Susana
Olivera
—Doña Elena, no la
deje ir a la Susana a la escuela, no la deje.
—Pero ¿por qué no
la tengo que dejar?
—Porque recién
cuando fui a la panadería pasé por la Normal y hay una sarta de mocositas con
carteles que dicen “Escuela Tomada”. ¡Escuela tomada!, imagínese usted. Tomada
por ellas como si fueran las dueñas o la directora. Y no va que viene una chica
de civil no más, sin guardapolvo y con un moño violeta en el pecho, que trae
una pavita y mate y agarran y empiezan a matear ahí no más en la puerta de la escuela.
Y las descocadas no dejan pasar a las que vienen a estudiar. Se va a armar doña.
No la deje ir. Son una manga de locas.
—No, ma. Juli, no. No
son locas. Son mis compañeras de cuarto junto con las de quinto que defendemos
la enseñanza laica. ¿Me hacés el moño del delantal, ma? Con las orejas chicas.
Como vos sabés.
—La enseñanza laica
¿contra qué la defienden? Laico significa lego, no religioso.
—Contra la
enseñanza libre. Las chicas del colegio Adoratrices defienden la enseñanza
libre y todas van a ir ahora, después de almorzar, a la plaza San Martín.
—Sí, escuché por
radio que había problemas, pero con las universidades. ¿Qué tienen que ver
ustedes, las escuelas secundarias?
—Nosotras apoyamos
la educación laica. Ahora nos reunimos en la plaza.
—No. No vos. No
cuesta darse cuenta de que van a pelearse entre los dos bandos. Además, la Policía…
está enfrente. ¿Qué pensás que van a hacer? Y ¿qué es esa cinta violeta que
llevas como una escarapela en el lado izquierdo, el lado del corazón?
—Es el distintivo
de las laicas, ma. Las libres llevan una cinta verde.
—Ahí llega tu
hermano… ¿Tuvieron clases Carlitos?
—Nooo. Tomamos el colegio.
¡Viva la enseñanza laica! Tengo un hambre… ¿Qué hay para comer?
—Nene, no me andés
toqueteando nada en la cocina, ni se te ocurra. Esperá y te preparo un sanguche
de milanesa hasta que llegue tu padre y nos sentemos todos a la mesa.
—Dale Juli… con
mucha mayonesa.
Carlitos come su sándwich moviendo
ruidosamente las mandíbulas y dándole feroces mordiscos. Mientras, toma un jugo
de naranjas y canturrea “En la cima de un cerro, hay un perro… Han movido el
cerro y se ha caído el perro…”
—Pero qué carancho
dice este mocoso- pregunta Juliana-, con la chancleta les daría yo a estos dos
pavotes, les daría. Meta callejear no más y sin estudiar.
—Pero, ¿qué decís,
hijo? ¿Qué es ese versito?
—Lo cantamos en el
Colegio, ma. Y vos callate Juliana. ¿Me hacés otro sandwichito? Ponele una
milanesa bien grande. ¿Juli, dónde está el “Patoruzú”? Seguro que lo tenés en
tu pieza. Me lo quiero llevar para leer. Todavía no lo he visto… Siempre soy el
último orejón del tarro. “En la cima de un cerro hay un perro, han sacado el
cerro y…”
—Pero ustedes están
locos, chicos.
—No ma. Se unieron
el Nacional 1 y el Nacional 2. También las chicas del Urquiza y las del Liceo.
Y todos vamos a la plaza San Martín ahora a la tarde. Yo me vine para comer
algo, pero ya me voy.
—Ah, vos también
llevás la cinta violeta…
—Pero claro, ma.
¡Para diferenciarnos! Si no, si tenés que dar una piña ¿cómo sabés si el otro es
libre o laico?
—Adoratrices
también va a la Plaza. Y ellas son libres. Me voy ma.
—Pero, pero…
—Yo como algo y
también voy.
—Ustedes dos meta
zapatear no más, pero de estudio yo no escuché nada. Son dos deschavetados. Y a
la final lo único que hacen es lío. Los van a terminar expulsando del colegio.
O capaz que cierran las escuelas y pierden el año. Y entonces, ¿qué hacemos con
las cintitas? ¿Dónde se las van a poner a las cintitas?
—Bueno, bueno. Te
quiero Juli… dame un abrazo, hacés unas milanesas espectaculares. Ma, yo
también me voy. ¡A la plaza San Martín todos!
