María Victoria Steiger
Volviendo a lo que relataba de nuestra vida en Mendoza.
Había contado sobre la mudanza de barrio que fue muy pesada para todos y
creo que en todos los casos, sin tener en cuenta las edades, ¡es difícil!
Ya nos habíamos acostumbrado a la casa nueva, a cada uno sus lugarcitos.
Mi hermano ya empezaba con la escuela (jardín de infantes en esa época) y traía
de la casa grande todas las “diabluras” que le enseñamos.
Mi padre era muy madrugador y también se adaptó a la casa. En el baño
había instalado su equipo de mate y la radio. Creo que la prendía más o menos a
las 6 de la mañana; y empezaba la hora de tango, noticias y mate, mientras se
afeitaba y bañaba.
Eso significaba que faltaba poco para la despertada general “¡Arriba
todos. Ya es la hora!, decía con una voz como para que despertaran todos los
vecinos.
Como nosotras éramos más grandes teníamos nuestras tareas. Yo quedé para
la cocina. Cuando estábamos de vacaciones, me ocupaba de la sopa, que era
infaltable todos los días, fuese verano o invierno. Claro que lo de la cocina
no era la sopa solamente, sino también el arroz con carne, pastel de carne,
milanesas, etcétera, todo para nueve personas. No me resultaba difícil y entre
las cosas de la cocina me quedaba un tiempito para leer.
Para Navidad nos regalaron libros a todas. Mis hermanas no tenían
problema en que yo los leyera primero y les contara, si estaba bueno. Así,
entre el caldo de la sopita y las otras comidas, leía todo lo que había en
casa.
No faltaba entretenimiento. Teníamos una perra salchicha, que ladraba a
todos y molestaba al vecino de la casa de al lado; y cuando salíamos a la
vereda, rápidamente se escapaba a toda velocidad.
El gato se escondía en lugares insólitos y cuando nos descuidamos
merodeaba cerca de la jaula del canario.
Tantas escapadas de la perra, el gato que aprovechaba, una mañana apareció
el canario desplumado y el gato escondido tras un mueble. Para sacarlo fue un
problema. Estaba enredado con los cables y nos dio corriente. Me arañó las
manos, y entre esto y el pobre canario, mi padre se lo llevó al negocio.
Mis hermanas también tenían tareas en casa: el orden del dormitorio,
poner o levantar la mesa, planchar, etcétera.
En general, se las cambiaban entre todas; pero nadie agarraba la cocina.
Así, aprendí un poco.
Un día empezó todo normalmente con el tango a todo volumen y nosotras
aprovechando el último “tironcito” cuando… a todo volumen se escuchó: “Todos a
la calle, así como están y rápido!
Se movía todo, ya otra veces había pasado, pero esta vez era fuerte,mi
guitarra arriba del ropero iba de un lado al otro, no pude hacer nada porque
tenía que subirme a la silla y teníamos que bajar. Pero no todas se despertaron
rápido.
En nuestro dormitorio, Susana se fue rápido al otro dormitorio a ayudar
con los más chicos; y Eugenia, la mayor, sentada al borde de la cama a los
gritos, no quería bajar. No sé cómo la convencí. Me parece que bajó con un
“cachetón”.
Fue, como ahora le dicen, ataque de pánico. Además del temblor, había
ruido subterráneo.
Nos encontramos con todos los vecinos en camisón. Fue todo muy feo y muy
rápido.
Después que pasó, estuvimos un buen rato en la calle, porque cuando
tiembla se espera el remezón, que le dicen allá a las réplicas que suelen ser
iguales o más fuertes. Bueno, todo pasó y fuimos entrando con un poco de miedo,
pero entre cambiarnos y desayunar se volvió a la normalidad.
Después, mi papá escuchaba la radio y comentaba lo fuerte del temblor y
las distintas reacciones. Nosotras, exageradas, le contamos lo de Eugenia y nos
dijo a todas que era común que cada persona fuera distinta. Pobre, ella estaba
enojada con nosotras, que la obligamos a bajar y no entendía nada. Por muchos
años y a pesar de la explicación de mi padre, la cargábamos al primer
movimiento que sentíamos, aunque fuera poco.
Creo que fue el último temblor que sentimos en Mendoza. Después, ya de
casada, en nuestro primer departamento acá en Rosario, aunque no lo podía,
creer tembló.
Ya teníamos a nuestra primera hija y mi marido no entendía de temblores,
además era “liviano”. Teníamos una sola lámpara colgante y se movía un poco, tan
poco que iba de un lado al otro. Por supuesto, prendimos la radio y se confirmó
lo del temblor que para ésta zona es rarísimo.
Cuantos años que pasaron y hace un mes o un poco más me acordé de los
temblores. Una de mis hijas, que está viviendo en el norte de Italia, se
despertó de madrugada. Primero, se sintió un poco mareada y creyó que algo le
había caído mal al estómago; pero se levantó y se le movía un poco todo y se
acordó de lo que yo en algún momento le contaba de los temblores. Todo pasó muy
rápido y, por la mañana, confirmó que sí, que era un temblor, por suerte
liviano.
Así fue como tuve las ganas de contarles un poquito más de mi época de
Mendoza.
Se diría que fue una época movidita, recordaste aquel temblor que para la mayoría pasó desapercibido, me enteré por el noticiero que había sido esa extraña sensación que sentí en la cama.
ResponderEliminarTu historia no tiene desperdicio.
Un abrazo
Gracias Luis!!!!
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