Luis
Molina
Era un tiempo joven, apenas transpuestos
los veinte años, con sueños y la guitarra al hombro, peleábamos por un lugar en
la música en un tiempo difícil.
El hecho de conseguir editar dos discos
simples en Music Hall, (un sello de la época) nos daba ilusiones. Trabajábamos
muy bien sobre todo en la zona de Entre Ríos, razón para dejar pasar cosas
importantes, incluso en la salud.
Consideré no escribir sobre esto. Dada mi
costumbre de bromear, nadie lo creería; pero lo decidí y me embarqué en la
aventura.
Al principio solo era una molestia no
mayor a una picadura sobre la ingle izquierda, luego comenzó a crecer, lento
pero el dolor se hizo presente, no quedó más que visitar el médico. Este, tras
revisarme, fue contundente: hernia inguinal. No me dio alternativa, solo
quirófano y cuchillo. Confieso que nunca fui un valiente, más aún temiendo que
al cirujano le temblara el pulso, dada la proximidad… fui dejando pasar el
tiempo.
La excusa era la cantidad de trabajo que
teníamos con el grupo, pero los momentos de dolor complicaban todo. La hernia
tenía el tamaño de un huevo de gallina, debía recostarme y con suavidad
introducirla en el tejido dañado. No recuerdo cuando tiempo pasó, pero fueron
meses. Al parecer, el miedo era más fuerte que el dolor.
Ya casi sobre mis veinticinco abriles, un
día cualquiera mi madre me preguntó por mi afección, ya que no me quejaba ni
decía nada, la respuesta fue simple: “Hace tiempo que no me molesta”.
Como dije al principio, jamás creí en
brujas y curanderos, aún hoy no creo. Mi madre por toda respuesta dijo: “Te
hice curar”.
Tamaña sorpresa la mía, más cuando
consideró que debía ir a agradecerle a ese hombre. Aclaro que no tenía idea de
quién podía ser. Un par de días después me llevó a una casa sobre calle
Viamonte y Perú, a un par de cuadras del cementerio La Piedad.
Era una casa humilde, el dueño era un
colchonero, hombre de unos sesenta años, muy educado a quién me madre me
presentó; me sentía extraño llevándole un presente a quien no conocía ni
siquiera de vista y, sobre todo, agradecerle por algo que según mi madre él
había realizado sin que yo me enterase.
Tenía veinticuatro años por aquella época,
aun hoy no he vuelto a sentir molestia en la ingle, aunque cada tanto reviso la
zona sin encontrar nada.
Sigo sin creer en las brujas, pero…
La lógica ciencia versus todo lo demás. Nada es rotundo, la clave está en lo que uno cree.
ResponderEliminar¿Y si no crees? Seguro será algo sobrenatural. Pero sin duda algo es...
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Un abrazo.