jueves, 4 de junio de 2015

En el circo

José Mario Lombardo

Y para empezar por el comienzo un tipo todo de rojo y con una escarapela amarilla así de grande se apareció por la entrada de actores y dirigiéndose ágilmente hacia el centro de la pista levantó su brazo derecho en señal de saludo mientras en su mano derecha sostenía un micrófono al que hablaba a los gritos anunciando que el “circo de los Hermanos Peñalba” se complacía por su intermedio en saludar a toda la concurrencia y con bombos y platillos daba pie para el comienzo de una nueva y extraordinaria función con artistas internacionales y fieras amaestradas o viceversa que de inmediato comenzaron a desfilar ante el aplauso de la concurrida y selecta platea con la gran banda que al compás del redoblante descalabraba con saxo y clarinete una apocalíptica versión de “Los santos vienen marchando” donde se notaba la ausencia de la trompeta que después descubrimos tocaba el domador ocupado en ese momento en las tareas correspondientes al jefe del personal de pista también de chaleco colorado pero como todo a la vez es imposible seguramente la trompeta la dejaba guardada hasta que llegara su turno como un artista más de la ceremonia que de inmediato comenzó con la aparición de la maravillosa contorsionista euroasiática “Marisa” y sus partenaires saludadoras y la verdad que bastante pesadotas que mientras la pobre “Marisa” se anudaba y desanudaba como una soga embrujada las dos laderas desplazaban su simpatía por la pista sonrisa en boca los brazos abiertos con manos expresivas y dudosas caídas de ojos me imagino que dirigidas a los veteranos que ocupaban los palcos del centro pero ni minga de ayudar a la pobre que de euroasiática solo tenía la malla de dos piezas color papel metalizado brillante de chocolatín ante los alardes del técnico de iluminación que ubicado en una caseta cañón en mano disparaba toda la luz como si fueran círculos de paño parecidos a los relojes blandos de ese catalán que supo dedicarse a la pintura con relativo éxito tal como la contorsionista que al final después de tanto esfuerzo optó por retirarse sin pena ni gloria dando paso a la veloz carrera de dos payasos gritones que chocaron en el centro de la pista y por eso uno lloraba por las orejas mientras el otro reía ante la desgracia ajena pero claro que cuando este se quiso sentar en la silla que acomodara cuidadosamente la situación del llanto y la risa cambió de lado cuando el otro se la sacó y en la platea ante tanto llanto de orejas y risa desguazada no había espectador que no hubiese optado por disfrutar de desgracias ajenas porque alguien dijo que así es la vida aunque no lo sea pero a fuer de sincero parecer se le parece cuando se encierran esos dos motociclistas en el globo metálico y comienzan a dar vueltas y vueltas haciendo gala de un temple y una seguridad notables hasta que claro por ahí en una de esas vueltas de la vida se encuentran vaya uno a saber en qué lugar del globo y entonces no habrá aplauso que valga ni mago que logre armarlos de nuevo y no me va a decir que cada vez que los tipos se encierran en ese bendito mundo dado vuelta como una media los tipos no arriesgan el cuero del lado de adentro y mientras uno aplaude no le pasa por la cabeza que otro cantar sería si a los de la moto un día se les ocurre andar por la parte de fuera como corresponde y me cuenta si queda algún espectador aplaudiendo que esto a uno también se le ocurre pero no lo dice para no pasar por ignorante no vaya a ser que escuche la de la silla de al lado que para colmo es vecina y bien que se asustó cuando entró el autito todo destartalado repleto de payasos tirando cohetes por el caño de escape que al final yo digo que uno se sorprende riéndose de las mismas cosas porque así es el circo que siempre termina con el número del domador y sus terribles fieras amaestradas adentro de ese tambaleante jaulón armado prestamente en el centro de la pista para que los pobre bichos cuando apaguen las luces y suene la banda otra vez sin la trompeta porque el domador es jefe del personal de pista y trompetista corran como desesperados entre los aros de fuego ante la opción de correr alrededor o comerse al domador y se me hace que los pobres bichos de puro buenos y no por amaestrados eligen casi siempre lo más aconsejable para el domador.

Terminaba la función. La carpa se movía al compás del viento de la noche. Otra vez se me ocurrió que estábamos del lado de adentro y que al mundo lo habían dado vuelta. Como a una media.

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