jueves, 18 de junio de 2015

Camote asado

Enzo Burgos

La cosa estaba clara: había que juntar mayor cantidad de madera para concretar la mejor de “las fogaratas”. El Gordo dirigía el operativo indicando a cada pibe dónde debían ir para conseguir maderas en desuso o ramas de una reciente poda. Todo iba a servir para derrotar a las demás fogatas del barrio.
El ritual anual estaba en marcha y los chicos acataban las órdenes del líder. Cuando todos partieron a cumplir con su misión, quedó Humbertito, el más pequeño, sentado en un umbral y observando al Gordo con los ojos humedecidos.
“Mirá, Bertito, no te enojés. Vos querés entrar en la barra, pero sos muy pulguita. Si conseguís algo bueno, pero muy bueno, yo hablo con los chicos para que te acepten”, le dijo el Gordo.
El chiquilín, sin contestar, se puso de pie y salió corriendo. Él ya sabía dónde había maderas y hacia allí se dirigió.
Desde los fondos de su casa podía llegar a la vivienda de doña Margarita, quien tenía sobre el precario techo de su gallinero, una enorme cantidad de escobas viejas. Ese sería el botín que permitiera su entrada a la barra.
Cuando descendía desde la terraza vecina al techo del gallinero, lo invadió un sentimiento de culpa. Aquello era robar y su padre nunca lo perdonaría. Meditó un instante y se decidió: no robaría. Si lo querían aceptar en la barra, que fuera por ser un buen chico, pero por ladrón ¡no!
En ese momento resbaló cayendo en medio del gallinero, mientras sentía un agudo dolor en el tobillo. Las manos y la cara, además de sucias, olían horribles. Comenzó a gritar asustado.
En su habitación, doña Margarita, viuda y costurera, estaba dale que dale a la vieja Singer para ganarse la vida. Pese al traqueteo de la máquina de coser y la novela radial que invadía el ambiente, escuchó el llanto del mocoso en medio de un cacareo infernal.
Cuando descubrió a Bertito, se asombró; pero la sorpresa se fue transformando en sonrisa al notar el estado lamentable en que se encontraba.
El pibe la miraba asustado y la buena mujer lo ayudó a levantarse. Después tras ponerlo en medio del piletón del patio, lo lavó y secó. Luego, lo peinó pasando las yemas de sus dedos sobre el jabón mojado, improvisando un fijador, para armarle un peinado gardeliano al chiquilín.
Desde la inocencia de sus pocos años, narró lo sucedido, sin ocultar nada. Dijo de su arrepentimiento y juró no volver a robar nunca más.
Doña Margarita, tras consolarlo, le preguntó si tenían muñeco para la fogata y, ante la negativa del ladrón arrepentido, le propuso fabricarle uno enorme.
Con ayuda de la vieja máquina y sobrantes de costuras, construyó uno tan grande como el mocoso, con boca roja y dos ojos enormes hechos con botones de un tapado apolillado.
El chico loco de alegría, comentó: “Lindo, doña, lástima que no esté vestido”.
La mujer se dirigió a un antiguo ropero y de su interior extrajo un sombrero y un saco que colocó al enorme pelele. Entonces, comentó a Bertito: “Bueno, andá volando con tus amigos. Creo que con este muñeco te ganás seguro, un lugar en el grupo”.
Cuando el pibe llegó, en medio de la calzada, se levantaba una pila impresionante de maderas. Al ver al muñeco los demás chicos no lo podían creer, alabando la gestión del chiquilín.
“¡Te pasaste, pulga!, comentó el Gordo y trepó sobre aquella maraña de maderas y ramas secas para ubicar al muñeco en su cúspide.
Luego, el fuego fue consumiendo lo conseguido por los chicos ante la alegría de los vecinos. Cuando las llamas alcanzaron al muñeco, la gritería tornó ensordecedora y cada puñado de sal gruesa que se tiraba al fuego, estallaba en miles de chispitas. Eran los fuegos artificiales de los pobres, la alegría de divertirse con poco, casi diríamos con nada. Debe ser por eso que Alguien dijo que de ellos será el reino de los Cielos.
Doña Margarita también participó de este festejo barrial desde la puerta de su casa. Cuando el fuego tomó contacto con el sombrero y el saco, dos lágrimas cayeron de sus ojos cansados de seguir la línea de la costura y descendieron zigzagueantes entre las arrugas de su rostro.
Se secó con una de las puntas de la pañoleta que cubría su encorvada espalda y retornó a su hogar. porque el frío era tan bravo que ¡hasta hacía llorar!
Ya en su pieza, que era dormitorio, taller y comedor, se preparó su sopita de todas las noches y al disminuir el bullicio, que llegaba de la calle, imaginó que en el rescoldo habrían colocado camotes para comerlos luego sentados en el cordón de la vereda.
Se sentó para cenar acompañada por su soledad y tras la primera cucharada, miró el retrato de un hombre de grandes bigotes, quien la observaba desde el interior de un marco ovalado.
Tras minutos de jugar con la cuchara dando vueltas a la sopa, le clavó la mirada al de los mostachos, diciendo: “Vos siempre recomendaste me deshiciera de todas tus cosas, por eso me quedé tan solo con tu sombrero y un saco, porque eran los que más me gustaban, pero hoy vino un chico que… mirá, viejo, no sé cómo decirlo, pero estoy contenta. Y vos, aunque me mirés serio como siempre, también lo estás.
De pronto, se sobresalta al escuchar que llaman a su puerta. Vuelve a colocarse la pañoleta y al abrir encuentra a su pequeño amigo, quien sin decir nada le entrega un paquete hecho con papel de diario.
—Nene, ¿qué es esto?- inquiere azorada la mujer, mientras el pibe sale corriendo y sin detenerse ni darse vueltas, le grita.
—¡Gracias doña, la quiero mucho!
Cuando doña Margarita abre el paquete, la sorprende su tibio contenido: camotes asados. En ese preciso instante, la anciana descubrió que no solo el frío hace llorar. También el camote asado.


* Con mi familia viví hasta mi adolescencia en un departamento de pasillo en Corrientes 2057, a metros de la sede de la Universidad Abierta para Adultos Mayores, de la UNR. La vivienda aún existe y en aquellos años en uno de los departamentos, creo que el 2, vivía una señora viuda que cosía “para afuera”.

2 comentarios:

  1. Me emocionó la historia de la "fogarata" del barrio, los chicos con sus leyes, la mujer que habla sola, el regalo agradecido.Hermoso y tierno relato.
    Cariños
    Susana Olivera

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  2. Enzo; tus historias de vida son apasionantes, nos regalas recuerdos de un tiempo ido que permanecieron dormidos y gracias a ti afloran emocionándonos.
    Gracias

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