José Mario Lombardo
Y para empezar
por el comienzo un tipo todo de rojo y con una escarapela amarilla así de
grande se apareció por la entrada de actores y dirigiéndose ágilmente hacia el
centro de la pista levantó su brazo derecho en señal de saludo mientras en su
mano derecha sostenía un micrófono al que hablaba a los gritos anunciando que
el “circo de los Hermanos Peñalba” se complacía por su intermedio en saludar a
toda la concurrencia y con bombos y platillos daba pie para el comienzo de una
nueva y extraordinaria función con artistas internacionales y fieras
amaestradas o viceversa que de inmediato comenzaron a desfilar ante el aplauso
de la concurrida y selecta platea con la gran banda que al compás del
redoblante descalabraba con saxo y clarinete una apocalíptica versión de “Los
santos vienen marchando” donde se notaba la ausencia de la trompeta que después
descubrimos tocaba el domador ocupado en ese momento en las tareas
correspondientes al jefe del personal de pista también de chaleco colorado pero
como todo a la vez es imposible seguramente la trompeta la dejaba guardada
hasta que llegara su turno como un artista más de la ceremonia que de inmediato
comenzó con la aparición de la maravillosa contorsionista euroasiática “Marisa”
y sus partenaires saludadoras y la verdad que bastante pesadotas que mientras la pobre “Marisa” se anudaba y desanudaba
como una soga embrujada las dos laderas desplazaban su simpatía por la pista
sonrisa en boca los brazos abiertos con manos expresivas y dudosas caídas de
ojos me imagino que dirigidas a los veteranos que ocupaban los palcos del
centro pero ni minga de ayudar a la pobre que de euroasiática solo tenía la
malla de dos piezas color papel metalizado brillante de chocolatín ante los alardes
del técnico de iluminación que ubicado en una caseta cañón en mano disparaba
toda la luz como si fueran círculos de paño parecidos a los relojes blandos de
ese catalán que supo dedicarse a la pintura con relativo éxito tal como la
contorsionista que al final después de tanto esfuerzo optó por retirarse sin
pena ni gloria dando paso a la veloz carrera de dos payasos gritones que
chocaron en el centro de la pista y por eso uno lloraba por las orejas mientras
el otro reía ante la desgracia ajena pero claro que cuando este se quiso sentar
en la silla que acomodara cuidadosamente la situación del llanto y la risa
cambió de lado cuando el otro se la sacó y en la platea ante tanto llanto de
orejas y risa desguazada no había espectador que no hubiese optado por
disfrutar de desgracias ajenas porque alguien dijo que así es la vida aunque no
lo sea pero a fuer de sincero parecer se le parece cuando se encierran esos dos
motociclistas en el globo metálico y comienzan a dar vueltas y vueltas haciendo
gala de un temple y una seguridad notables hasta que claro por ahí en una de
esas vueltas de la vida se encuentran vaya uno a saber en qué lugar del globo y
entonces no habrá aplauso que valga ni mago que logre armarlos de nuevo y no me
va a decir que cada vez que los tipos se encierran en ese bendito mundo dado
vuelta como una media los tipos no arriesgan el cuero del lado de adentro y
mientras uno aplaude no le pasa por la cabeza que otro cantar sería si a los de
la moto un día se les ocurre andar por la parte de fuera como corresponde y me
cuenta si queda algún espectador aplaudiendo que esto a uno también se le
ocurre pero no lo dice para no pasar por ignorante no vaya a ser que escuche la
de la silla de al lado que para colmo es vecina y bien que se asustó cuando
entró el autito todo destartalado repleto de payasos tirando cohetes por el
caño de escape que al final yo digo que uno se sorprende riéndose de las mismas
cosas porque así es el circo que siempre termina con el número del domador y
sus terribles fieras amaestradas adentro de ese tambaleante jaulón armado
prestamente en el centro de la pista para que los pobre bichos cuando apaguen
las luces y suene la banda otra vez sin la trompeta porque el domador es jefe
del personal de pista y trompetista corran como desesperados entre los aros de
fuego ante la opción de correr alrededor o comerse al domador y se me hace que
los pobres bichos de puro buenos y no por amaestrados eligen casi siempre lo
más aconsejable para el domador.
Terminaba la
función. La carpa se movía al compás del viento de la noche. Otra vez se me
ocurrió que estábamos del lado de adentro y que al mundo lo habían dado vuelta.
Como a una media.
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