Gustavo Fernández
Año final de la
secundaria, 1978. La sangre bulle por mi cuerpo, propio de mis 17 años. Canals,
provincia de Córdoba.
Ella es mi mejor
amiga, compañera de camino, de confidencias, de interminables tardes de mate compartiendo
sueños.
Nunca pensás cuál
es el límite entre amistad y amor hasta que descubrís que te cosquillea el
cuerpo cada vez que mirás esa lucesita en sus ojos que tan solo tu corazón ve.
Me voy a Rosario a
la Universidad y ella se queda en el pueblo trabajando en un banco.
Cada viaje de fin
de semana a mi pueblo es como si me estuviera esperando; sin embargo, ella está
desde hace tiempo de novio y, entones, es que quizás mi corazón me engaña.
Ese mismo corazón
que late y que por más que le ordena a mi cerebro que le diga que la amo, no
logra que mi boca hable, no logra vencer esa timidez que me acompaña desde hace
tantos años.
Pero, al volver a
Rosario, cada vez la extraño más y ¿cómo contarle todo lo que siento?
Pasan los meses y
la noticia llega un finde de tantos en
que vuelvo a mi pueblo y, por supuesto, la voy a ver con la excusa de tomar
unos mates y contarnos nuestras vidas en ausencia. “Me peleé con mi novio” me
dijo y, sin que se notara, sentí que mi corazón se salía de mi cuerpo. Era el
momento. Pero otra vez ese absurdo miedo a perder una hermosa amistad y esa
inocultable timidez no dejan escapar una sola palabra de mi boca.
Vuelvo a mi
Rosario, dolido y triste por no encontrar el modo de contarle mi amor. Esa
noche no consigo dormir y, entre tantos pensamientos, ¡zas!, Cupido me da una
idea: “¡Escribile una carta!”
Me levanto muy temprano
y apenas abre la librería de la esquina corro a comprar una tarjeta y un sobre
para escribir mi carta de amor.
Como si Dios me
viera, hasta crea el entorno ideal de los poetas para escribir sobre el amor, afuera
llueve y hace frío.
Comienzo a
escribir con pasión, las palabras fluyen en una conexión perfecta entre
corazón, cerebro y escritura; las frases se unen con armonía mágica y hasta
recuerdo haber escrito que quería que fuésemos como dos gotas de lluvia que se
juntaron en mi ventana y juntas recorrieron su camino hasta el final.
Termino mi misiva
diciendo que quiero seguir mi historia junto a ella y que espero una respuesta
por la misma vía. Venían exámenes y por unas cuantas semanas no la vería.
Cierro el sobre, no sin antes rociarlo con mi perfume y corro al correo a
despachar mi carta de amor.
El empleado,
añoso, sonriendo al sentir el perfume, me dice: “Qué buena edad para el amor
amigo”. Siento que la sangre se convierte en fuego en el rubor de mi cara, pero
no importa, ya está, mi amor está en viaje.
Pasan los días y
no paro de preguntarle al portero de mi edificio si no llegó alguna carta a mi
nombre. Nada. Solo impuestos y un sobre con dinero y noticias de mi familia.
Pasa el tiempo y
esa carta no llega, ¿se habrá extraviado?, ¿habrá llegado a sus manos? Vuelvo a
mi pueblo y ni siquiera tengo el valor de visitarla y preguntarle. En una
mezcla de dolor y rabia, y cuando por casualidad nos cruzamos ni siquiera la
miro, trato de ignorarla o simplemente encubrir mi desazón. Y vuelvo a Rosario,
a mi rutina, a seguir con mis cosas, a continuar con mi vida.
Pasa el tiempo,
corren los meses y años, y como dicen los optimistas, cuando se cierran
puertas, tarde o temprano se abre una mejor. Conozco el amor de mi vida, la
compañera de mi camino y con ella empiezo a transitar la hermosa vida que
llevo.
Casualidades del
destino, aquel amor de mi juventud termina formando su familia aquí en Rosario
y, por casualidad o no, nos volvemos a encontrar. Y café de por medio nos
contamos resumidamente nuestros andares por la vida… y entre líneas me cuenta
que su hija mayor había encontrado entre sus cosas personales aquella carta de
amor, y que le dijo: “Mamá, este sí que escribía bien”.
Miro sus ojos, y
creo ver aquella lucesita que tantos años atrás despertó mi amor, pero solo son
fantasías. Mi verdadero amor está a mi lado y es la madre de mis hijos.
Me levanto, la
abrazo con mucha nostalgia y voy sintiendo un dulce recuerdo que aún guarda mi
corazón… aquella carta de amor.
¡Buenísimo!Un historia es digna de un poema. La vida nos da sorpresas y cada tanto nos sorprende.
ResponderEliminarPresioso relato. Un abrazo.
Disfruté mucho escuchando tu relato, lleno de emociones que nos inundaban en esos años jóvenes, fue un hermoso relato. Sigo pensando que la destinataria debió acusar recibo.
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