Por Elena Itatí Risso
Era de estatura mediana, lo que
podríamos llamar un hombre común. Era músico: tocaba la guitarra, el bandoneón
y el acordeón; y, aunque nunca fue un virtuoso, amaba la música.
En su juventud integró una orquesta
como bandoneonista, que en esa época se denominaba orquesta “típica”, cuyos
repertorios eran fundamentalmente tangos, valses, milongas, tonadas y algunos foxtrots.
Cuando mi mamá consideró que ese
ambiente de baile semanal, del que se obtenían algunos ingresos, se tornaba “peligroso”
para la pareja, acordaron prescindir de esa entrada monetaria.
Era peluquero, de los viejos
peluqueros que afeitaban, cortaban el pelo o la pelusa. De paso vendía
artículos de perfumería, billetes de lotería, instrumentos de música y cuerdas
de guitarra. Esto hacía que la peluquería siempre estuviera llena de músicos
ocasionales que probaban los instrumentos que iban a llevar, lo que daba a la
peluquería un aire de peña folklórica.
Era un hombre simple, odiaba las
discusiones. Le gustaba confiar en los demás: era una norma en su vida nunca
explicitada. Nunca discutir, nunca pelearse, nunca enojarse.
Irónico, alegre, siempre encontraba una razón
para contemporizar. Era sereno, tierno, muy sociable. El amor a la música era
el primer contacto que establecía con una pregunta muy típica de él, que nos
causaba gracia: “¿Le hace a la música?”
Y allí comenzaba el primer lazo
de unión con el otro, ya sea autoridad, sacerdote, vecino, viajero, novio de
sus hijas o cliente. Ahí comenzaba su relación
Su corazón asemejaba un lago
sereno; pero una forma rara de gastar sus dientes demostraban un grado de
ansiedad solo manifestada en su escasa paciencia para soportar visitas
protocolares: enseguida con una sonrisa daba por terminada una, ya fuera que lo
visitaran a él o que él visitara a otro. A los diez minutos levantaba la mano
en señal de saludo de despedida. Solo la música hacía que se prolongara.
A todos nos inició en la música:
hijos y nietos. Todos sentimos que el abuelo y su corazón musical es el
responsable de los caminos elegidos.
Siendo los cuatro niños, nos
cargaba en sus viejas chatitas, siempre de estados lamentables y nos llevaba a
la ruta. Allí, nos tirábamos los cinco en el pasto, mirando las estrellas. Era
un entretenimiento hasta que mi mamá terminara de cocinar.
Lamento no recordar qué
conversábamos, pero evidentemente íbamos felices a ese entretenimiento. A sus
nietos los llevaba a caminar, (a los nueve primeros) iban a juntar frutitos de
eucaliptus o florcitas silvestres.
Iban los nueve felices con su
abuelo, a veces cantando algunas canciones folklóricas.
Teníamos en la familia miles de
anécdotas de sus originales formas de desprenderse de alguien que él
consideraba cargoso, nunca haciendo notar ese sentimiento. Sus ironías perduran
en el imaginario de todos los que lo amamos
Cuando vinieron a vivir a
Rosario, ciudad que él siempre quiso, la recorría de Norte a Sur y de Este a
Oeste, siempre intentando establecer nuevos lazos, simples lazos. Amó el rio,
nuestro hermoso río, al que iba a ver todos los días
Su recuerdo produce en hijos y
nietos una honda ternura y hace que siempre esté presente entre nosotros.
Elena tu padre te ha dejado un legado importante, la música, el amor a la naturaleza y a la familia y te has nutrido de todo eso, Que bello,con tu recuerdo, siempre estará presente en tu corazón.
ResponderEliminarMaria Rosa Fraerman
Cuánta ternura hay en tu relato, es como si lo estuvieras mimando o teniéndolo muy abrazado junto a vos. Me gustó mucho. Felicitaciones. Ana María.
ResponderEliminarMuy bello recuerdo Elena, un hombre que dejó huella de su paso por la vida.
ResponderEliminarUn abrazo.
Elena "...un hombre común...", en su apariencia, porque alguien enamorado de la música, que los llevaba a ver las estrellas, que no era convencional ni con las visitas, creo que era un ser especial!! Mirá el recuerdo que les dejó! CARMEN G.
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