Por Ana María Miquel
Le pusieron ese sobrenombre, porque cuando bebé
tenía el pelo realmente como una canasta de rulos y, para sacárselos de la
cara, la mamá se los apretaba con dos enormes moños sobre la cabeza. Como no
existía corralito, la colocaban adentro de un cajón de manzanas. La bondad,
generosidad y ternura emanaban y emanan de ella a raudales hasta el día de hoy,
a pesar de las adversidades. Es la mayor de cinco hijos.
Es la hermana que yo no tengo. Tenemos la misma
edad, las mismas costumbres, los mismos gustos, las mismas inquietudes, las
mismas confidencias. No hace falta hablar para saber lo que está pensando la
otra, nos encontramos una o dos veces al año, pero siempre es como si nos
hubiéramos visto ayer. Ahora, con la tecnología, nos comunicamos con más
facilidad. En las cocinas nos manejamos a la par sin necesidad de
explicaciones, aunque ella cocina mucho más rico que yo.
Nos conocimos cuando teníamos dieciocho años. Mi
hermano mayor, nos llevó a una prima de Buenos Aires y a mí, a un club en
Mendoza donde se realizaba un baile de Carnaval. El muy pícaro ya sabía que
Moña también iría con sus primas y ya estaban enamorados; pero debían cumplir
con todo el protocolo de la época. Bailaron toda la noche y allí, creo, ellos
confirmaron el noviazgo y yo mi relación con Moña.
Como verán, Moña es mi cuñada.
Han pasado muchísimos años, mejor no contarlos
pero aunque lejos, siempre estuvimos cerca. En los momentos más difíciles de mi
vida estuvo a mi lado. Por ejemplo cuando nació mi primer hijo, vivíamos a dos
cuadras una de otra. Como yo trabajaba por la mañana y tenía una empleada que
cuidaba de mi hijo mayor, ella todas las mañanas pasaba por mi casa para saber
cómo estaba el nene. Una mañana entró y se encontró a mi hijo sentado en su cochecito
con un cartel que decía: “Señora, no trabajo más, me voy”. La loca e
irresponsable de la muchacha había dejado solo en la casa a un bebé que aún no
caminaba. Ni siquiera fue hasta la casa de Moña para avisarle y dejarle a mi
hijo. Ella no se hizo problemas, cerró la casa y se llevó a mi hijo con ella.
Cuando nació mi primera hija, lloraba todo el día.
Una tarde vino a casa Moña y me dice: “Andá al supermercado que yo me quedo con
la nena”. Cuando volví, me comenta medio enojada: “¿Sabés por qué llora tu
hija?, porque tiene hambre. Le hice una mamadera y no dejó ni rastros”. Tenía
razón. De ahí en más comenzó a tomar mamadera.
La cuestión que pasaron los años y una vez le
detectaron “la mala palabra en un pecho”. La operaron, le hicieron quimioterapia,
todos sufrimos a la par de ella, pero su espíritu, fortaleza y los rezos de
todos, la hicieron salir adelante. Y siguió viviendo feliz y contenta y
haciéndose cargo de las angustias y alegrías de todos los que la rodeaban.
Viajó mucho, pero mucho, mucho. Tanto mi hermano como ella son felices
viajando.
Con la vuelta de los años, otra vez “la mala
palabra”, pero en otro lugar. Esta vez, ya le estaban haciendo señas desde
arriba. Pero no la íbamos a dejar ir. Todos la necesitamos, cada uno a su
manera. Por supuesto que su espíritu de lucha, continuó intacto y aceptó todo
lo que los médicos le indicaban y salió adelante y aunque parezca mentira está
muy bien. Una de las veces que la vi, lo pensé y se los dije: “Moña, sos una
bestia, qué fortaleza tenés para haber salido de ésta”. Y, entonces con
lágrimas en los ojos, me respondió: “¡Cómo me voy a morir, quién cuidaría de tu
hermano?”
Realmente me dejó sin palabras.
Cuando ya estuvo repuesta y no significaba un
peligro viajar, nos fuimos las dos solas (por primera vez en su vida ella
viajaba y salía de su casa sin mi hermano) a Dubai. Allí, nos esperaba mi hijo
menor. Esos días vividos en Dubai fueron realmente inolvidables, tanto para
ella como para mí. Para ella era como volver a sus orígenes, ya que sus padres
eran libaneses y las costumbres y comidas por supuesto que son muy parecidas. Y,
para mí, una alegría inmensa de poder andar libremente por esa maravillosa
ciudad, sin obligaciones de maridos que atender. Y, como ella habla inglés, yo
me sentía muy segura.
