Claudia Correa
Los seres humanos no nacen para siempre el día en que
sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse sí mismos una y
otra vez.
Gabriel García Márquez
Faltaba una semana para la llegada del día
de la madre, se charló con los chicos sobre qué significaba y qué sentido tenía
para ellos ese día.
Entre todo lo que dijeron, Juan mencionó
que cuando iba a la escuela siempre le preparaba un regalito hecho con sus
manos, se acordaba de un plato pintado con témpera y de una virgen hecha de
yeso. La maestra le propuso que ahora que eran más grandes eran las palabras
sentidas desde el corazón el mejor regalo que puede recibir una madre.
“Podemos hacerles un dibujo también2, dijo
el Oso con toda su inocencia. A esta altura nadie se reía de él, habían comprendido
que estaba en otra etapa de aprendizaje y que podía escribir pocas palabras.
La mayoría estaba de acuerdo y además
propusieron que fuera tipo tarjeta con sobre, con algún moño y otras
iniciativas más.
Ese momento fue interrumpido violentamente
cuando la Hiena se paró y dijo: “Yo no le voy a hacer nada a esa hija de puta”.
Escupió las palabras como si tuviera la
boca llena de trocitos de vidrio. Al escucharlo, el grupo quedó horrorizado,
incrédulo o secretamente envidioso de la audacia que permitía decir semejantes
palabras, porque la madre es sagrada y fueron palabras capaces de hacer temblar
al cielo.
Luego de unos minutos explotó en llanto.
La maestra se acercó y trató de consolarlo. A veces no había partitura de la
que pudiera valerse, solo una caricia. Escuchó un rosario de palabras
ininteligibles entre ahogos y sollozos, dejó que hablara mientras seguía
acariciando su cabeza. Esas palabras que fueron escupidas desde lo más hondo de
las entrañas le llegaron a todo al grupo. Los chicos se dieron cuenta de que
era un encuentro íntimo y dejaron de mirarlos, se pusieron a leer las
fotocopias que la maestra había dejado sobre la mesa.
Una vez que se tranquilizó, la docente le
entregó un trabajo de Matemática, para que lo hiciera pensar en otra cosa. Se
acomodó solo en un rincón de la mesa.
El resto ya había empezado a leer las
fotocopias que contenían dos textos, uno era el estribillo de la canción “Mi
vieja” de Pappo (1) y el otro un texto en prosa sobre la historia de
un hijo que pierde a su madre y cuenta todo lo que le hubiera gustado decirle.
Primero, leyeron en silencio; luego, dos
alumnos se ofrecieron para leerlos en voz alta. Se hizo la comparación entre
los dos diferentes formatos, el análisis externo de los mismos.
El cartonero expresó con deseo: “¡Espero
estar afuera para el día de la madre!”. Pero no fue así.
Después de analizar el contenido, no sé
cómo la conversación llegó al tema de las Madres de Plaza de Mayo.
Uno comentó: “Esas que usan un trapo blanco
en la cabeza”. La maestra aclaró que no se trataba de un trapo sino de un
pañuelo blanco hecho con tela de pañal y que lo usaban para reconocerse.
Dio el ejemplo de una marca de ropa que se
llama “De puta madre”.
Dieron su opinión, conversaron, contaron
anécdotas de su infancia y eso dio lugar para saber escuchar y conocerse.
Claudia entregó hojas blancas para que en
borrador volcaran sus sentimientos y todo aquello que sintiesen en la relación
con su madre. Les dijo que por el momento no se preocuparan por la ortografía,
después vendría el momento de la corrección para luego pasarlo en limpio sobre
hojas de colores y colocarlos en un bonito sobre que ella llevaría.
Mientras pensaban y escribían, el
comentario de Lucas hizo que otro momento de reflexión se realizara en la clase:
“Espero que mi mamá venga el martes, pero no quiero que pase por la requisa”.
Era todo un tema el que debían pasar
madres, hermanas, novias, en fin, las mujeres cuando iban a visitar a sus
familiares.
La requisa consistía en la revisación
visual de la vagina para la cual la visita era sometida al despojo de su ropa
interior, agacharse, abrir los labios vaginales y un personal femenino del
servicio penitenciario revisa su interior.
Una magistrada calificó el procedimiento
como una práctica abusiva, violatoria del derecho a la intimidad, la honra y la
dignidad.
A los bebés les revisaban el pañal.
El objetivo de estas requisas era evitar
que las visitas ingresen cosas a la cárcel para los internos, como por ejemplo
droga.
Claudia veía como destripaban bolsas y
dejaban al descubierto yerba, azúcar, galletitas y toda comida que estuviera
embolsada. A ella no le molestó el hecho en sí mismo sino la saña con que lo
hacían y los comentarios grotescos que hacían los azules.
