Rogelio
Lanese
Tarde de otoño sábado. Abril, 1970.
La noche está entrando en punta de pies,
escozor en las manos, que galopan a favor del suspenso macerado desde el jueves.
Estoy contento, asustado, nervioso, no sé qué
hacer (¿alguien lo sabrá?). Es mi primer asalto y, para colmo, en la casa de
una chica.
¡Cuántas expectativas acumuladas!
El sol ya no está, pero mis cachetes arden, por
ansiedad, dudas, mezcladas en mi mente, con las múltiples recomendaciones de
mamá, papá, el abuelo, la abuela y hasta mi tía que, llamó para que no me
olvidara de saludar a los padres de la chica.
Llevo los documentos, pañuelos, los zapatos
negros están lustrados.
Por suerte, no soy el primero en llegar.
Mis piernas pesan toneladas, mis amigos están
igual. Parecemos un ejército de inquietudes y anhelos, que por nervios
acelerados o timidez ni siquiera se permite plantear una estrategia.
La lucha es netamente interna, las preguntas no
tienen respuestas y, si las hubiera, no podríamos asumirlas todas juntas.
“¡Son varoncitos, fuertes, lindos, buenos!”,
dice la abuela sentada en su sillón al costado en el patio del aquel coliseo de
sueños.
Mi cabeza elucubra posibilidades: Está todo
bien, pero no quiero ser el primero en salir a bailar. ¡Y si me dice que no!, ¿qué
hago: me quedo o me voy?, ¿cómo me van a mirar mis amigos?
El barco comienza su excursión sobre aguas
calmas, una tía de la chica se pone en el medio para que los varones empecemos
a bailar.
¡Qué papelón, si no me sale el paso que estuve
practicando ayer a la tarde!
Mis pies solo atinan a moverse hacia la mesa, a
comer y a tomar algo.
Avanza la noche, las estrellas encandilan las
sombras de los piratas rellenos de ilusión, perfumados de adolescencia, que se
empieza a evaporar en el tobogán que terminará desembocando en el mar con olas
personalizadas, que se irán robando inocencias enfrascadas en aquel asalto de
los doce años.
Todo un poema al despertar de la adolescencia, que cada quien de un modo u otro fue forjando reprimiendo miedos y pudores para crecer y hoy recordar con una sonrisa.
ResponderEliminarComo dije en clase: Era duro ser hombrecito...
Un abrazo.