La primera noche que llegamos y después de larga
charla con mi hijo, nos fuimos a dormir, nosotras en una cama de matrimonio en
el dormitorio y él en el comedor. Cuando nos acostamos me dice: “Al final,
siempre termino durmiendo con un Miquel”. ¡Cómo me hizo reír!
No parábamos en la casa. Recorríamos todos los
lugares habidos y por haber, teníamos la pileta de natación a nuestra
disposición, los shopping, los
restaurantes, los mercados: de las especias, del oro. Las playas y el mar. Las
tiendas con telas finísimas, las túnicas, las casas de perfumes, los
chocolates. Realmente, era otro mundo. En algún momento del día, cuando la veía
cansada, le decía volvamos a la casa que estoy cansada. Era verdad, yo me
cansaba y la veía a ella que también y no quería que le subiera la presión o
que hubiera alguna complicación.
Un día habla con uno de sus hijos y éste le
insiste con que no debía volver sin ir a visitar la mezquita de Abu Dhabi. Yo
no tenía mucho interés en ir, pero nos habíamos acostado a dormir la siesta o a
estirar el cuerpo y ella me seguía hablando de Abu Dhabi. Entonces se me hizo
la luz. Sus tiempos, no eran los míos. Nadie tiene la vida comprada. Yo me
podía morir en esos momentos. Pero ella vive como si cada día fuese el último,
porque siente que tiene la espada en la cabeza y que cada momento es un regalo.
Entonces le respondí: “Vamos mañana a Abu Dhabi”. Se transformó como una
criatura y organizamos el viaje; es decir, ella lo organizó con mi hijo, porque
nos manejábamos en ómnibus de línea.
A la mañana siguiente, salimos para conocer la mezquita
de Abu Dhabi. Llegamos a eso de las trece horas, con cincuenta grados de calor.
Pensé: “Aquí una de las dos pasa para el otro lado”. Para colmo, era una
construcción tan pero tan grande y toda de mármol blanco y con adornos en
dorado, que el sol refulgía por todos lados. El colectivo nos dejó en un lugar
donde teníamos que caminar bastante para poder entrar. En un momento dado los
guardias se dieron cuenta de nuestras caras rojas y no de vergüenza, que nos
hicieron detenernos, ponernos a la sombra y pidieron un cochecito como esos de
las canchas de fútbol, para que nos transportara. Un guardia le dice a Moña que
se sentara en un escalón de mármol blanco y ella lo toca, pensando que estaba
frío, pero quemaba (buenísimo para las hemorroides) y el hombre, medio ofendido
porque ella pasó la mano le dijo: “Está limpio señora”. No dijo nada y se
sentó.
Llegamos al lugar donde nos vistieron con las
túnicas negras tapadas de pies a cabeza, dejamos los zapatos en las estanterías
de la entrada y entramos a lo que sería la Sala de Oraciones, con la famosa alfombra, y las
famosas lámparas. En un momento Moña empieza a gritar: “¡Ana, Ana!” Y le
respondo: “¡Aquí estoy! A tu lado”. Y me dice: “Ah, parecés Rasputín, no te
había conocido”.
Desde Dubai, teníamos pensado ir cuatro días a
Jordania, pero era el año pasado, cuando había problemas con los sirios y nos
aconsejaron que no fuéramos. Nos volvimos a Argentina. Después de más de un día
de vuelo necesitábamos camas para dormir. En Buenos Aires fuimos a la casa de
mi hijo y allí dormimos como bebés. Al día siguiente, ella partió para Mendoza
y yo para Rosario.
Realmente fue un viaje
inolvidable, tanto para ella como para mí. Todos nos preguntaban si no habíamos
tenido roces por la convivencia. De ninguna manera, nos complementamos y nos
conocemos demasiado bien como para pasar un mal momento. En el avión de
regreso, nos habíamos armado con las mesitas y las mantas una hermosa mesa de
juego. Veníamos jugando a la canasta, cuando apareció una azafata de primera
clase. Al vernos nos dice: “Solo les falta una bebida”. “Sí, sí”, le
contestamos y nos trajo una bebida que no sé cómo se llama; pero según la
descripción de la azafata era como tomar un helado derretido, Moña se tomó dos
y yo dos cervezas. Ja…Ja…La pasamos genial. ¡Cómo me gustaría volver!
Me pregunto si por las dos cervezas? Hermoso relato amiga, una experiencia inolvidable.
ResponderEliminarEn cuanto a la "mala palabra", no es tal, es como cualquier otra enfermedad,solo que quienes no nos rendimos salimos a fuerza de sacrificio, mientras otros no salen de dolencias que consideramos menores. Perdón por el comentario.
Un abrazo para ti y para Moña mi admiración por ser una luchadora. Gracias por compartirlo.