al aire, dar vuelta la mano inmediatamente y
recibir en el dorso de la mano la mayor cantidad de piedras. Estos eran
movimientos que se lograban con el tiempo y la práctica y por supuesto
estimulaban la motricidad en todos sus aspectos.
Luego, seguía el juego que consistía en cuatro partes. En la primera se
tiraban las cinco piedras al piso. Se tomaba una, se la tiraba hacia arriba y
en el ínterin se debía levantar otra del piso y tener las dos juntas en la mano
y así con el resto.
El segundo paso en vez de tomar de a una piedrita teníamos que tomar dos y
dos. Al igual que en el tercero tres y una. La habilidad estaba en cómo
tirarlas sobre el piso para poder hacer rápidamente la maniobra de recogerlas
mientras una estaba en el aire.
El cuarto y último paso consistía en apoyar la mano izquierda en el piso,
abriendo el dedo pulgar y colocando el mayor sobre el índice. De esta manera,
quedaba formado un puente por el cual tenían que ir pasando las cuatro
piedritas de a una, mientras otra se mantenía en el aire.
Ese juego me fascinaba y siempre encontraba
compañeros para jugar y si no lo hacía sola, porque era una manera de
practicar. También me gustaba mucho jugar a los prisioneros, a la rayuela y el
trapecio de la plaza. Ni hablar de trepar árboles. Siempre viví rodeada de
hermanos, primos y amigos; y terminaban gustándome los juegos que los varones
disfrutaban y sintiéndome muy cuidada y protegida por ellos.
Disfruto con tus relatos, ya que siempre tenes una historia que me sorprenderá mas que la otra. Adelante! Sigo esperando y gracias por lo que escribís.
ResponderEliminarQué lindas palabras y qué estímulo! Gracias Norma. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarHermoso tu recuerdo sobre los juegos de la infancia. Qué alegría nos proporcionaban y con qué gusto íbamos a reunirnos con otros chicos. No se conocía la palabra "aburrido". Siempre estábamos sencillemente felices.
ResponderEliminarUn abrazo
Susana