Rogelio Lanese
Hay palabras que por sí solas establecen un significado, mientras que
otras requieren de una especificación adicional, ya que su concepto intrínseco
es ambiguo en cuanto a su alcance.
En este caso mi pensamiento vuela hacia una situación donde alguien
podría haber reaccionado de una forma. Sin embargo, optó por una manera
distinta y, a partir de allí, es donde cabe la reflexión.
Tenía apenas dieciséis años y, como era costumbre en ese momento, se
reunían varios matrimonios con sus hijos en alguna casa de aquel grupo que se
había conformado.
Los mayores eran conocidos a través de la relación que se había generado
a partir de nosotros en el ámbito de la escuela secundaria.
Ese tipo de encuentros se establecía con la suficiente antelación y
dentro del grupo se mezclaban distintos niveles socioeconómicos, que eran más
notorios entre los padres.
La superficie de aquella casa, donde eran más frecuentes las reuniones,
era lo suficientemente amplia para tener instalaciones especiales, donde la cancha
de fútbol era nuestro sector predilecto.
El partido era el centro de nuestra atención y alegría, acorde a
nuestras diversiones adolescentes. Luego, compartíamos todos juntos el ansiado
asado del mediodía o primeras horas de la tarde, de acuerdo al horario que
finalizaba “nuestra final de la Copa del Mundo”, donde la platea que alentaba
eran los dos perros de la casa.
Por supuesto, los chicos estábamos en un sector distinto de los mayores
y no participábamos de sus conversaciones
Sin embargo, en algunos momentos se escuchaban alguno de los comentarios
de nuestros padres.
En aquel almuerzo que me quedó grabado, escuché una conversación
particular –por su tono y contenido–, donde intervenía uno de los padres
menospreciando el tipo de actividad comercial que desarrollaba mi madre.
Fue muy breve el comentario, pero lo suficientemente irónico para que
llamara la atención de todos los presentes.
Lo miré a mi padre y él se dio cuenta de mi mirada.
En mi interior no sabía si tenía bronca o era más fuerte la sensación de
impotencia.
Mi padre estuvo a punto de responder; es decir, casi reacciona.
Aquí es donde se inserta el vocablo del “casi”.
Es en ese instante donde el “casi” no alcanza.
Hubiese preferido, obviamente, que mi referente –todavía creía que lo era–
adoptara algún mecanismo de defensa hacia mi madre, pero en realidad mi dolor
se potenció por haber dejado que la indiferencia se hiciera presente, ante la
mirada persistente de mi parte hacia mi padre.
El “casi es una suerte de intención, pero no va más allá de ese límite.
Casi me arriesgo.
Casi me enamoro.
Casi voy a esa fiesta.
Casi … me juego.
Ese es un término que puede ser sinónimo de cobardía, aunque muchos
piensen que estuvo la intención presente.
La intención se hace presente cuando nuestro miedo queda por debajo de
nuestras ideas y, sobre todo, de ciertos… valores.
No todos tienen el valor o las palabras para enfrentar el hecho, mientras por dentro la procesión quema.
ResponderEliminarHoy casi me animo a comentar tu escrito pero debí contenerme, no estaba muy seguro de contar con las palabras correctas.
Interesante escrito. Un abrazo.