Por Luis Molina
Escuchando un tango, música con
la cual me crié, mi mente rememora las charlas de aquellas vecinas, chismosas
ellas, ataviadas con su batón de uso diario, chancletas con medias, pañuelo en
la cabeza, Dejando la escoba a un lado y la manguera en el piso salpicando por
doquier.
Desde la radio Julio Sosa canta:
“Ha visto vecina, que poca vergüenza, casarse de blanco, después que pecó”
¿Pecó?
No podía entender el significado
de aquellas palabras, como decían también: “Las chicas buenas no hablan de esas
cosas…”
¿Qué cosas?
O cuando la señora gorda cuyo
marido estaba como siempre en el comité haciendo méritos para conseguir un
puestito en la fundación Eva Perón. Claro, no era cualquier tipo. Era delegado
del sindicato en la fábrica debía dejar enfriar el café, porque un pícaro había
tapado el inodoro del baño de personal con la estopa que le daba la patronal
para limpiarse las manos.
Entonces, su tarea consistía en
parar toda la fábrica, porque no existían suficientes baños para los obreros,
porque así lo exigían los estatutos. A él, no lo podían tocar. Era “el
delegado”. Además, estaba afiliado al partido.
Me parece verla hoy en el almacén
de don López a esta señora gorda, revoleando los ojos, mirando de soslayo,
comentando con su vecina a media voz y en tono de secreto:
—¿Vio? a la mosquita muerta… Yo
sabía que no era trigo limpio. El morocho ese, que quiere que le diga, para mí
que le hizo la porquería, ¿no vio la cara de contenta que tenía?, ¡Qué
vergüenza! Ay Jesús, María y José.
—¡Seguro! Por la cara de la
madre, me parece que no le vino…
—¿Usted cree? La que vi y anda
con el asunto es la de la esquina. ¿Le vio la cara? Da lástima.
—¡Qué diferente a mi nena, que
estudia corte y confección, el padre ya dijo que en la fundación Evita le va a
conseguir la máquina de coser…!
—¡Ah!, ¡pero mire qué bien! La
mía va a la academia “Pitman” a aprender a escribir a máquina. La chica no
nació para sirvienta, que otra vaya a fregar pisos.
Luego continuaba la charla
comentando sobre “Los Pérez García” o el programa de Juan Carlos Mareco, Pinocho.
—Yo quería escuchar “Odol
Pregunta” por un millón de pesos pero él, puso “El Glostora Tango Club”, porque
anoche tocaba D’Arienzo, ¿puede creer?
Me costó crecer entre esos
códigos, o vaya a saber qué eran.
Por supuesto, en los mediodías
del domingo prefería escuchar “La revista Dislocada”, donde un joven Porcel
además de actuar cantaba como los dioses.
A la noche, eran “Los cinco
grandes del buen Humor” o Balá, Marchesini y Locatti haciendo de las suyas.
Me hubiese gustado tener una
radio en aquella época.
Por suerte, doña Francisca, la
dueña del conventillo me dejaba escuchar sentado en una silla bajita en la
puerta de su pieza. Así, conocí a “Tarzanito”, además de escuchar a Pedrito Rico
y Joselito, que española ella no se los perdía.
Mi vecina, como madre celosa del
cuidado de su hija, la acompañaba a tomar el tranvía cuando iba a trabajar, ¡Qué
ejemplo de mujer! La nena veinteañera de físico privilegiado muy bella y
simpática, a la que vecinas celosas cuchicheando le sacaban el cuero. Pero ella
siempre llegó muy puntual al cabaret de Pichincha donde trabajaba.
Y Doña Rosa, que siempre que el
marido se iba a trabajar dejaba un sifón en la ventana, vacío por supuesto. Ellos
no tomaban soda. Un día volvió Genaro, el marido, y el sifón aún estaba allí. Adentro,
también estaba el Fede, joven repartidor de diarios. Pero esa es otra historia.
Cuanta realidad en tu relato. Esas cosas pasaban en la ciudad y en la zona rural. Hoy la juventud es mas sincera y las madres ni se enteran de lo que hacen los hijos. Hay excepciones.
ResponderEliminarUna sociedad mentirosa que nos marcó, por suerte algun@s se pudieron rescatar...
ResponderEliminarLuis un relato muy real y divertido , así sucedían las cosas , tal cual., nunca faltaba la vecina chusma e hipócrita que no tenía vida propia y se dedicaba a sacar el cuero, mirando la paja en el ojo ajeno.
ResponderEliminarMuy bueno el recuerdo de aquellos programas de radio que durante mucho tiempo nos hizo companía.
Me encantó, gracias por compartilo.
Maria Rosa Fraerman
Gracias Maria, fue una época que nos marco sin duda.
EliminarUn abrazo t a
Luis, mientras leía, me iba imaginando una obra de teatro con ese libreto. Te acordás del programa de Jorge Porcel y Jorge Luz, que hacían de La Tota y la Porota? Genial! Estuviste genial! Cariños. Ana María.
ResponderEliminarClaro que lo recuerdo amiga, pero eso mucho más reciente. Gracias por tus conceptos.
EliminarUn abrazo
Muy bueno Luis! me hiciste recordar un montòn de cosas que vivimos todos en esos tiempos. Por supuesto, las viejas chismosas infaltables en todas partes. Yo tambièn fuì a la academia Pitman a estudiar mecanografìa y taquigrafìa. Un abrazo.
ResponderEliminarQue viejos somos Luis, yo estudié en la academia Mestre, odiaba la máquina de escribir, pero mi madre que soñaba verme de traje en una oficina me mandaba a estudiar.
EliminarUn abrazo
Luis, me encanta cómo te ocupás y preocupás por leer todo y alentarnos con tus comentarios. Yo comparto esa idea. En cuanto a tu relato, que como cada uno de los que hacés, está impregnado de realidad y de inocencia (en el buen sentido) estás pintando una sociedad que nos tocó vivir a nosotros, con mujeres amas de casa y con tiempo para charlar y "chusmear con la vecina". Nosotros ya no tuvimos ese tiempo, porque salimos al campo del trabajo y con la ocupaciones de la casa ya era más que suficiente. Bello!!!
ResponderEliminarLuis el comentario del 27 de junio, 23:27 es mío CARMEN G. Cariños!
EliminarGracias Carmen, considero que lo menos que podemos hacer es comentar y alentar a nuestros compañeros que toman el trabajo de escribir y publicar contando sus vivencias.
EliminarUn abrazo.
Muy Bueno!!!
ResponderEliminarMuchas gracias Maria Victoria.
EliminarUn abrazo