miércoles, 10 de junio de 2015

Banco Hipotecario Nacional

Ana Inés Otaegui

Terminé mi escuela secundaria y, al poco tiempo, ya estaba trabajando en el Banco Hipotecario Nacional, ubicado en la calle San Lorenzo al 900 de Rosario. Ingresé a ese edificio todo vidriado por fuera, para mí tan grande y tan imponente, lleno de oficinas, máquinas de escribir, de calcular, escritorios de maderas con sus respectivas sillas, armarios de puertas corredizas…
Mi primer día de trabajo fue el lunes 29 de septiembre de 1975. Me presentaron ante el gerente y todo el personal; y allí estaba yo, un poco nerviosa y con el miedo de poder hacer bien mi tarea. Todas esas dudas corrían rápidamente en mi mente; pero, por otro lado, tenía la alegría de trabajar en ese lugar. Eran emociones encontradas.
Fui asignada, al sector Préstamos, pero al poco tiempo pasé a Escrituraciones, ya que escribía rápidamente y sin errores en la Olivetti; lo que era fundamental para ese lugar, ya que los contratos eran larguísimos y con muchos detalles: medidas, superficies, planos, informes del Registro de la Propiedad y demás. Los contratos, llamados Mutuos, se firmaban con distintos sindicatos, gremios, empresas constructoras. Luego todas esas viviendas eran adjudicadas a las familias que pertenecían a dichas entidades. Recuerdo que en un principio esos planes de viviendas se llamaban “Eva Perón”, “Barrio Rucci”, “17 de octubre”. Luego cambiaron sus nombres y ya no se mencionaban de esa manera. Yo los conocí como barrio “1° de Mayo”, entre otros. Tiempos de compulsión y autoritarismo. Dos compañeros fueron declarados prescindibles. Sí, se usaba ese término para expulsarlos por alguna razón que el régimen consideraba correcto y, por supuesto, que nadie cuestionaba. Reinaba el miedo.
En esos tiempos, se escrituraban alrededor de ciento cincuenta propiedades por mes. Había mucho trabajo, muy dinámico era todo. Salían como pan caliente cada uno de esos documentos y lo más lindo era ver la expresión de esos rostros, llenos de alegría, de todas esas familias al tener por primera vez la casa propia. Allí, conocí a tantos escribanos, que para poder participar en esos planes se debían anotar previamente en el Banco. Nunca vi a tantos escribanos juntos esperando su turno para escriturar. Esos planes de viviendas eran a largo plazo, 25 ó 30 años, con hipoteca como garantía. Las cuotas eran acordes al ingreso familiar. Luego, con la indexación, en la que se aplicaba un coeficiente de actualización sobre la deuda, a muchos se les hacía difícil pagar.
Muchas empresas constructoras de Rufino, Venado Tuerto, Las Parejas, San Jerónimo Sud y San Jerónimo Norte, la firma Chiarito Hermanos, Cibelli Construcciones, entre otras, desfilaban por el Banco para lograr sus contratos. 
Mi paso por esa institución dejó en mí recuerdos imborrables, gratos por cierto, que siempre trataré de conservarlos.

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