Juliana, la “tía postiza”, se limpia el
beso. De muy mal carácter, “chinchuda”, le decíamos, pero muy querida por
todos.
Ese año, 1958, yo estaba en cuarto del
Magisterio y mi hermano en tercero del Bachillerato. Los dos éramos partidarios
de defender la enseñanza laica, además nuestros colegios eran estatales. Y era
una pelea a muerte que había culminado con la toma de las escuelas.
Viendo todo desde la perspectiva actual
comprendo que no teníamos demasiado claras las posturas y laica. Creo que para
muchos (entre los que me incluyo) era un juego eso de tomar las escuelas, usar
un color que nos identificaba e ir a la plaza a manifestarnos. Yo sentía que
estaba defendiendo “mi” escuela. Y en cierto sentido defendía la enseñanza
pública. Pero no pensaba en el derecho de la libertad de elección, de preferir
enseñanza religiosa y el derecho de la iniciativa privada de ofrecer espacios
distintos, que fueran igualmente válidos de acuerdo con su idoneidad al momento
de otorgar los títulos habilitantes.
Esa tarde la Policía desalojó
violentamente la escuela Normal N° 2 y las autoridades quedaron dentro con
puertas cerradas para evitar el regreso de las alumnas.
La plaza
San Martín estaba totalmente cubierta por estudiantes que sostenían ambas
tendencias. La Policía obligó a todos los jóvenes a abandonar el lugar y
dispersarse. Hubo mucha violencia: corridas, golpes y los escuadrones montados
en sus enormes caballos entraron al galope empujando a los grupos estudiantiles
a planazos y repechazos con sus animales. Estábamos indignados. Tirábamos
bolitas de vidrio para que patinaran los caballos y cáscaras de banana entre
insultos y estribillos: “¡Libre, libre!” “¡Laica, laica””. Y la consigna era
correr para distintos lugares para no permitir que la Policía se agrupara.
Estábamos sucios porque muchos nos habíamos caído en la huida, transpirados y
otros, lastimados.
Algunos, los más violentos, fueron
detenidos; muchos quedaron en las proximidades para intentar volver a la plaza.
Un grupo, los más amigos, nos reunimos en casa que quedaba enfrente de la
plaza, tanto compañeros de mi hermano como compañeras mías. Algunos hablaban
sobre sus derechos y yo no podía dejar de entusiasmarme y admirar sus ideales y
la fuerza de sus palabras. Pero, yo diría que, a pesar de nuestra indignación, esa
tarde fue una fiesta en casa entre vasos de naranja Crush y buñuelos de manzana
preparados por Juliana. Lucíamos orgullosos la cinta violeta en nuestros
pechos. Alguno de los chicos recitaba entre risas… “En la cima de un cerro… hay
una cintita violeta. No ser cintita violeta para estar arriba de ese cerro”.
Y nos reíamos como solo pueden reírse
chicos de esa edad compartiendo ideales y probando sus fuerzas en el acontecer
diario.
Calmados los ánimos, empezamos a “salvar
materias”. Se esperaba eximición con cuatro por los días de paro, pero no fue
así. El entusiasmo por participar con chicos de otras escuelas me hizo llevar
Matemática con el profesor Moyano, que no perdonó ni una raíz cuadrada, y otros
“revolucionarios” se llevaron hasta diez materias. Mi hermano, por ejemplo.
Significó pasarse todo el verano estudiando.
—Regio, regio, ¿no
chicos? Ahí está el cachetazo por las sinvergüenzadas de ustedes. Se lo requete
merecen. Mientras tanto su madre y yo estamos rezo que va y rezo que viene para
que aprueben. ¿Qué se creen?
—Pará Juliana,
pará.
¿Libre o laica? ¿Cinta violeta o verde?
¿Jugar a ser adulto?
"Jugar a ser adulto". Tu lo dices, era dejarse llevar por la multitud sin saber donde.
ResponderEliminarHoy con los años encima podemos comprender pero ya pasó ese tiempo.
Un abrazo.
Que bueno tu relato , Susana. Me encantó escucharte, tenés la capacidad de narrar muy bien las historias, además nos transportás a escenarios que recorremos habitualmente con protagonistas de otras épocas, que en suma somos los que construimos este presente. Gracias por compartirlas.
ResponderEliminarGracias amigos por leer mis relatos. Me encanta saber que compartimos los mismos recuerdos.
ResponderEliminarSusana