domingo, 5 de mayo de 2019

El crédito


Patricia Pérez

Transcurría el año 1980. De presidente, el nefasto militar Jorge Rafael Videla, que comandaba la junta.
Teníamos dos hijos y nuestra meta apenas casados fue comprar la casa. Ahorrábamos con mucho sacrificio, pero no alcanzaba.
El ahorro consistía en privarse de cosas superfluas, ir en bici al trabajo y vivir en una casa que era poco habitable.
Era muy vieja, las habitaciones de techos altos, de pisos crujientes; en el medio estaba el patio, y a los costados la cocina y el baño, por supuesto afuera.
Cuando llovía mirábamos para arriba buscando la gotera de turno.
El poco alquiler que se pagaba justificaba el vivir mal para un futuro mejor.
Nos enteramos de que la obra social bancaria, a la cual pertenecíamos, iba a otorgar créditos para las viviendas a sus asociados.
Averiguamos las condiciones y nos avisaron que una asistente social debía determinar la necesidad y prioridad del crédito.
Para apresurar el trámite, redactamos una carta solicitando la visita.
Recuerdo esa carta, su relato parecía una novela de Migré: con muchas lágrimas y de gran contenido emocional. Que la casa se llovía, que los pisos, que el frío del baño afuera.
Logramos nuestro cometido: la visita de la asistente social.
Cuando vino, examinó la casa y cómo vivíamos. Nos dijo: “Quédense tranquilos el informe será favorable al crédito”.
Transcurrieron varios días que parecieron eternos esperando esa llamada tan esperada noticia, hasta que el crédito fue hecho.
Teníamos tres meses para elegir y nos pusimos en campaña. Vimos varias casas hasta que encontramos la que actualmente vivimos.
Valía cinco mil pesos ley; el dinero que nos otorgaban eran cuatro mil. Nosotros teníamos ahorrados los otros mil. Cada peso valía cien de los anteriores “moneda nacional”.
Optamos por una cada en zona sur, a media cuadra del Batallón de Comunicaciones. ¡Cuántos secretos de dolor guardados allí y nosotros tan cerca!
Llegó el momento de hacer la transacción. Se me eriza la piel pensando en nuestro momento. Estábamos, nosotros, la inmobiliaria y la obra social que ponía el dinero.
Se firmaron los papeles. Se abrió una valija llena de dinero que fue entregada al vendedor. Así, era antes, no había CBU ni transferencias. Era de mano a mano. Antes habíamos entregado nuestros ahorros, como la seña.
Ese crédito tenía un plazo años. Las cuotas eran accesibles; representaban el valor de un alquiler y eran fijas.
Pasaron unos años y la superinflación de la presidencia de Raúl Alfonsín en el año 1989 que terminaron con su renuncia; y seguida de la superinflación en la presidencia de Carlos Menen, que terminaron con la renuncia del ministro de economía Néstor Rapanelli en 1990, que hicieron que el valor de las cuotas fuera irrisorio. Así que decidimos cancelarlas pagando en dos o tres veces varios años.
Ese crédito en la obra social se dio solo en el transcurso de un año. Nosotros fuimos de los pocos beneficiados; así que agradecidos a la vida de tener nuestro techo.

1 comentario:

  1. ¿Buenísimo! No todos tuvieron esa suerte.
    Esto lo convierte en un bello recuerdo.
    Un abrazo.

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