viernes, 27 de junio de 2014

Mi primer mate

Por Paquita Pascual

Mis frías manos envuelven con regocijo y ternura la panzona calabacita, tan deseada durante toda la mañana.
Venía de hacer una cola de tres horas en la puerta de un banco, con una temperatura de dos grados bajo cero.
Un deseo irrefrenable de tenerla entre mis manos y saborear su deliciosa infusión me acompañó durante toda la mañana; pero debía esperar hasta terminar mi trámite y llegar a casa,
Podría haber entrado en un bar y pedir una infusión de mate, pero yo quería disfrutar mi calabacita y entibiar mis manos.
Su burbujeante espumita, me invita a saborear la codiciada delicia. Y es con el primer sorbito que “las voces del silencio” me llevan a los recuerdos. Y pienso en aquella primera vez, cuando una vecina generosa me invito a compartir un mate. ¡Mi primer mate!
Hacía cinco años que había venido de un país donde no se conocía semejante costumbre.
Era una pequeña jarrita enlozada con una minúscula manijita de la que mi vecina me previno –“agárrala de aquí para que no te quemes”–, y una especie de instrumento largo y finito del cual se suponía yo debía beber.
Ya al apoyar mi boca en la bombilla sentí que me quemaba, y eso me desagradó. Nadie me había dicho cómo se manejaba ese instrumento. Tampoco mi orgullo me permitió preguntar cómo se usaba y fue en el primer soplo que se produjo el desastre.
Mi almidonada blusa de broderie lo mismo que el blanco mantelito que mi vecina puso en mis piernas quedaron a la miseria y, por supuesto, el susto y la vergüenza me hicieron tirar al suelo los elementos que, con tanto amor, mi vecina había puesto en mis manos.
Pasó mucho tiempo antes de que volviera a retomar esa práctica, pero yo había venido a este país para quedarme y, por lo tanto, debía adoptar sus costumbres.
Mi primer dinerillo ganado en este país fue a parar al bazar de mi barrio y, ahí descubrí que la práctica del mate era tan popular que había un diseño para cada cacharrito.
Al descubrir mi ignorancia, el atento dependiente se ofreció a aconsejarme. “Todos son buenos, pero los auténticos son de calabaza”, dijo y esta es mi calabacita que aún conservo, y que en este momento acaricio y entibia mis manos. Mientras le pido perdón por aquel desprecio que en aquel momento sentí.
  Fueron largos días de práctica sola y encerrada en mi cocina, hasta que me acepté como una buena tomadora de mate.

4 comentarios:

  1. Hermosa como todas tus historias Paquita, no regalas alegría en cada una. Gracias.

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  2. Qué hermosa y simpática narración. Felicitaciones! No todos los extranjeros se acostumbran al mate, pero cuando lo hacen creo que lo deben sentir como vos lo describís. Cariños. Ana María.

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  3. Mis queridos abuelos andaluces se hicieron remateros, en lugar del cafecito, después de las comidas y aun sentados a la mesa, corrían unas rueditas de mate, tanto al mediodía, como a la noche, escuchando la radio. A la tardecita, la "Ita", los cebaba para mí, cuando volvía de la escuela. Tal vez comenzaron soplando, como te pasó a vos. ¡Hermoso tu recuerdo! CARMEN G.

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  4. Hermoso relato Paquita! Y seguramente después de aquel primer "soplido" será para ti ,como para todos, un lazo de unión, un llamado a la confidencia, una costumbre entre amigos. Me gustó mucho
    Elena

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