Por MAHJO
Cuando mi hermano tenía 18 años, diez más que
yo, se le ocurrió comprarse un auto, para lo cual tuvo la feliz idea de ir
hasta Firmat –localidad situada en el sur de Santa Fe– a comprar una chatita
Ford T y traerla andando hasta Rosario. ¿Qué ocurrió en el camino? Cuando llegó
a la famosa “curva de la muerte”, cerca de Pérez, se le paró la chatita, lo que
no hubiera sido nada, si no fuera porque en ese momento venía el tren.
Felizmente, mi hermano se bajó a empujarla y pudo sacarla a tiempo.
Cuando llegó a Rosario y mi padre se enteró
de la compra lo quiso matar y se salvó de cobrar, porque estaba mi abuela en
casa.
Como mi tío trabajaba de chofer en el Banco
Provincial de Santa Fe, mi hermano le pidió que la manejara. Claro, él estaba
acostumbrado a los coches grandes, con buenos frenos, como los que usaba en el
banco, y en la primera esquina terminamos en la vereda, porque no pudo frenar.
Y, ahora, voy a hablar de mi viejo
aprovechando que se acerca el Día del Padre. Como verán era un hombre muy
rígido, parecía un militar, pero lógicamente la crianza que nos dio fue la que
aprendió de sus padres.
Sin embargo, tengo buenos recuerdos de mi
infancia, él nos llevaba a mi amigo y a mí a recorrer el puerto donde veíamos
esos barcos, esos trenes cerealeros y recuerdo que había una montaña de arena
de donde nos arrojábamos con mi amigo. También nos llevaba a remontar
barriletes detrás de la Yerbatera Martin, donde aunque ustedes no lo crean
había una villa. Y precisamente hablando de los barriletes, mi padre había
descubierto que si el tiro del medio del barrilete era más largo éste volaba
más alto, por lo que todos los chicos de la cuadra traían sus barriletes para
que mi papá le hiciera los tiros.
También nos fabricó un carrito que, en lugar
de rulemanes tenía ruedas de madera e incluso les había puesto un freno. Lo
llevábamos a la Bajada San Juan, esa que termina en la Avenida Belgrano, y allí
nos arrojábamos.
Felizmente la Avenida Belgrano no tenía el
tránsito que tiene ahora, porque a pesar del freno de vez en cuando
terminábamos en la Avenida.
Luego
vino lo de la bicicleta, sobre la que ya les conté, y por último: agradecerle a
mi padre la enseñanza que nos dio y que en los momentos difíciles de mi vida
siempre estuvo a mi lado. ¡Qué pena no tenerte Viejo!
Hermosa semblanza, la niñez de la calle y el juego, donde aprendimos a ser Humanos.
ResponderEliminarDías pasados pase por la llamada "curva de la muerte" y recordé tu relato, ya que lo leíste en clase, te comento que la estan re modelando. Ojala pueda cambiar su fama. Me gusto tu relato. Te imagino bajando en el carrito.
ResponderEliminarBorges nos guia como a ciegos x el s
ResponderEliminarendero literar
io.las historias de MAHJO forman parte de ese itinerario donde la musa sonrie al ser oída.