Estela
Ceñera
Carolina fue la única abuela que conocí,
porque antiguamente las personas morían muy jóvenes.
Ella era una asturiana muy alta, erguida
como un roble, con ojos celestes y un rodete muy blanco que debió se pelirrojo
anteriormente. Era de carácter fuerte y eso sí no tenía dientes, pero yo la
veía hermosa.
Cuando era niña salía de la escuela e iba
a visitarla y la encontraba como siempre sentada en su sillita baja. Yo me
sentaba enfrente y le daba sus caramelos gomitas (eran los únicos que podía
comer). En ese momento mágico comenzaba a contarme historias de su Asturias
querida.
Y como dijo Cortés la infancia pasó y el
tiempo voló y pasé a ser yo abuela, pero en un marco totalmente distinto.
¿Por qué? Porque la bendita tecnología que
nos hizo tanto bien también nos hizo mal y actualmente nuestros niños no tienen
el hábito de platicar con sus abuelos o las personas mayores, la tecnología los
atrapó.
Me queda el hermoso recuerdo del aroma de las
glicinas de su jardín que me hacen rememorar esos maravillosos momentos y el
deseo de una larga tarde de plática con mis nietos.
Me recordaste las glicinas de mi patio de niño, donde mi gato solía ocultarse y mi patio lucia una alfombra celeste. Hermoso haber tenido una abuela con quien departir sobre horizontes lejanos, seguro era como releer un libro forrado de amor.
ResponderEliminarUn abrazo.