miércoles, 28 de mayo de 2014

El dulce

Por Luis A. Molina

Hoy miro este frasco y me retrotraigo a aquellos años cincuenta, donde no comprábamos dulce. El presupuesto no daba para tanto; pero mi madre me regalaba ese placer, que para un goloso era una fiesta.
El azúcar, aparte de escasear, era cara, la batata no lo era tanto por eso era la preferida, la pelábamos, tras lavarla y cortar en dados iba derecho al agua de cal, donde luego de una noche quedaban armados para después de ser cocinados y convertirse en dados dulces en almíbar, toda una delicia. Además, cocinaba con leche todos lo posible que podía sabiendo que me lo devoraría, así ocurría con la polenta, maicena, sémola, arroz y hasta mazamorra. Todo casero.
El budín de pan era, y lo sigue siendo, mi favorito; pero me costaba esperar para probarlo y eso dolía, porque cobraba por pellizcarlo. Como en la cara exterior se notaba al instante, probé en el agujero interior y tampoco tuve suerte; pero mi perseverancia dio sus frutos y así fue como mi madre se enteró cuando ya era grande de mi eficaz manera de robar.
Lo daba vuelta con mucho cuidado, al estar patas para arriba le cortaba una tajada de su base, quedaba un centímetro más bajo pero no se notaba, mientras yo me regodeaba con su sabor.
¡Que linda época! Mis bolsillos siempre estaban ocupados, pasas de higo o pelones traídos de la casa de los abuelos en Córdoba, donde eran secados sobre el techo de paja de la vivienda. Esta se encontraba en una soledad donde solo había piedras gigantes, que con sus más de tres metros de altura eran inalcanzables para mis pocos años. Recuerdo que todos se levantaban muy temprano a desayunar para luego ocuparse de las manadas de cabras y ovejas, que debían llevar a pastar cuidando que los zorros y pumas no hicieran estragos. A eso de las diez, asaban choclos que eran como un copetín antes de almuerzo a mediodía. A la noche, se encerraban los animales en corrales de piedra circulares. Las gallinas se subían a los ombúes y allí dormían.
Era una delicia comer quesillos que la abuela preparaba cuando no tejía en el telar que estaba detrás de la casa. Lo habían confeccionado con madera de los árboles del lugar, la lana tras la esquila, se escardaba, y la convertían en hilo, horas pasaban con el huso, que giraba incesante mientras crecía el ovillo que luego sería teñido y finalmente convertido en una prenda.
Recuerdo que nos juntamos cinco generaciones desde la tatarabuela hasta yo que no contaba con más de tres o cuatro años.
Llegar a ese lugar era una odisea, solo circulaba un colectivo dos o tres veces a la semana. Salía de la ciudad de Córdoba hasta Chilecito en La Rioja, camino de tierra desde Villa de Soto, pasando por la cuesta de La Higuera, donde bordeaba el precipicio. Algunas veces viajamos en la mensajería, que era una especie de estanciera que transportaba el correo y algún pasajero ocasional. Nos dejaba en el camino y de allí a caminar, mi pobre madre cargaba los bolsos un centenar de metros y tenía que volver a buscarme porque no quería caminar. No sé cuánto tardó en recorrer más de una legua que nos separaba de la casa.
Para tener agua había que bajar hasta el rio, distante a unos trecientos metros y traer en baldes, a su lado se encontraba un pozo de balde para sacar agua para beber, aquel rio discurría entre las piedras rumoroso y lento; más cuando se volvía bravío rugía en su torrente arrastrando todo cuanto encontrara a su paso, era rio de montaña.
Para comprar provisiones lo hacían a caballo, ya que el vecino más cercano se encontraba a un legua. Por la noche, el silencio era tan grande que a gritos podían escucharlos los vecinos, por supuesto eso fue cuando hubo una desgracia familiar.
Allí, se podía ver el cielo, no había luz ni ningún otro signo de civilización, vivían y eran centenarios, con la paz como compañía. Hasta solían decir que escuchaban las guitarras de La Salamanca o alguna bruja que pasaba por el lugar. Era gente muy supersticiosa.
No sé qué tiene que ver esto con el dulce; pero por un momento volé y regresé en el tiempo hasta aquel lugar que no comprendía. Claro, era chico de ciudad.
Dejo sobre la mesa el frasco y tomo un lápiz para dejar sobre la hoja este recuerdo…

Cierro los ojos y paladeo aquel dulce que las manos de mi madre me supieron regalar…

10 comentarios:

  1. Luis, realmente para mi fue una sorpresa esta narración del dulce, ya que te hacía realmente un chico de ciudad. Pero te despachaste con una hermosa historia de costumbres familiares de otro lugar. Me gustó mucho. Cariños. Ana María.

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  2. El contacto con la naturaleza en los primeros años de tu vida y el recuerdo de los dulces caseros que tanto te gustaban y te gustan más la receta del dulce denotan, una vez más que los recuerdos de la familia quedan gravados a fuego y nos marcan
    como personas. Hermoso Luis tu relato.

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  3. Gracias chicas.
    Ana Maria, sigo siendo un chico de ciudad que tuvo la suerte de disfrutar mucho el campo, no solo de niño, también hace unos diez años.

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  4. Luis te entiendo tanto!, cuántas veces me sucede a mí, con un objeto, con una música, con un aroma, retroceder, buscar de donde proviene ese recuerdo y dejarme mecer por la ternura y el calor de los buenos recuerdos. Bello, muy bello tu recuerdo! CARMEN G.

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  5. Gracias Carmen, comencé con un frasco y volé en el tiempo, sólo fue un disparador cual si fuera un sueño.

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  6. Volver a la infancia,a esa época de afectos tan fuertes, de recuerdos calientes que no se olvidan. La cocina, las manos de la madre regalando dulce trabajo a sus hijos... ¡Qué hermoso recuerdo!
    Susana Olivera

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  7. Gracias Susana, este taller no hizo volver a esa época irrepetible.

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  8. Que hermosos recuerdos Luis ,disfruté mucho tu relato tan dulce !
    Maria Rosa Fraerman

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  9. Luis Alberto Zandri10 de junio de 2014, 16:29

    Muy bueno tu relato tocayo! Que raro que no sos gordo con lo goloso que eras y sos. A vos te pasò con esos lugares lo mismo que a mì con el campo, quedamos prendados de ellos para toda la vida.

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  10. Luis me encanto tu relato. Me llevaste a un lugar de ensueño, entre ríos, cuestas y sabores de los dulces que seguramente serian exquisitos. Te imagino saltando entre las piedras con el frasquito y el pan casero calentito que haría tu abuela .Bárbaro.

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