Norma
Azucena Cofré
Mi viejo, nacido en Guañacos (1), provincia
de Neuquén. Fue un hombre inteligente, hermoso, un morocho atractivo; además,
honesto, buena gente, honrado, trabajador. No demostraba ternura ni era
delicado en sus llamados de atención (nos daba en la cabeza con lo que tenía en
la mano); sí, era muy alegre y siempre con ocurrencias graciosas. Le gustaba
bailar y, aunque no sabía, se las arreglaba para pasarla bien.
Todo tiene una justificación, cuando amamos y hemos
sido amados.
Mi madre nos contaba las aventuras de papá. Cruzó la
cordillera a escondidas del su padre, con el atuendo que según él enloquecía a
las chilenas. Casados, economía escasa, buscaba la forma de ayudar, tenían
animales como capital, pero hacía falta dinero para lo demás, vendía pastelitos
en las cuadreras, “volvía sin plata y sin canasto”, viajó a Bariloche con un
colchón a cuestas para trabajar, “volvió con las manos vacías”. Con el tiempo,
vinieron a vivir a Cutral Có, entró a trabajar en las fuerzas policiales,
siendo policía y, con cuatro hijos, decidió terminar la escuela primaria,
terminó siendo abanderado. Un día, en un acto cívico estaba con la bandera y un
agente vino a buscarlo, porque había un desorden y las fuerzas lo requerían,
entregó la bandera al escolta y salió a cumplir con su deber. Ponía orden
dentro de la escuela si veía a un alumno fumando (me enorgullece recordarlo).
En ese momento alquilábamos en un lugar que, según recuerdo,
tenía un patio muy grande donde jugaba cuando era chiquita, y había tres familia
viviendo. Luego, comenzó a trabajar en YPF, compró un terreno, empezamos a
construir nuestra casa, ¿quién podría haber sido su albañil? Yo, que tenía
siete años y era la más chica de las tres hermanas. No me mandaban a la escuela
todavía. Le ayudaba a traer agua, le cargaba las cosas que me pedía.
Tengo un recuerdo que me parece estar viviéndolo ahora. Él
estaba arriba del techo y me dice: “Norma, hechá mezcla al balde”. Lo lleno y
él lo sube. “Ahora, largame los ladrillos, de a uno, que aquí los agarro”. Yo
lo miraba y le decía: “Papá, te voy a romper la cabeza”. Él me respondía: “No,
lárgalos fuerte yo los atajo con las manos”. Se los largaba y daba vuelta la
cara, no quería verlo cuando le pegara.
De esa manera, como yo era el comodín, siempre me
llamaba para que le ayude o para enseñarme algo: cómo se ponían los vidrios en
las ventanas. Me hacía amasar y hacer varillitas redondas con una pasta que
compraba con un aceite especial, colocaba el vidrio y me explicaba: “Una vez
que lo colocas, le vas dando unos golpecitos para sacar el aire que queda. Así,
se prende mejor”.
Estábamos viviendo en casa nueva. Puso un negocio
grande, que parecía una botica, había de todo, lo más llamativo era tres bordelesas
de vino, tino, rosado y blanco. El comercio era atendido por mi mamá y mi
hermana mayor.
Un día, papá trajo caños e hizo una hamaca en el
patio. En otra oportunidad, llegó del trabajo, se desprendió la pechera del
overol y saltó un gatito negro, que después fue más guardián que un perro. Otro
día, llegó, saludó con cara pícara, se sacó la gorra y cayeron lagartijas de la
cabeza. Siempre hacía algo que nos llamaba la atención.
Los años van pasando, crecí, me hice señorita, una
de mis tías me regaló un pantalón, que empezaban a usar las mujeres. Llegué a
mi casa contenta, estaba parada haciendo algo en la cocina y siento un palo en
la cabeza, me grita: “Andá a sacarte ese pantalón, yo putas no quiero en mi
casa”. Lloré y me lo saqué. Era el concepto que tenía de la moda. Nos trajo de
regalo sorpresa una máquina de escribir, juegos de mesa, y muchas cosas con lo
que demostraba su amor y disfrazaba su falta de ternura.
Viejo querido, tengo tantos recuerdos hermosos de
vos y, unos muy feos… que te hayas convertido en un adicto al alcohol y eso
lograra que no todos tus hijos puedan tener el mismo recuerdo que yo de vos. Te
amo viejo, pero la vida es “la Vida” y debo seguir, aunque no hice nada por vos
después de haber formado mi familia.
¡Feliz día, papá! Solo y únicamente vos, ¡mi viejo!
Sí Norma, como decís, así es la vida, con tristezas y alegrías. De todo se aprende. Cariños. Teresita
ResponderEliminarNorma, como dice Jose, vemos el pasado con nuestra mirada de hoy y recién comprendemos lo que fue, pero como la vida continua miramos el pasado y comprendemos quienes somos, cuales fueron nuestras raíces.
ResponderEliminarHermoso recuerdo de tu padre a quien pintas como un luchador, imagino que la vida fue muy dura para él. Eso le da un valor muy especial. Hoy nuestra vida es diferente en una ciudad donde hay muchas más oportunidades.
Me encantó, gracias por compartirlo.
Mi querida Norma, ahora comprendo tu amor por las herramientas, la carpintería, la herrería, "la escultura", etc. Hermoso el relato. Felicitaciones. Ana.
ResponderEliminarMe encantó ese hombre hermoso... y tu afecto por él.
ResponderEliminarSusana Olivera