Patricia Pérez
Transcurría el año 1980. De presidente, el nefasto militar Jorge Rafael
Videla, que comandaba la junta.
Teníamos dos hijos y nuestra meta apenas casados fue comprar la casa. Ahorrábamos
con mucho sacrificio, pero no alcanzaba.
El ahorro consistía en privarse de cosas superfluas, ir en bici al trabajo y vivir en una casa que
era poco habitable.
Era muy vieja, las habitaciones de techos altos, de pisos crujientes; en
el medio estaba el patio, y a los costados la cocina y el baño, por supuesto
afuera.
Cuando llovía mirábamos para arriba buscando la gotera de turno.
El poco alquiler que se pagaba justificaba el vivir mal para un futuro
mejor.
Nos enteramos de que la obra social bancaria, a la cual pertenecíamos,
iba a otorgar créditos para las viviendas a sus asociados.
Averiguamos las condiciones y nos avisaron que una asistente social
debía determinar la necesidad y prioridad del crédito.
Para apresurar el trámite, redactamos una carta solicitando la visita.
Recuerdo esa carta, su relato parecía una novela de Migré: con muchas
lágrimas y de gran contenido emocional. Que la casa se llovía, que los pisos,
que el frío del baño afuera.
Logramos nuestro cometido: la visita de la asistente social.
Cuando vino, examinó la casa y cómo vivíamos. Nos dijo: “Quédense
tranquilos el informe será favorable al crédito”.
Transcurrieron varios días que parecieron eternos esperando esa llamada
tan esperada noticia, hasta que el crédito fue hecho.
Teníamos tres meses para elegir y nos pusimos en campaña. Vimos varias
casas hasta que encontramos la que actualmente vivimos.
Valía cinco mil pesos ley; el dinero que nos otorgaban eran cuatro mil.
Nosotros teníamos ahorrados los otros mil. Cada peso valía cien de los
anteriores “moneda nacional”.
Optamos por una cada en zona sur, a media cuadra del Batallón de Comunicaciones.
¡Cuántos secretos de dolor guardados allí y nosotros tan cerca!
Llegó el momento de hacer la transacción. Se me eriza la piel pensando
en nuestro momento. Estábamos, nosotros, la inmobiliaria y la obra social que
ponía el dinero.
Se firmaron los papeles. Se abrió una valija llena de dinero que fue
entregada al vendedor. Así, era antes, no había CBU ni transferencias. Era de
mano a mano. Antes habíamos entregado nuestros ahorros, como la seña.
Ese crédito tenía un plazo años. Las cuotas eran accesibles;
representaban el valor de un alquiler y eran fijas.
Pasaron unos años y la superinflación de la presidencia de Raúl Alfonsín
en el año 1989 que terminaron con su renuncia; y seguida de la superinflación
en la presidencia de Carlos Menen, que terminaron con la renuncia del ministro
de economía Néstor Rapanelli en 1990, que hicieron que el valor de las cuotas
fuera irrisorio. Así que decidimos cancelarlas pagando en dos o tres veces
varios años.
Ese crédito en la obra social se dio solo en el transcurso de un año.
Nosotros fuimos de los pocos beneficiados; así que agradecidos a la vida de
tener nuestro techo.
¿Buenísimo! No todos tuvieron esa suerte.
ResponderEliminarEsto lo convierte en un bello recuerdo.
Un abrazo.