Por Juan José Mocciaro
juanjosemocciaro@gmail.com
Cuando era chico iba al Parque de
Diversiones y lo que más me gustaba era ir junto con mi padre al “Tren Fantasma”,
que se desplazaba en total oscuridad y lleno de sorpresas.
Por su similitud, el “Tren Obrero”
recibió la denominación de “Tren Fantasma”. Hacía el recorrido de la estación
Rosario Central hasta la puerta de los Talleres Ferroviarios de Pérez,
trasladando a los trabajadores del riel que trabajan ahí.
El mote era porque no tenía ninguna
luz, ya que esta era una molestia para los que iban durmiendo, que
prácticamente era su totalidad.
Al igual que el tren del Parque,
estaba lleno de sucesos realmente graciosos, desde su partida de Rosario
Central, donde muchos trasnochados salidos de algún baile o confitería bailable
se iban a dormir a los vagones, ya que no les daba tiempo para volver a su casa
y así asegurarse que no se quedarían dormidos para ir a trabajar.
Mi padre y yo salíamos caminando de
Vélez Sarsfield y Avenida Alberdi. En el camino hasta el Cruce Alberdi, se iban
agregando a esta marcha más de 20 compañeros. Conversábamos sobre la actualidad
política –recién habido asumido Illia– y el tema que no podía faltar: el fútbol.
El peligro de esta caminata era que
la barrera del medio no estuviera baja y que algún tren carguero estuviera haciendo
maniobras, porque seguro que perdíamos el “Tren Obrero” y había que ir a la Estación de Ómnibus a
tomar la COTAL, único medio para llegar a Pérez.
Mi primer día de trabajo en el
ferrocarril, con 16 años de edad en la categoría de aprendiz, comenzó con el
viaje en el “Tren Obrero” y la incógnita surgió de inmediato ¿cómo pueden
viajar a oscuras?, con el tiempo me di cuenta que dormir esos 45 minutos de
viaje era bastante reparador. Una vez sentado, en la estación Ludueña sube un
grandote, veía que se me venía a mi asiento y al darse cuenta de que estaba
ocupado empezó a los gritos: “Hay gente nueva. A ver si se van a otro asiento”.
Después de este mal rato, me dijeron que cada uno tenía su propio lugar y nada
más molesto que le usurparan el mismo.
Había dos personajes ajenos al
ferrocarril, pero prácticamente eran considerados de la familia ferroviaria. Tal
es así, que a fin de año entraban a los talleres y compartían la despedida del
año.
Uno era el diariero que subía en el
Cruce Alberdi. Su kiosco estaba al lado del bar Castaño y vendía cientos de diarios
“La Capital”. Tenía clientes mensuales, que le pagaban el día 8, fecha en que
cobraban los ferroviarios. Este diariero tenía unos ojos de gato; porque, como
les conté, los vagones no tenían luces y él repartía el diario a cada uno de
los clientes y también la Sexta de “La Razón” y en especial los lunes, que
traía toda la información de fútbol del equipo rosarino que había jugado en
Buenos Aires.
El otro personaje era “Víctor”, un
tipo simpático y siempre con una sonrisa a flor de labios. Él subía en Pérez a
la salida del taller y hacía rifas, vendía una tirita de 10 números de tres
cifras. Cuando arrancaba el tren, ya tenía todos los números vendidos. Hacía el
sorteo con un bolillero que sacaba algún compañero para demostrar la limpieza
del mismo. Una vez que salía el número, iba anunciando vagón por vagón el
número ganador y, después, pasaba anunciando el apellido del ganador y a la
sección que pertenecía, algunos chistosos le gritaban “ese es un chanta”, y él
al instante le respondía “es un buen muchacho”.
Sorteaba dos bolsos con mercadería:
caramelos, masitas, duraznos al natural, etcétera. Cuando mi padre ganaba uno
de esos premios y llegaba a casa con los bolsos, me embargaba una emoción
incontenible: yo era muy chico y sabía que venían días muy dulces, por las
golosinas.
Víctor fue un personaje digno de
rendirle un homenaje como un caballero con todas las letras. En mis tres años
de ferroviario jamás lo vi enojado. Nunca se peleó con nadie, desde que se
subía en Pérez hasta que se bajaba en la Estación Ludueña, que era su barrio.
El tren tenía las paradas
convencionales: Cruce Alberdi, Ludueña, Barrio Vila, Pérez y la última parada
enfrente de los talleres; pero había una parada improvisada a la altura de Provincias
Unidas, porque había muchos ferroviarios que subían. Se la llamaba “Parada
mondongo”, porque subía un ferroviario con la cara arrugada como un mondongo.
Otro día especial era el 21 de
setiembre, “Día de la Primavera”. El Club Mitre de Pérez organizaba el picnic
del estudiante. Gran cantidad de colegiales subían al tren para llegar temprano.
Era un disloque, los vagones sin luz y los adolescentes con ganas de festejar,
ese día no dormía ningún ferroviario.
Cada persona vive las
experiencias según la manera que la siente. Si bien no todo era color de rosa,
al evocar los mejores recuerdos me producen alegría y orgullo de haber sido
ferroviario como mi abuelo y mi padre.
muy lindo relato!!! ety
ResponderEliminarNo sé si metí la pata o mal el dedo, pero veo que no salió mi comentario, lo vuelvo a realizar: Me encantó, sobre todo la descripción de los personajes. Estoy viendo al grandote que te hizo levantar del asiento y a Mondongo. Cariños. Ana María.
ResponderEliminarJuan José, me encanta la forma sencilla , emotiva y veraz que le das a tus relatos, siempre muy interesantes y entretenidos. !VENGA!!!!!. CARMEN G.
ResponderEliminarMuy bien marcados los personajes que viajaban en el tren. Buenos recuerdos.
ResponderEliminarSusana Olivera
Pintas muy bien ese momento con personajes muy puntuales y un diálogo propio de la época, donde no falta la impronta de tu humor. Me encantó.
ResponderEliminar¡Cómo me gustan estos relatos con la presencia de personajes inolvidables!
ResponderEliminarMuy buena la historia Juan Josè. Mi viejo, mi cuñado y mi suegro tambièn eran ferroviarios. Mi cuñado era el que iba a Pèrez, se llamaba Octavio Dìaz, hijo del que fuera arquero de Central. dos por tres ganaba alguno de los premios que sorteaba Vìctor. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenisimo relato....me encanto ....
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