La maestra pensó que esas madres paren a
sus hijos dos veces. La primera cuando salen a la luz y la segunda cuando
ingresan por primera vez a la cárcel; es como ir al ginecólogo con la
diferencia de que es un momento no deseado. Parir con otro tipo de dolor, no es
el dolor de las contracciones es dolor de dilatación con pesadumbre. El
hospital se convierte en la cárcel, las enfermeras son las mujeres policías, el
médico el comisario, las cunas con sus barandas protectoras son las rejas. En
ese segundo alumbramiento, el encuentro con sus hijos entre rejas hace que
ellos sean los que cortan con los dientes el cordón umbilical incruento y seco.
Claudia había comprado rosas rojas de
plástico y las había guardado en su armario junto con los sobres preparados por
los chicos. Después de ese domingo día de la madre muy especial para ella;
porque su hija mayor en cualquier momento iba a ser mamá y ella primeriza
abuela, llegó el lunes y los alumnos estaban ansiosos le decían con complicidad.
“No se olvide maestra mañana viene mi
vieja”, fueron los comentarios de varios cuchicheando, no queriendo que los ratis, como ellos decían, se enteraran de sus debilidades.
Al salir de la comisaria, acompañó a su
hija al sanatorio y el médico le dijo que la espera al día siguiente para que
se internase. Ya había llegado el momento. Llenas de felicidad llegaron a su
casa para contarles al resto de la familia que el 18 de octubre nacería el
nieto. La futura abuela llamó a sus respectivos directivos informándoles que se
tomaría licencia y recibió las felicitaciones correspondientes a una abuela
primeriza. El martes a las diez de la mañana estaban en el sanatorio. La
dilatación iba muy lenta entre sueros y dolores Claudia acompañaba a su hija.
Alrededor de las dos de la tarde se la vio dialogando con el médico y luego por
una hora desapareció.
El sanatorio quedaba a dos cuadras de la
comisaria, con ligerito paso iba pensando lo que le había dicho el médico: “Vamos
a esperar unas horas. Si no continúa la dilatación, alrededor de las seis de la
tarde le haremos cesárea”.
Cuando llegó, las visitas ya habían
ingresado. Cuando la vieron entrar le preguntaron ¿qué hacía ahí?, ¿si ya había
nacido su nieto? Contestó todo a las apuradas y se dirigió a su armario. Sacó
los sobres y las flores y salió al pasillo. Allí, se encontró con tres guardias
que, al verla, dos se le echaron a reír en la cara y el tercero que no le
causaba gracia lo que estaba viendo le gritó: “Pero usted está cada día más
loca”.
La maestra que no entendía el porqué de la
reacción, pero sí la falta de respeto le contestó: “Con quien te creés que
estás hablando”. Y remató con furia en sus ojos: “Conmigo no te metas”.
—Sí que me voy a
meter y ahora mismo llamo al subcomisario.
—Dale -le dijo-
llamalo, así le cuento como me trataste.
Los otros dos se seguían riendo y a
Claudia le explotaba la vena. El subcomisario la vio con los sobres en la mano
y las rosas en la otra, la llevó aparte y le preguntó por su hija como para
tranquilizarla, porque sabía que la petisa era peligrosa si se desbordaba. Me
puede decir de qué se ríen esos dos y el otro que me trata de loca. Con una
sonrisa le dijo: “Por las rosas”.
Ella las miró y seguía sin entender. Le
explicó de qué se trataba el sobre y las rosas. Y él no podía entender que esa
mujer a punto de ser abuela estuviera el día de la visita, después del Día de
la Madre, en ese lugar para que sus alumnos les entregaran un regalo a sus
madres. Le explicó que el oficial se había sacado por las flores, porque tenían
el cabo de alambre, elemento que no se puede dejar ingresar. Recién ahí ella se
dio cuenta del peligro que significaba las hermosas rojas rosas.
Sin reconocer el error le solicitó: “Bueno,
al menos, déjeme que les entregue las tarjetas; y, como ya estaba a punto de
moquear, el subcomisario la agarró por el hombro y le dijo que lo acompañara, alejándola
del grupo de policías.
“Vamos a hacer lo siguiente”, pidió el
comisario al oficial alcahuete que le trajera la lista de los internos; y le
explicó que él iba a ir llamando a los menores y ella le entregaría el sobre y
la flor a medida que la visita se iba retirando. El cabo que cada vez estaba
más caliente que una pava le susurró al subcomisario algo al oído; y este con
toda su voz de mando le contestó que quedaba bajo su responsabilidad. Y así fue
como cada mamá se pudo ir con esa peligrosa flor a su casa.
Claudia en un acto fuera de lo común besó
al subcomisario y salió disparada al sanatorio, su nieto nació a las seis de la
tarde por cesárea. Estaba radiante de felicidad por todas las madres que ese
día llevaban puesta una sonrisa.
(1)
Norberto Aníbal Napolitano, conocido como Pappo, apodado «El Carpo», fue un
reconocido guitarrista, cantante y compositor de rock y blues argentino,
Valiente y tremendo relato, pinta una sociedad altiva y cruel que será imposible erradicar, solo seres anónimos se enfrentan a ella y son muy pocos.
ResponderEliminarFelicitaciones por tu relato, nos dejaste anonadados.
Un abrazo.