Enzo Burgos
La cosa estaba clara: había que
juntar mayor cantidad de madera para concretar la mejor de “las fogaratas”. El
Gordo dirigía el operativo indicando a cada pibe dónde debían ir para conseguir
maderas en desuso o ramas de una reciente poda. Todo iba a servir para derrotar
a las demás fogatas del barrio.
El ritual anual estaba en marcha y
los chicos acataban las órdenes del líder. Cuando todos partieron a cumplir con
su misión, quedó Humbertito, el más pequeño, sentado en un umbral y observando
al Gordo con los ojos humedecidos.
“Mirá, Bertito, no te enojés. Vos
querés entrar en la barra, pero sos muy pulguita. Si conseguís algo bueno, pero
muy bueno, yo hablo con los chicos para que te acepten”, le dijo el Gordo.
El chiquilín, sin contestar, se
puso de pie y salió corriendo. Él ya sabía dónde había maderas y hacia allí se
dirigió.
Desde los fondos de su casa podía
llegar a la vivienda de doña Margarita, quien tenía sobre el precario techo de
su gallinero, una enorme cantidad de escobas viejas. Ese sería el botín que
permitiera su entrada a la barra.
Cuando descendía desde la terraza
vecina al techo del gallinero, lo invadió un sentimiento de culpa. Aquello era
robar y su padre nunca lo perdonaría. Meditó un instante y se decidió: no robaría.
Si lo querían aceptar en la barra, que fuera por ser un buen chico, pero por
ladrón ¡no!
En ese momento resbaló cayendo en
medio del gallinero, mientras sentía un agudo dolor en el tobillo. Las manos y
la cara, además de sucias, olían horribles. Comenzó a gritar asustado.
En su habitación, doña Margarita,
viuda y costurera, estaba dale que dale a la vieja Singer para ganarse la vida.
Pese al traqueteo de la máquina de coser y la novela radial que invadía el
ambiente, escuchó el llanto del mocoso en medio de un cacareo infernal.
Cuando descubrió a Bertito, se
asombró; pero la sorpresa se fue transformando en sonrisa al notar el estado
lamentable en que se encontraba.
El pibe la miraba asustado y la
buena mujer lo ayudó a levantarse. Después tras ponerlo en medio del piletón
del patio, lo lavó y secó. Luego, lo peinó pasando las yemas de sus dedos sobre
el jabón mojado, improvisando un fijador, para armarle un peinado gardeliano al
chiquilín.
Desde la inocencia de sus pocos
años, narró lo sucedido, sin ocultar nada. Dijo de su arrepentimiento y juró no
volver a robar nunca más.
Doña Margarita, tras consolarlo, le
preguntó si tenían muñeco para la fogata y, ante la negativa del ladrón
arrepentido, le propuso fabricarle uno enorme.
Con ayuda de la vieja máquina y
sobrantes de costuras, construyó uno tan grande como el mocoso, con boca roja y
dos ojos enormes hechos con botones de un tapado apolillado.
El chico loco de alegría, comentó: “Lindo,
doña, lástima que no esté vestido”.
La mujer se dirigió a un antiguo
ropero y de su interior extrajo un sombrero y un saco que colocó al enorme
pelele. Entonces, comentó a Bertito: “Bueno, andá volando con tus amigos. Creo
que con este muñeco te ganás seguro, un lugar en el grupo”.
Cuando el pibe llegó, en medio de
la calzada, se levantaba una pila impresionante de maderas. Al ver al muñeco
los demás chicos no lo podían creer, alabando la gestión del chiquilín.
“¡Te pasaste, pulga!, comentó el
Gordo y trepó sobre aquella maraña de maderas y ramas secas para ubicar al muñeco
en su cúspide.
Luego, el fuego fue consumiendo lo
conseguido por los chicos ante la alegría de los vecinos. Cuando las llamas
alcanzaron al muñeco, la gritería tornó ensordecedora y cada puñado de sal
gruesa que se tiraba al fuego, estallaba en miles de chispitas. Eran los fuegos
artificiales de los pobres, la alegría de divertirse con poco, casi diríamos
con nada. Debe ser por eso que Alguien dijo que de ellos será el reino de los
Cielos.
Doña Margarita también participó de
este festejo barrial desde la puerta de su casa. Cuando el fuego tomó contacto
con el sombrero y el saco, dos lágrimas cayeron de sus ojos cansados de seguir
la línea de la costura y descendieron zigzagueantes entre las arrugas de su
rostro.
Se secó con una de las puntas de la
pañoleta que cubría su encorvada espalda y retornó a su hogar. porque el frío
era tan bravo que ¡hasta hacía llorar!
Ya en su pieza, que era dormitorio,
taller y comedor, se preparó su sopita de todas las noches y al disminuir el
bullicio, que llegaba de la calle, imaginó que en el rescoldo habrían colocado
camotes para comerlos luego sentados en el cordón de la vereda.
Se sentó para cenar acompañada por
su soledad y tras la primera cucharada, miró el retrato de un hombre de grandes
bigotes, quien la observaba desde el interior de un marco ovalado.
Tras minutos de jugar con la
cuchara dando vueltas a la sopa, le clavó la mirada al de los mostachos,
diciendo: “Vos siempre recomendaste me deshiciera de todas tus cosas, por eso
me quedé tan solo con tu sombrero y un saco, porque eran los que más me
gustaban, pero hoy vino un chico que… mirá, viejo, no sé cómo decirlo, pero
estoy contenta. Y vos, aunque me mirés serio como siempre, también lo estás.
De pronto, se sobresalta al
escuchar que llaman a su puerta. Vuelve a colocarse la pañoleta y al abrir
encuentra a su pequeño amigo, quien sin decir nada le entrega un paquete hecho
con papel de diario.
—Nene, ¿qué es esto?- inquiere
azorada la mujer, mientras el pibe sale corriendo y sin detenerse ni darse
vueltas, le grita.
—¡Gracias doña, la quiero mucho!
Cuando doña Margarita abre el
paquete, la sorprende su tibio contenido: camotes asados. En ese preciso
instante, la anciana descubrió que no solo el frío hace llorar. También el
camote asado.
*
Con mi familia viví hasta mi adolescencia en un departamento de pasillo en
Corrientes 2057, a metros de la sede de la Universidad Abierta para Adultos
Mayores, de la UNR. La vivienda aún existe y en aquellos años en uno de los
departamentos, creo que el 2, vivía una señora viuda que cosía “para afuera”.
Me emocionó la historia de la "fogarata" del barrio, los chicos con sus leyes, la mujer que habla sola, el regalo agradecido.Hermoso y tierno relato.
ResponderEliminarCariños
Susana Olivera
Enzo; tus historias de vida son apasionantes, nos regalas recuerdos de un tiempo ido que permanecieron dormidos y gracias a ti afloran emocionándonos.
ResponderEliminarGracias