viernes, 17 de mayo de 2019

La barra


Silvia Gusmerini

La “E” me dejaba en la puerta. Desde muy chica y de la mano de mamá iba a clases de natación, a mirar algún partido de tenis o simplemente a pasear. Sólido, moderno e imponente, ahí, sobre 27 de febrero se erguía el Club Provincial.
Mis primeros pasos por sus amplios salones, sus galerías y su vestuario, los había dado de pequeñita para aprender a nadar. A las nueve de la mañana arrancaban las clases y, muertos de frío y miedo, estábamos todos los niños sentados alrededor de la pileta tratando de tirarnos de cabeza, mientras el profesor con su megáfono nos impartía las órdenes. El verano entero pasaba para lograr el título de tiburón, luego de aprobar mojarrita y pejerrey en ese orden. Y en ese verano de mis ocho o nueve años aprendí a nadar.
A los doce, trece años ya las hormonas y el acné marcaban otro rumbo. La necesidad social era otra, los intereses cambiaban y el leiv motiv del club mutaba lentamente. Comenzamos a agruparnos según la escuela, el barrio o intereses comunes. La pileta ya no era para nadar. La pileta era para ver si estaba Osvaldo, Ricardo o Miguel Ángel. Era para dar rienda suelta a las mariposas que, apretadas entre el estómago y el corazón, pujaban por salir. Había que “arreglarse” para pertenecer. La Barra marcaba un ritmo. Miradas, palabras, roces, el amor fluía y la adolescencia se instalaba en los ojos, los labios y los corazones. Se formaban las primeras parejas. Se tejían los primeros romances. La espera del fin de semana, de los cumpleaños de quince, de la función de cine en el gimnasio del club eran los temas de charla de todos los días entre carpetas, exámenes y tardes de estudio.
Cada fiesta, cada programa, cada salida implicaba, para nosotras las chicas, horas de preparación. Rotábamos las casas convocantes. Había esmaltes de uña, ropa por aquí y por allá, los primeros zapatos de taco chupete y las medias de nylon con costura. Mientras probábamos y elegíamos, no paraban de sonar Los Beatles con su “Anochecer de un día agitado”, “Ella te ama” o “La vi parada ahí”. Sus temas eran un desafío para nuestros primeros pasos en el inglés. Una y diez veces levantábamos la púa hasta que lográbamos entender. Nuestro cuaderno con las letras se engrosaba semana a semana. Promediaba la tarde, y listas para que el papá asignado nos llevara, esperábamos nerviosas el momento de la partida.
Las fiestas de quince eran en salones y los asaltos en casas. La barra siempre presente y sus parejitas tenían, en estos acontecimientos, sus momentos de encuentro. Sonaba Luigi Tenco, Bobby Solo o Charles Aznavour y el romance inundaba la pista ante las miradas críticas y severas de los mayores que no nos perdían pisada. La juventud se imponía y los adultos en silencio aguardaban el momento oportuno para hacer su observación ante quien correspondía.
Pasó un verano, pasaron dos y la barra lentamente se comenzó a diluir. Los adolescentes comenzaron a crecer y sus intereses a cambiar. El Club ya no atraía. El amor se esfumó, las mariposas volaron y cada cual siguió su rumbo. Alguno eligió Gimnasia y Esgrima, otros prefirieron La Florida y el sin fin de posibilidades que el río y la playa significaban, unos pocos se perdieron quién sabe por dónde.
La vida empujaba y la barra ya a nadie le interesaba. El fin había llegado.
¡Qué inmensa distancia nos separa hoy de aquéllos días! Solo han quedado plasmados tibios en el corazón y en alguna foto amarillenta ya, que de vez en cuando desempolvamos para recordar algún detalle, un nombre, la moda, el lugar.
¿Añoranza? No. ¿Tristeza? Tampoco. Sí, la satisfacción de saber que para ser lo que somos hoy, tuvimos el inmenso privilegio de haber cumplido esa etapa. Sociabilizarnos, relacionarnos, comprendernos. Enamorarnos, decepcionarnos, enojarnos. Divertirnos, acompañarnos, buscarnos. La barra fue eso y más. La barra fue una estación donde el tren de nuestra vida pudo abastecerse para luego reanudar su viaje colmado y triunfal; y, así, con fuerzas, arremeter contra el futuro que plagado de interrogantes nos levantaba una inmensa barrera.

2 comentarios:

  1. Éramos jóvenes que salíamos a la vida, la sociedad nos reunió entre amigos para no sentirnos solos. La barra de mis hijos varones aun hoy siendo todos cuarentones no perdió vigencia y sigue juntándose cada cumpleaños con esposas e hijos. Y continua siendo "La barra"
    Bella semblanza, gracias por compartir.
    Un abrazo.

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  2. Muy buen relato con matices,aristas y colores acordes al entorno de situacion.abrazo

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